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Los jóvenes inmigrantes que han conseguido su primer contrato tras la reforma del reglamento de Extranjería

Diego Guerrero, chef de DSTAgE, con dos estrellas Michelin, y jefe de Abdetawab

Gabriela Sánchez

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Tantas puertas cerradas se encontró Abdetawab en España que aún no llega a acostumbrarse a tener la posibilidad de abrirlas. Desde su llegada a las costas andaluzas hace siete años, cuando aún era menor, nada fue fácil para este joven marroquí. Sin papeles desde su mayoría de edad, ha dormido en la calle, en parques, en casas okupas o incluso en uno de los locales donde trabajaba de manera irregular. 

Mientras trataba de sobrevivir solo y en un país desconocido en plena adolescencia, el joven estudió varios cursos de formación para, cuando llegase el momento de que se abriese una puerta, dice, “no desaprovecharla y entrar por ella”. Ahora, el veinteañero trabaja en Madrid como camarero en un restaurante con dos estrellas Michelin.

La llave que permitió abrir la puerta de Abdetawab, como las de otros tantos jóvenes y menores extranjeros no acompañados, viene de la reforma del reglamento de Extranjería con la que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones facilitó la obtención de permisos de residencia y trabajo a los menores extranjeros no acompañados, que hasta ahora se chocaban con una montaña de trabas burocráticas que empujan a muchos a la irregularidad y la exclusión una vez alcanzaban la mayoría de edad. Este viernes, el departamento dirigido por José Luis Escrivá ha anunciado que más de 9.000 menores y jóvenes inmigrantes han conseguido los papeles desde la entrada en vigor de la medida.

“Ahora me siento una persona”

“Ojalá, a través de esa nueva ley, pueda tener papeles, trabajar y cumplir mi sueño”, decía, cansado y temeroso, Abdetawab unos días después de la aprobación de la reforma. Ese sueño, contaba, no era más que “vivir tranquilo”: “Trabajar, estar bien, vivir como la gente”. Siete meses después, nos recibe con aspecto tranquilo. El miedo ya no está y el agotamiento no se percibe. Ya no vive en una casa okupa, como lo hacía entonces. Comparte piso, le encanta su trabajo y quiere seguir aprendiendo. 

Ha cumplido ese sueño que parecía poco ambicioso, pero durante años creyó casi imposible. “Ahora me siento como una persona. Porque antes, sin papeles, no me sentía como una persona. No existía”, explica, con un corte de pelo impoluto, polo azul oscuro, y zapatillas de colores Vans.

Desde su llegada a España, Abdetawab ha vivido en situación de exclusión, pero nunca se dejó caer del todo. Mantenerse en esa línea no fue sencillo. El joven marroquí ha sobrevivido durante siete años en los márgenes. Ha vivido en parques, en una casa abandonada, en los lugares habilitados en las ferias con las que ha recorrido toda España y hasta en una tetería donde trabajaba sin contrato por 300 euros a cambio de un techo y comida. 

“Lo he pasado muy mal pero todo se olvida, la verdad”, dice cuando recuerda esa etapa. La estabilidad le permite mirar un poco más lejos que antes. “Quiero seguir aprendiendo para ser mejor camarero. Ahora me han abierto muchas puertas. Antes no podía trabajar, ni alquilar un piso. No podía hacer nada. Ahora puedo conocer más cosas que yo nunca he conocido. Ahora tengo más esperanza”, cuenta. 

Adbdetawab, que en estos años ha aprendido un fluido español, quiere estudiar inglés para poder conversar con los muchos clientes extranjeros del restaurante Dstage, del reconocido chef Diego Guerrero, habitual colaborador del programa de la Fundación Raíces ‘Cocina Conciencia’, cuyo objetivo es apoyar la inclusión de menores extranjeros no acompañados y jóvenes extutelados a través de cursos ligados a la hostelería.

El único marroquí de un pueblo de Jaén

Adil habla sonriente por videollamada desde Jaén. El joven, de 19 años, se marchó a vivir hace casi un mes a una pequeña aldea de Pontones cuando consiguió un puesto como camarero en el restaurante el Huerto del Batán. “Aquí la gente me trata muy bien. Soy el único marroquí y la gente no es racista, como en Madrid”, dice el chaval.

Es menudo y luce un pelo rizado con mechas rubias. “Casi no hay jóvenes como yo y a veces estoy un poco aburrido aquí, pero mi jefa se ha convertido en mi familia. No me siento un trabajador, sino un miembro más de su familia”, asegura. 

Su jefa es Yolanda. Había intentado contratar a un joven extutelado antes de la reforma del reglamento y no pudo hacerlo. “Iba a iniciar un negocio, no sabía cómo iba a ir ni cuánto tiempo y me tenía que comprometer a contratar a una persona mínimo un año y 40 horas semanales. Era inviable y los trámites exigidos por la Ley de Extranjería eran bastante complejos”, dice la empresaria. Hasta el cambio normativo, Adil tenía permiso de residencia, pero no de trabajo. Para conseguir una autorización para una actividad lucrativa la normativa imponía numerosos requisitos a estos jóvenes y a las empresas que querían contratarlos. “Tras la reforma del reglamento, ha sido más sencillo. Ahora, con los jóvenes extutelados, es el mismo proceso que con cualquier persona”, dice su jefa. 

Adil pasó casi dos años en distintos centros de menores en Ceuta. En el primero, La Esperanza, estuvo tres meses junto a cerca de 460 personas, en un espacio pensado para alrededor de 270. Dormía sobre un colchón tirado en el suelo y no cursó ningún tipo de formación. Durante la pandemia fue enviado a otro espacio (Piniers) donde empezó a acudir a clases de español. Cuando alcanzó la mayoría de edad, viajó a Madrid por miedo a que le devolviesen a su país, Marruecos. En la capital española vivió durante tres meses en la calle.

Su jefa describe su trabajo desde Jaén. “Su adaptación ha sido brutal. Estamos en plena formación porque, aunque él había hecho cursos, cada negocio es un mundo. De la teoría a la práctica hay un abismo, pero Adil es cañero y lo está haciendo muy bien en todos los sentidos”, dice la mujer que, consciente de la posible soledad que puede sentir un chaval de 19 en un pueblo sin apenas jóvenes, también se ha implicado con él nivel personal. “Es uno más de la familia. Nuestro pequeño. Y en el pueblo le han cogido mucho cariño”, cuenta. 

El sueño de Abdetawal y Adil, conseguir permiso de residencia y trabajo, venía siempre aparejado de otro deseo: poder viajar a Marruecos para ver a su familia. 

Sin papeles, Abdetawal llevaba siete años sin ver a su familia. Lo primero que hizo cuando supo que había conseguido los papeles fue llamar a su madre. También hizo lo mismo cuando conoció que el Gobierno había aprobado la reforma del reglamento de Extranjería. Y cuando consiguió trabajo. “Tengo muchas ganas de verla. Cuando vaya a Tánger, solo voy a estar con ella. Lo ha dado todo por mí. Me ha necesitado mucho y yo a ella”, dice el veinteañero. Hace un año, el joven perdió a su hermano pequeño en una patera rumbo a España. Se abrazará por fin con los suyos el próximo mes de agosto, cuando el restaurante cierre por vacaciones y ya haya ahorrado algo de dinero para costearse el viaje. 

“Voy a ir en julio a ver a mi madre”, dice también contento Adil. Por fin puede costearse el viaje a Marruecos sin riesgo de perder los papeles. Le acompañará Yolanda, su jefa. Quiere presentársela a su familia. 

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