El éxodo centroafricano: año primero
El rótulo que antes adornaba una colina de la capital centroafricana al estilo de Hollywood rezaba “Bangui la Coquette”. Hace unos días ha cambiado a “Bangui, ciudad de la paz”. Un ejemplo palmario de cómo se presume de lo que se carece. También varios campos de desplazados empiezan a cambiar sus nombres a “Ciudad de la Paz”. El conflicto desangra el país mientras alguien intenta disfrazar el drama con retórica: Bangui nunca fue una ciudad coqueta y los centroafricanos están muy lejos de tener paz.
La República Centroafricana (RCA) encaja en casi todos los estereotipos sobre África. Es un país olvidado, ignorado, abandonado a su suerte. Las instituciones centroafricanas nunca llegaron a consolidarse, pero los dos últimos años han dañado muy seriamente un tejido social y tribal que mantenía unidos a los menos de cinco millones de habitantes de la desconocida excolonia francesa, que devino independiente apenas en 1960. Las milicias agrupadas en dos bloques poco homogéneos campan a sus anchas por el país a pesar de las puntuales acciones de la fuerza internacional de pacificación, y la población sigue presa del miedo y buscando refugio allá donde puede.
La explosión de violencia de hace un año, ocurrida a su vez un año después de un cruento golpe de Estado, atrajo la atención sobre este desconocido rincón del centro de África del que apenas nada se sabe. Las imágenes de ataques despiadados contra los civiles al estilo de los vistos en otros países africanos no explicaban ningún porqué pero atraían las miradas mediáticas y políticas. La comunidad internacional desembarcó al por mayor en Bangui, que no en el resto del país, y puso en marcha diversos planes que no han logrado pacificar el país y devolver la gente a sus casas.
De hecho, los datos de Naciones Unidas muestran que desde el pasado septiembre, cuando la fase más virulenta del conflicto había amainado, otras 70.000 personas han dejado sus casas (la mitad de ellas para irse del país). Pero la RCA ya no atrae los focos, y alguna voz llegada de Europa ha osado hablar de la RCA como un lugar “en vías de normalización”, un discurso que casa muy mal con las 900.000 personas que siguen desplazadas o refugiadas en países vecinos y con las condiciones de miedo y pobreza extrema en las que viven la mayoría de los centroafricanos.
El pueblo de Batangafo, en el norte del país y a un centenar de kilómetros de la frontera chadiana, puede servir como ejemplo de la situación del país. La población del lugar no pasa de 25.000 habitantes, pero casi todos han dejado sus casas y malviven en chozas de paja y ramas cubiertas en el mejor de los casos con plásticos. La localidad está casi desierta. Situado entre el hospital gestionado Médicos Sin Fronteras (MSF) y el cuartel de los cascos azules burundeses, ese campo se ha convertido en el mayor del país. Unos diez mil desplazados han llegado de los alrededores de Batangafo, de aldeas que llevan años sometidas al caprichoso dictado de unas milicias mal armadas y aún peor alimentadas que suelen tener como prioridad buscarse el sustento saqueando lo que encuentran a su paso. 35.000 desplazados y subiendo.
Es la ley de la selva solo mitigada por la presencia de organizaciones humanitarias y de unos cascos azules que solo salen de su acuartelamiento para fugaces patrullas que ni de lejos intimidan a los milicianos saqueadores. Todos los desplazados explican historias casi idénticas de huida y de miedo, y repiten a quien los quiera oír que no volverán a casa hasta que no se les garantice la seguridad. “¿Aunque lleguen las lluvias?” “Sí, aunque llueva. Ya haremos algo para cubrir la choza. Prefiero que mi familia esté aquí bajo el agua que expuesta a los hombres armados”, dice Brigitte, una madre de cinco hijos que no pasa de la treintena.
Y un poco más al norte, en Moyenne Sido, otra “Ciudad de la Paz” aloja a más de 2.000 personas que huyeron de Bangui cuando las milicias empezaron sus agresiones y represalias sangrientas. Muchos quedaron atrapados cuando el Chad cerró la frontera hace un año. Aquí uno puede encontrar a un estudiante de telecomunicaciones o a un joyero que malviven en chozas en medio de la nada sin saber qué hacer con sus vidas.
Las condiciones empeoran con el tiempo. El riesgo de epidemias y de malnutrición en emplazamientos como el de Batangafo es evidente, y poco se sabe sobre los que hay allende las fronteras, aunque baste decir que algunos centroafricanos se están jugando la vida para volver a habitar en campos de la RCA.
MSF ha preparado el hospital para el nuevo escenario y prevenir un aumento de casos en el centro. Pero la mayoría de los desplazados ni siquiera están en campos, están en los bosques, cerca de los caminos pero tratando de pasar inadvertidos para los grupos armados. “Esas poblaciones están en una situación de vulnerabilidad incluso mayor que los que están en el campo. No tienen prácticamente nada”, explica la responsable médica de la organización médica en Batangafo, Carmen Terradillos.
Mientras la comunidad internacional diseña en su laboratorio unas elecciones en la RCA para este verano, el país se hunde en la violencia y cientos de miles de centroafricanos vagan por el país de la paz.