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CRÍTICA

La princesa Turandot, Puccini y el 'no es no'

Imagen promocional de 'Turandot' que se interpreta en el Liceu

Vanesa Rodríguez

Barcelona —

La princesa Turandot es bella y cruel. Es vengativa y fría como el hielo. No sabe lo que es el amor ni quiere saberlo.

La princesa Turandot es una esclava del patriarcado. Es obligada a casarse por ley aunque ella no quiere. Esquiva como puede a los hombres que la acechan y carga sobre sus hombros el dolor de una antepasada que fue violada. No sabe lo que es el amor… por ahora.

La protagonista de la obra homónima de Giacomo Puccini está llena de contradicciones. Su canto lo dejó inacabado el compositor italiano en una de sus óperas musicalmente más hermosas, escrita entre 1920 y 1924. Quizá por eso, y por los enigmas que encierra su historia, Turandot ha sido tumbada en multitud de ocasiones en el diván para tratar de desentrañarla.

La historia de Turandot es la de una princesa de la antigua China que rechaza a los hombres atormentada por la sombra de la violencia machista. Solo accede a casarse con aquel que resuelva los tres acertijos que ella proponga. De no acertar, el pretendiente es decapitado. El príncipe Calaf se enamora de la femme fatale hasta la obsesión y acepta el reto. Tras tres actos de continuo rechazo protegiendo su virginidad, que pasan por torturar y propiciar la muerte de una dulce esclava, la princesa de hielo se derrite súbitamente y acepta entregarse a su pretendiente -que unos minutos antes la había despreciado por cruel- ante la alegría de su padre y del pueblo de Pekín. Fin.

Pero este no siempre ha sido el final para la bella Turandot.

En octubre de 1999 el Liceu reabría sus puertas cinco años después de que un incendio destruyera el edificio. Lo hacía con la versión de Núria Espert de esta ópera de Puccini que incorporaba una sorpresa. La actriz y dramaturga despreciaba ese final 'feliz' que Franco Alfano ideó para la obra inacabada, algo propio de “Walt Disney”-como ella misma lo calificó-. Tampoco entendía la precipitada metamorfosis de la protagonista, así que su princesa china se acaba quitando la vida sobre el escenario: prefiere hacerse el harakiri antes que entregarse a un hombre no deseado.

El de Espert partía de los dos desenlaces que había ideado Franco Alfano tras la muerte de Puccini. De la combinación de ambos, surgió esta nueva lectura feminista, y también polémica para algunos. “Mi final también es feliz, porque mi Turandot muere de amor”, diría más tarde defendiendo su creación.

20 años después, otra sorpresa espera a Turandot sobre el escenario. Esta vez es el artista audiovisual Franc Aleu el que ha decidido hacerle un “lifting” a la ópera de Puccini. Según explicaba en la rueda de prensa para presentar su creación en el aniversario de la reapertura del Gran Teatre del Liceu, “la música es maravillosa, pero el libreto está descabalgado de la época”. Calificando la historia de “sumun del machismo”, Aleu continuaba diciendo que esta lectura para él no era “aceptable”; por eso proponía una alternativa.

En ella, Turandot no es la princesa, es “la esclava del sistema patriarcal, obligada a mantener una estirpe cuando ella no quiere hombre”. A su vez, Liu, la esclava en la obra, “resulta ser la mujer libre y actúa por libertad”. Para Aleu, Turandot es un “objeto a sorteo”, acosada por Calaf y que “pringa” y “afecta” a toda la sociedad con su sufrimiento.

En este otro camino que espera a Turandot, como en el de Espert, tampoco se arroja a los brazos de “su acosador”. En este otro final, descubre en la libertad que ejerce Liu lo que es el amor, cuando revela al público de forma abrupta que no es una frígida, que sí es capaz de sentir pasión, pero no por ninguno de los hombres que la asedian intentando saltar muros construidos a base de adivinanzas. Así que en los últimos acordes se lanza a besar a la esclava que yace inerte a sus pies.

Reconozcamos que tampoco este es un final muy feliz para la princesa. Ni muy coherente. Partimos de la idea de que es ella es la causante de la muerte de Liu, y del hostigamiento y la tortura que lleva a la esclava a quitarse la vida antes de traicionar a su “amo” (que por cierto no hace nada para impedirlo). Así que a Turandot, cuando decide salir de su armario de hielo, todo lo que le queda para besar son los fríos labios de un cadáver.

Pero su penitencia también refleja la de su propio creador. El recién nombrado director artístico del Liceu Victor Garcia de Gomar explica en las notas al programa que Liu había sido víctima de la conciencia del mujeriego Puccini y que el compositor quiso con este giro mortal reflejar el sacrificio de su criada que se quitó la vida tras ser acusada injustamente por su esposa de haberse acostado con él. En realidad, más tarde se supo que la joven era virgen y que con quién mantenía un romance secreto el compositor era con la madre de la sirvienta.

En ambos desenlaces, el de Espert de hace 20 años y el que se representa ahora, Turandot se mantiene fiel a su “no es no” hasta las últimas consecuencias. Pese a que su padre le empuja a cumplir el “sacramento” después de que el príncipe resolviera los tres enigmas. A pesar de que le ruega a Calaf que se marche lejos, que la deje en paz, que no quiere nada con él ni con ningún otro hombre. Lo repite una y otra vez a lo largo de toda la ópera “no”, “no”, “no”. Lo grita. Suplica. También explica sus motivos: la memoria de una familiar que murió tras ser violada y asesinada por un hombre. Pero aunque no los diera, ¿qué explicación hace falta para entender un 'no'?

“No me gustaría hacer de altavoz de algo que es contrario a mi pensamiento”, explicaba el director de escena sobre el motivo que le había llevado a reescribir este desenlace. Una problemática a la que se enfrentan continuamente las obras culturales, y nunca lo hacen exentas de polémica. Desde óperas como Carmen de Bizet, que en su versión alternativa mata a su maltratador Don José, a cuentos infantiles que ahora no se consideran aptos para niños y niñas. ¿Es necesario resignificar estas obras?

“Un acosador que sale victorioso y como un héroe no es aceptable”, insistía el creador que añadía que en caso de haberse mantenido fiel al final escrito para la obra de Puccini habría tenido que “poner un cartel pidiendo disculpas”.

Aleu no tiene miedo a las críticas. “Si alguien no lo entiende, el problema lo tienen ellos”, explicaba, asegurando que su aportación es un leve “clic” que permite que se mantenga una producción “100% pucciniana”.

El clic no borra ni una de las contradicciones de la princesa. Pero invita a pensar que quizá el final definitivo de Turandot murió con Puccini en la cama de una clínica, entre los apuntes que dejó esbozados. Que puede ser lesbiana o no. Que puede no querer a Calaf y sí amar a otros hombres. Que puede cambiar de opinión y de sentimientos hacia Calaf. Que puede desear la muerte antes del horror de entregarse a alguien que no desea. Que puede que todo lo que ame sea la libertad de amar que Liu representa. Pero también podemos imaginar otro final feliz para Turandot. Uno en el que la queramos viva, y en el que cuando una mujer diga 'no', simplemente se la escuche.

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