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De la frontera de España a un campo insalubre en Casablanca: el castigo por intentar saltar la valla

Cerca de 2.000 personas de origen subsahariano malviven en este campamento improvisado en Casablanca

Sonia Moreno

Casablanca (Marruecos) —

Cada vez que tiene lugar un intento de salto en las vallas de Ceuta y Melilla, quienes no logran su objetivo de permanecer en España son trasladadas por la policía marroquí a diferentes ciudades alauíes. Los alejan de la frontera española. En Casablanca, cerca de la estación Ouled Ziane, se ha levantado un campamento de migrantes donde malviven alrededor de 2.000 hombres subsaharianos, la mayoría tras ser devueltos a las puertas de Europa. Es el llamado “pequeño Calais” de Marruecos.

“Aquí estamos, sufriendo. Llevamos diez días sin comer, sin ir al baño, sin cambiarnos de ropa... Míranos, estamos muy sucios”, protesta con mucha ira y cansancio Abdellah, senegalés de 23 años, en el interior del campamento, al que ha logrado acceder eldiario.es. El campamento se ha convertido en una cárcel. Cerca de dos millares de hombres, la mayoría jóvenes, incluso menores de hasta 12 años, se concentran en un recinto controlado por la policía, rodeado por verjas y una valla de uralita. Pueden salir, pero hacerlo conlleva un doble riesgo: la deportación a su país o una agresión racista, denuncian.

El origen de este campamento se sitúa en el intento de salto a la valla de Ceuta del 31 de diciembre de 2016. El día siguiente las autoridades marroquíes ordenaron una operación de desalojo de los migrantes del bosque de Beliones. Más de un millar de subsaharianos se dispersaron entre las ciudades de Casablanca, Fez o Rabat. Los militares arrojaron a los migrantes en los alrededores de la estación de Ouled Ziane en Casablanca. 

Fue entonces cuando decenas de migrantes comenzaron a permanecer en un jardín cercano a la estación pero, desde hace dos semanas, permanecen encerrados en esta especie de pista de deportes asfaltada, tras un enfrentamiento desatado el 24 de noviembre entre jóvenes residentes en el barrio Derb El Kebir y los jóvenes subsaharianos.

Los vecinos marroquíes prendieron fuego a las pertenencias de las personas subsaharianas, por lo que intervinieron los servicios de protección oficial. “La Guardia Civil nos devolvió, después la policía marroquí nos pegó y nos echó los perros”, dice uno de los subsaharianos. “No hemos hecho nada malo a los marroquíes”.

El representante de la comunidad de malienses explica a eldiario.es que ellos mismos han comprado las tiendas de campaña. Dentro se refugian del frío y las primeras lluvias del invierno, sin colchones ni mantas.

Un rato en el campamento obliga a taparse la nariz. “¿Ves?, este olor no se soporta. ¿Cómo podemos vivir así?”, suspira un grupo de jóvenes, mientras señalan hacia el lado de la uralita donde han improvisado unos “baños al aire libre”. Hace una semana que orinan en el propio campamento, contra la valla, a unos pocos pasos de las tiendas de campaña.

La fuerzas de seguridad marroquíes continúan con la misma dinámica de control de los montes cercanos a las fronteras con España. El arzobispo de Tánger, el franciscano Santiago Agrelo, sube todos los lunes desde Tánger al Monte de Beliones para suministrar comida, enseres y medicinas a los migrantes. “Fue difícil dar con los chicos. Solo tres pudieron acercarse al coche para recoger los alimentos, mantas y plásticos”, explicó Agrelo a finales de noviembre. “Los soldados se habían desplegado por el bosque y los chicos se habían dispersado para evitar la deportación”, precisó el religioso.

La policía vigila la puerta del campamento

Las fuerzas de seguridad están instaladas a la entrada en furgonetas. La policía marroquí no permite acceder a los migrantes subsaharianos a la estación de autobuses ni a la mezquita, donde habitualmente se aseaban y hacían sus necesidades.

“Para poder hacer caca nos vemos obligados a entrar en un bar aquí al lado y pagar para utilizar el baño”, explica el representante de la comunidad maliense. También deben pagar por el agua. La comida es a base de arroz. Los más afortunados lo acompañan con pollo y apoquinan un euro. No hay platos, comen en barreños, y los utensilios no están limpios por la falta de agua. 

La Plataforma de las Comunidades y Asociaciones Subsaharianas de Marruecos (ASCOMS) contabilizó 850 personas un día después del altercado. Dos semanas más tarde, eldiario.es ha contabilizado alrededor de dos millares de hombres. “Han detenido entre 400 y 600 hermanos; y desde hace un mes hay 150 desaparecidos. No sabemos dónde están”, denuncia Abdellah. Se queja de que “llegan marroquíes vestidos de paisano diciendo que son policía secreta. Nos detienen y no sabemos si realmente son de la seguridad o pandillas”.

