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Sónar, día 3: la jornada Mad Max de Niño de Elche y FKA Twigs

FKA Twigs

Lucía Lijtmaer

Que la vida era esto es algo que se va a aprendiendo a lo largo de los años. Que para el tercer día de Sonar todo adquiere un nuevo tono vital, también. De hecho, podríamos calificar esta última afirmación de eufemismo extremo. La tercera y última jornada es Mad Max. La séptima secuela, todos los apocalipsis juntos. Que alguien nos de un símil y que nos lo de ahora. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que para el sábado al mediodía en la Fira de Montjuic existían nuevos tipos de especies animales, nuevos formatos de quemaduras de segundo grado y nuevos colores en el pelo de las asistentes -¿teñirse el pelo de gris oscuro? ¿por qué?-.

Sólo en la tercera jornada se vuelve comprensible que haya quien bebe litronas calientes directamente de la botella con una sonrisa en los labios. O que Débruit, el productor francés de beats africanos tardara en prender la mecha de un público estático de alegría -no ha habido ni una queja en esta edición por parte de una población rendida y entregada a la causa-, pero ya evidentemente cansado. Tras alguna concesión al calor, el amante de un foklore revisitado y vanguardista aumentó revoluciones hasta hacer aullar con ganas de más a la audiencia.

A la misma hora, Lost Twin, -el sevillano Carlos R. Pinto-, finalizaba un concierto amable, mientras varios periodistas descubrían el fenotipo del DJ anglosajón: extremidades largas y pintas de surfista. Así pusimos cara a Adam Beyer y Daniel Avery, que paseaban por el festival sin dar lugar a la equivocación.

Más allá del ambiente, la cosa comenzó a ponerse seria a las cinco de la tarde: podemos afirmar que el concierto más importante del Sonar día fue el de Niño de Elche. Quizás no para los amantes de la música avanzada internacional y las filigranas, pero sí el más importante del festival por su significado estatal. El combo que presentó Niño de Elche vs Los Voluble en el Complex -hecho para la ocasión con el dúo DJ/VJ colectivo de activación sonora y visual , Pablo Peña (Fiera) y el guitarrista flamenco Raúl Cantizano - comenzó como una repetición vocal a modo de coda - “el mediodía se anuncia”, que se repetía como letanía- y se fue acercando poco a poco, hacia su cometido: explicar, con toda la intención, la historia de España. Unos visuales que comenzaron transitando entre Dolores Ibarruri, el folklore y homenajes al concejal Guillermo Zapata con la inscripción “su humor es mejor que el nuestro” hicieron su recorrido hasta alcanzar las raves, Carrero Blanco, la transición española y la fiesta contemporánea.

“El ravero, lo que busca no lo encuentra y lo que encuentra no lo busca”, resumía la insatisfacción vital antes de alcanzar de lleno la cultura del pelotazo, la represión policial y la reivindicación del disfrute. El público, absolutamente cómplice durante toda la actuación, se alzó en pie a aplaudir entregado al final. La generación de Niño de Elche ha asumido un nuevo relato histórico como propio, desechando completamente la cultura de la transición. Si eso no constituye una noticia, aquí ya no sabemos qué lo es.

Hubo quien fue a recuperarse con Holly Herndon, una de las grandes apuestas de la jornada en contenido y forma, pero aquí optamos por alejarnos de cuatro paredes para catar a Bomba Estéreo, la banda colombiana que fusiona champeta, cumbia y folklore, esta vez presentando su disco Amanecer tras su paso por Sonar ya en 2010. Si Niño de Elche fue el concierto del día, Bomba Estéreo proporcionó una de las mejores vivencias de la jornada: la visión de varios asistentes con el cuerpo cubierto de purpurina danzando al son de “mueve la cadera/la noche entera” mientras caía, finalmente, el sol, daba a entender por qué Sonar es un festival hedonista.

Aún así, nada preparaba para el ejercicio memotécnico de la jornada. Ni Duran Duran, ni Chemical Brothers ni demás cabezas de cartel. La madalena de Proust para los que bailaron los noventa a ritmo de dubstep y hip hop industrial tuvo su momento de gloria con The Bug. No apto para bajos de forma, el productor Kevin Martin decidió volver loca a la peña en modo apisonadora con alfombra de terciopelo y ahí cada uno eligió su razón para convertirla en música favorita. Martin jaleaba a los asistentes con un “louder, louder” que, es lo que tiene el acento londinense, más de un local coreaba como “Laura, Laura”.

Sonar de noche

La espera para Duran Duran se amenizaba tiernamente con las escenas románticas del festival, que en todo su esplendor daban lugar a situaciones erótico-festivas o puramente drogodependientes. Si nos está leyendo Carlos, el romeo sevillano particular de una islandesa tan pasada de vueltas que no podía ni articular palabra: Carlos, tío, hay más peces en el mar. Tranqui.

Uno podía pensar que Duran Duran era la concesión pureta-pop del festival, como ha sucedido otros años con Roxy Music o New Order. Lo cierto es que la apertura de la noche suele estar inteligentemente elegida para atraer a público que quiere corear canciones y no que le revienten el esternón con los graves -como sucedía en Sonar Pub-. Desde los primeros acordes de “A view to kill” y “Wild boys”, había fans tarareando las letras de hits y no tan hits, mientras un Simon Le Bon en forma y embutido en cuero blanco -convengamos que no es prenda fácil- intentaba dar ritmo a un repertorio que no luce en este tipo de festival. “Notorius”, un temazo ochentero dónde los haya, sonó paquidérmico en una sala sonorizada para electrónica.

Sí le favorecía esto último a FKA Twigs, que se marcó un conciertazo revienta-graves del rn'b más coreado del último año. El excelente dominio del escenario de Tahliah Barnett -de formación bailarina- y su pop electrónico sofisticado de raíces jamaicanas calentaban el ambiente entre un público con cada vez más gana de jarana. Visionamos entre los asistentes cepillos incrustados en melenas afro aplaudiendo cada una de las canciones como si fueran llamadas mesiánicas. Y no se fueron cuando comenzó Flying Lotus, el bombazo electrónico con show de doble pantalla y en 3D. De ahí sólo se subía hacia una recta final sin retorno.

Echando el resto, acudimos a la llamada de Pxxr Gvng, el grupo español de trap en alza, del que se ha escrito de todo, en especial que están llamados a ser el recambio de una generación criada en la mezcla, el dembow y el nihilismo adolescente y precario. La llamada “voz de los canis” de Pxxr Gvng atrajó a muchos fans y algún moderno que pretendía pasarlo bien con distancia irónica hasta que empezó a pasarlo bien sin más. El concierto resultó irregular, lo cual no resta voz ni fuerza a un grupo que se prevé cada vez más importante. Una aparición sorpresa de La Mala Rodríguez levantó el nivel y pareció establecer un nexo de tradición y futuro. Eso sí, para quien firma esta crónica, lo más chocante resultó el coro de chavalas que a modo de atrezzo poblaban el escenario y respondían a la llamada de “puta” mientras les tiraban del pelo. La ironía, ya se sabe.

A partir de allí, lo que todos conocemos como el final de festival: unos Djs se convierten en otros, los láseres verdes de Chemical Brothers y raveros a tutiplén que no saben dónde están ni cómo volver a casa. Así acabó Mad Max en su versión barcelonesa en 2015. Hasta el año que viene.

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