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Las cenicientas de Bamako: el horror de ser empleada del hogar en África occidental

Dos chicas que trabajan en el servicio doméstico para una familia de Bamako preparan la cena. Cada una gana 15 euros al mes, la cifra habitualmente más alta.

María Rodríguez

Bamako (Malí) —

En Bamako, la capital de Malí, así como en las ciudades de la región de África occidental, hay miles de cenicientas. Son niñas de entre nueve y 20 años que trabajan como servicio doméstico en las familias. Se instalan en los hogares, pero duermen en los pasillos, las cocinas o en la terraza. Trabajan durante todo el día, todos los días de la semana, y si las requieren por la noche, las despiertan. Comen las sobras de sus patrones, ganan entre seis y 15 euros al mes. Es frecuente que reciban golpes, insultos, gritos, castigos severos e incluso que sean violadas.

Les llaman las 'bonnes'. Proceden de las zonas rurales donde las oportunidades de prosperar quedan muy reducidas, por lo que deciden trasladarse a las ciudades. Algunas lo hacen obligadas por la familia para que les ayude en los ingresos, teniendo además una boca menos que alimentar. Otras, por decisión propia, huyendo de los matrimonios forzados o, por el contrario, para preparar el ajuar.

Según explica Massa Koné, secretario general de la Asociación de Defensa de los Derechos del Servicio Doméstico (ADDAD), se trata de un fenómeno que surge tras la descolonización del continente y los programas de ajuste estructural (PAE) que se pusieron en marcha en África en los años 80. Estos proyectos dirigieron el desarrollo hacía las ciudades, al concentrar en ellas todas las infraestructuras y servicios públicos, dejando a su suerte las zonas rurales.

“Esa falta de infraestructuras, el bajo nivel de escolarización, el hambre, la pobreza y la fuerza del sistema patriarcal en el que las mujeres no tienen derechos y es el hombre quien decide, son algunos de los motivos que impulsan a las niñas y adolescentes a venir a la ciudad. Creen que les mejorará la vida, pero lo que les espera es el infierno”, explica Koné.

“Son objetos a utilizar”

“Las chicas que trabajan en el servicio doméstico son consideradas objetos a utilizar”, cuenta Sitan Fofana, presidenta de la asociación. Lo sabe de primera mano. Fofana, que actualmente tiene 25 años, fue también una 'bonne' que vino del pueblo a la ciudad en busca de una oportunidad.

Fofana muestra una cicatriz que tiene en la mano. “Ocurrió cuando trabajaba para una familia. Se cayó un vaso al suelo y cuando fui a recogerlo me rasgué un trozo de carne. Empecé a sangrar muchísimo. ¿Sabes lo que me dijo mi patrón? 'No es mi problema'”, rememora.

Yafoula Lougué tiene 16 años, pero según su documento de identidad cuanta con 23. Su edad real se desconoce, como ocurre con muchas personas que nacen en determinados países de África y no tienen partida de nacimiento.

Sea cual sea, su apariencia es joven, aunque su vida le haya hecho madurar más deprisa de lo necesario. Según relata, Lougué trabajó desde muy joven limpiando las casas de familias malienses. Cuando dejó su pueblo, vivió en dos ciudades del centro de Malí, limpiando, hasta que terminó en Bamako, para ejercer la misma profesión.

Trabajó durante todo su embarazo, relata, y, cuando nació el bebé, la patrona le dijo que todo el dinero que había ganado aquellos meses había ido a parar al parto, que tuvo que realizarse por cesárea. Sin haber descansado tras dar a luz, describe, la obligó a trabajar de inmediato. La gente que se dio cuenta de la situación, avisó a la asociación ADDAD y fueron a buscarla.

“La encontramos muy enferma, delgada… el bebé sólo tenía una semana”. Lougué fue acogida en la sede de la asociación, donde trabaja actualmente ayudando a otras chicas que se encuentran en apuros y buscan refugio y tantear soluciones.

Abusos sexuales y el repudio de la familia

Cuando llega la época de lluvias, que tiene lugar entre junio y septiembre, es el momento en el que más chicas suelen acoger. Es entonces cuando vuelven a sus pueblos para ayudar a las familias con los cultivos y también cuando muchas de ellas reciben su sueldo, explican desde la asociación. Sin embargo, es común que, cuando piden el dinero de todo el tiempo trabajado, sus empleadores se niegan a pagárselo. “Les dicen que el dinero se fue en curarles alguna enfermedad, les descuentan haber roto la vajilla o un robo que no cometieron… Inventan cosas para no pagarles nada”, explica Fofana. Y no pueden volver a casa.

Según ADDAD, son frecuentes los casos de violaciones sexuales ya sea por un miembro de la familia para la que trabaja o alguna persona ajena, denuncian. Cuando estas se quedan embarazadas, acaban siendo rechazadas por la familia para la que trabajan y por su familia del pueblo, encontrándose en una situación de aislamiento y vulnerabilidad.

Es por ello que además de acogerlas y realizar reuniones semanales con ellas para conocer sus problemas, ADDAD también viaja a los diferentes pueblos para sensibilizar a las familias de que no envíen en esas condiciones a sus hijas a Bamako.

“Nosotras también tenemos derechos”, reza el eslogan de esta asociación, que surgió en Bamako en 2011 y que, al ser una problemática de toda la región, ya se ha expandido a otros países como Togo, Burkina Faso, Benín y Costa de Marfil. Según un decreto maliense de junio de 1996, el servicio doméstico tiene derecho a ser declarado por su empleador, que su salario mensual no sea inferior a 33 euros, que trabaje máximo 10 horas al día y que descanse al menos dos medias jornadas en la semana. Unos derechos mínimos que tampoco se respetan.

“Todos los funcionarios pelean para subir sus salarios, pero esos mismos funcionarios tienen una 'bonne' en su casa que duerme en el balcón o la cocina”, critica Koné. Desde la asociación buscan que el servicio doméstico sea contractual, un salario mínimo de 30 euros al mes, una jornada laboral de un máximo de 12, y la ratificación de Malí de la Convención 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que sólo ha sido ratificada en el continente africano por Sudáfrica, Islas Mauricio y Guinea-Conakry.

Sin embargo, “nuestra solución es un problema para otros”, explica Fofana. “A los que tienen el poder no les interesa. La víctima no tiene derechos cuando hay dinero de por medio. Si ellas denuncian, ellos pueden comprar al juez, enviarlas a prisión o las amenazan de muerte. Conozco chicas que han sido violadas, ha pasado el tiempo y, a día de hoy, aún no quieren decir quién es el padre del niño”.

Se desconoce el número de chicas que trabajan como empleadas domésticas en Bamako. En esta ciudad se estima que la cifra giraría en torno a 150.000, indican desde la asociación. Pero lo cierto es que el dato no está actualizado ni se ha obtenido a través de un estudio con todos los parámetros necesarios. Así pues, según Fofana, nueve de cada diez familias cuenta con una o dos empleadas domésticas. “La ciudad se ha organizado para hacerlas venir y explotarlas. La gente se aprovecha de su inocencia. Es la esclavitud moderna”, sentencia Koné.

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