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“Hacer lo mismo de siempre ahora les sale más caro”

Algunas edificaciones destruidas en Siria tras años de guerra

Andrei Serban

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Es curioso observar los últimos acontecimientos en torno a Siria, pero mucho más si uno es consciente del contexto comunicativo en el que se percibe por parte del ciudadano occidental. Durante los siete años en los que el conflicto sirio se ha convertido en un tablero de disputas internacionales (políticas y económicas), la capacidad pública de discernir los mensajes importantes y anticipar catástrofes ha ido en declive. En un momento en el que prácticamente todas las asociaciones internacionales advierten del riesgo de las fake news (noticias falsas) en redes sociales, algunos nos preguntamos si no es quizás demasiado tarde. En pleno 2018, un momento de incertidumbre y caos geopolítico, también redistribución de poder internacional entre nuevos (y reforzados) gigantes, la vieja alianza occidental no es capaz esta vez de salirse con la suya tan honradamente, como nos tiene acostumbrados.

La primera ministra británica Theresa May es a día de hoy un simple espejismo que acaba de volver a comprometer a su país con este “episodio de venganza norteamericana”, en palabras del líder político francés J.L. Mélénchon, esquivando no solamente la oposición titánica de sus ciudadanos y el apoyo creciente a la oposición laborista, sino también el voto sagrado que debería emitir su parlamento. Todo ocurre tan de prisa que no somos capaces de observar que esto no se trata de ataques químicos ni protección espontánea de derechos fundamentales, los cuales ignoran con vehemencia cuando en estos momentos bombardean Damasco sin importar a quien se lleven por delante. Tanto Estados Unidos como sus cómplices están llevando a cabo aquello a lo que se comprometieron mucho tiempo atrás: no perder ni un metro más de terreno en la disputa por recursos naturales y dominio regional.

Una administración enferma y psicótica en Washington no ha sido suficiente para convencer a Europa de buscar una identidad propia ante los problemas del mundo. Las voces que lo buscan desde Bruselas son aún tibias. Mientras miles de familias inocentes están siendo asesinadas a 300 kilómetros de Chipre, Unión Europea, todos nosotros somos bombardeados con un repertorio de desinformación y manipulación jamás vistas anteriormente. Se trata, sin duda, de una tragicomedia en la que la opinión pública responsable se ha diluido y tan solo van quedando dos polos opuestos en las calles: aquellos que ven las injusticias de nuestros representantes sin poder hacer demasiado, y otros que adoran al todopoderoso soldado americano que nos protege del peligro inminente para nuestra civilización, Rusia. Todos nosotros envueltos bajo una manta de clickbait y desconocimiento de causa. Parece importarnos todo lo que pasa pero única y exclusivamente cuando se nos ordena así.

Para Estados Unidos, Francia y Reino Unido es más que arriesgado perseguir sus deseos de poder. La manipulación enfermiza ha demostrado tener un efecto inverso al esperado por ellos. Desde hace pocos años, además, la capacidad rusa de plantar cara ante escenarios como el ucraniano o la madurez, le pese a quien le pese, del régimen norcoreano en comparación a EE.UU. no ha hecho más que agravar el problema. Efectivamente, Rusia no es una pared a la que puedas golpear eternamente sin obtener respuesta. Putin también tiene sus líneas rojas y parece estar en paz con la idea de que las relaciones internacionales se deteriorarán dramáticamente tras este terremoto en el tablero sirio.

En un momento en el que el mapa del país comenzaba a mostrar signos de un posible final, la simple presencia de Al-Assad al mando de la situación causa más molestias que nunca. Una solución pacífica que no suponga la victoria no conviene a los nuestros. Han acorralado el planeta con bases militares en nombre de la salvación y la democracia. Han creado una guerra internacional y generado terrorismo y violencia, han desencadenado olas migratorias de millones de refugiados y han dejado decenas de países en la ruina. No se permiten perder una partida en la cual lo han apostado todo. Lo que quizás no esperaban, en cambio, es no ser capaces de seguir disfrazando sus intenciones ante una sociedad abierta que les mira.

No permitamos que la política exterior estadounidense siga involucrándonos, causando terror en nuestras calles y sangre inocente en nuestras costas. Si bien intervenir en Irak o Libia deberá caer sobre la conciencia de aquellos a favor de entrometerse, nosotros, los no intervencionistas, no estaremos preocupados ni un momento por desconfiar en que hacer pedazos a los sirios servirá como lección a un régimen sangriento. Obviemos lo que nos digan y miremos un poco a nuestro alrededor. Yo lo hago cada vez que me encuentro en mi ciudad natal (Constanza, Rumanía), base naval clave de la OTAN en un Mar Negro que comparte con Crimea y Estambul, sobre la cual se pasean los cazas americanos y británicos durante todo el día para “asustar” a Putin y alimentar una carrera armamentística billonaria en el este de Europa.

Es alarmante que las naciones que nunca han formado parte del club de los “héroes” no tengan hoy otra alternativa que improvisar a diario su política exterior y balancearse entre modelos distantes, mentalidades y aliados para salir adelante. Me gustaría imaginar un escenario en el que nuestros futuros y nuestras fronteras no sean trazados por ellos. Me pregunto si llegará el momento en el que los que no son capaces de dejar en paz al resto del mundo pagarán y no lo haremos nosotros.

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