Las detenciones comenzaron en los semáforos donde “hacen la Salam” (piden limosna), pero los arrestos se extienden a cafés y mercados tras los disturbios y coincidiendo con una visita del rey Mohamed VI a la ciudad. “Nos acusan de haber violado a una chica. Nosotros, los migrantes negros, no hemos hecho nada malo a los marroquíes”, dice Abdellah.

Devueltos en caliente desde Ceuta

Este senegalés vive en Marruecos desde hace un año entre los campamentos de Casablanca y Fez, y el bosque de Beliones cercano a Ceuta. Consiguió entrar en la Ciudad Autónoma pero “la Guardia Civil me devolvió; después la policía marroquí nos pegó y nos echó los perros”, explica señalando el brazo con una cicatriz de un mordisco.

Cerca están dos chicos de 20 años que acaban de llegar hace dos días tras intentar saltar la valla que separa Marruecos de la ciudad autónoma de Ceuta. Ambos lucen vendajes en la cabeza. “Volví por mí mismo en transporte público y me atendieron gratuitamente en el hospital de Casablanca”, dice en un perfecto español Emmanuel de Guinea Conakry. “¿Por qué no podemos salir de aquí para hacer lo que queremos en Marruecos?”, se pregunta. “No es fácil llegar aquí, no estamos para quedarnos, sino para pasar a Europa”, añade.

Deportados al desierto y a las fronteras

Este sábado resurgió la tensión con los vecinos y uno de los chicos entrevistados por eldiario.es terminó tirado en el suelo a los pies del campamento. Una ambulancia lo trasladó al hospital. “Dadnos trabajo o enviadnos a casa”, “estamos cansados en Marruecos”, o “libranos de esta prisión”, solicitaban a gritos a las autoridades ante la comisaría poco antes de comenzar la pelea.

Las fuerzas de seguridad están deportando a los migrantes a zonas desérticas o a las fronteras. Estos días los periódicos locales del sur de Marruecos informan sobre la llegada de “cientos de inmigrantes de países del África subsahariana a las ciudades de Ouarzazate, Er Rachidia, Tinerhir y Zagora, procedentes de Casablanca, tras los choques violentos con los jóvenes marroquíes”.

Allí, los vecinos les han proporcionado mantas y ropa para hacer frente a la ola de frío que se vive en esas regiones del sureste del país, aunque también hay casos de ciudadanos que han mostrado rechazo a los autobuses.

Un conductor de un autocar entre Erfoud y Zagora asegura que las autoridades le pidieron transferir a 36 migrantes subsaharianos a Zagora, y que se negaron a bajar a su llegada. Un residente de Tinerhir manifestaba en su cuenta de Facebook, “ayer me reuní personalmente con un número importante de africanos en el centro de la ciudad y están en un estado de mierda. Espero que les den dinero y que no asalten los bienes de otros”.

Muchos de los comentarios en las redes sociales son despectivos, hacen alusión a “un regimiento de inmigrantes”, a que “se recibe a los inmigrantes africanos para satisfacer las relaciones diplomáticos” y a como “se reparte la riqueza en este país”.

Las autoridades prohíben a las ONG distribuir ayudas

La estrategia de detención y aislamiento ya se llevó a cabo en el campamento de Fez en el mes de octubre. En el terreno cercano a la estación de tren donde se concentran los migrantes subsaharianos desde hace siete años se construirá un edificio regional del ministerio de Interior. Desde allí, explican que “las organizaciones y asociaciones de ayuda a los migrantes han recibido órdenes de las autoridades para detener cualquier entrega incluso de mantas”. De momento, un americano de la iglesia les ha entregado “a escondidas” unos plásticos para protegerse de la lluvia.

Estos días los medios de comunicación locales hablan de un “mini-Calais en Marruecos” y aluden a los riesgos de aumento del racismo, haciendo alusión a los incidentes en Casablanca que han llegado hasta el Parlamento de Rabat. Un diputado del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM) acusó a los subsaharianos de “constituir bandas criminales”. El ministro de Interior, Noureddine Boutayeb, que respondía a las preguntas dirigidas a su partido, no quiso hacer ningún comentario sobre tal acusación.

Los migrantes de Casablanca utilizan esta oportunidad de hablar delante de periodistas para hacer llegar un mensaje al propio Rey Mohamed VI, que, recuerda Abdellah, “este año fue admitido en la Unión Africana, ha vuelto a la familia africana”.“Si quieren que no vivamos aquí, le pido al Rey que nos lleve de vuelta a nuestros países. Dejamos a nuestros padres allí y nos vinimos a Marruecos camino de Europa para trabajar y ayudar a nuestras familias. Eso es todo”.

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