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Migrantes desaparecidos en México: retratos de la tragedia

“Nos vamos para ver si compramos una casita”, dijeron los desparecidos antes de partir a EU./ Foto: Antonio Cruz/ SinEmbargo

Sinembargo.mx

Sobre ellos existen pocos datos. Se sabe de los que llegan, los que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos, los que mandan remesas y contabiliza el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Pero sobre los que se quedan en el camino, atrapados entre las fauces de un país que los sepulta en fosas clandestinas, mutila, recluta, viola y asesina, poco se conoce.

Desde hace casi una década, grupos de madres centroamericanas salen de sus países de origen para recorrer la Ruta del Migrante en México con la esperanza de encontrar a sus hijos, vivos o muertos.

Este año viajaron en la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos alrededor de 40 mujeres de cuatro países: Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Durante su travesía se dieron cinco encuentros. Uno de ellos surgió gracias a que una mujer migrante reconoció su rostro en una de las decenas de fotografías que viajaron desde Centroamérica.

Sin embargo, no todas tuvieron suerte y siguen en la búsqueda de sus hijos perdidos. Los que un día emigraron de sus países para conseguir un empleo digno en el país de los sueños, en la nación que paga en dólares, en la tierra prometida del “sueño americano”.

“Mamaíta nos vamos para comprarte una casita”

José Vinicio y Esteban Salvador Pérez Vázquez salieron de Guatemala un 21 de marzo de 2010 para emigrar a Estados Unidos y ya no regresaron. Se perdieron en tránsito por México y dejaron a Gabriela Vázquez, su madre, con las manos vacías y el recuerdo de aquella promesa: “mamaíta nos vamos a ir para ver si podemos lograr comprar una casita”.

Gabriela está destrozada y cansada. Ha viajado por varios estados de la República, sin conseguir el éxito esperado. Dejó Guatemala, se colgó del cuello las dos fotografías de sus hijos de 30 y 20 años y se dispuso a viajar por México de la mano de su hijo menor.

En Guatemala, José Vinicio y Esteban Salvador descargaban camiones de arena, trabajaban como ayudante de albañil y ayudante de camioneta para poder ganar unos cuantos quetzales. Pero los muchachos se cansaron de salarios miserables y de vivir en la pobreza y, por eso, decidieron emigrar hacia Estados Unidos. “Como toda persona que quiere salir de la pobreza en que estamos, me dijeron 'mamaíta nos vamos a ir para ver si podemos lograr comprar una casita', porque no vivimos en lo propio, vivimos en los ajeno. Usted sabe que, en lo ajeno, si uno no tiene para pagar es discriminado por las personas, los dueños de la casa. Por eso ellos tomaron la decisión de salir”, dice Gabriela.

La mujer asegura que sus hijos son buenos, humildes y no son criminales. Porque escuchó que hay quienes consideran a los migrantes unos delincuentes. “Me duele cuando dicen que son unos criminales, cuando no lo son. Diosito sabe que no es así, que mis hijos no son criminales, ellos emigraron para otras tierras por la necesidad, no porque vengan huyendo de algo”. Gabriela no volvió a saber nada de sus hijos desde 2010, cuando en una llamada, el mayor, José Vinicio, le dijo que ya estaban en la frontera.

Su hogar en Guatemala se ha quedado aún más empobrecido que cuando se fueron: la madre de los jóvenes todavía debe el dinero que pagó al coyote para que cruzaran la frontera con México. Durante su paso por México, algunos migrantes le dijeron que vieron a los dos muchachos. Con ello, Gabriela alimenta su esperanza de que siguen vivos.

“Me dijeron 'a estos muchachos los hemos visto, son muy humildes'. Así son mis hijos, muy serios, muy humilditos”, dice. “Los hijos es lo más bello que uno tiene. Y pensar que pasan navidades sin ellos, lamentablemente solo me queda pedirle a Dios que me dé paciencia, fuerza para vivir”.

Honduras: “El narco lo tiene”

Ana Enamorado llegó a México por primera vez en la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos de octubre de 2012 y nunca más volvió a Honduras, su país de origen. Se mudó al Distrito Federal con lo único que traía: ropa, objetos personales y un par de zapatos. Dejó todo lo construído durante su vida de 42 años y, hoy, está dispuesta a morir por volver a ver a su único hijo, Óscar Antonio López Enamorado, quien desapareció en Guadalajara (Jalisco) en 2008.

Aunque perdió el contacto con su hijo de 17 años hace cinco, Ana sabe que fue reclutado a la fuerza por el crimen organizado. Óscar salió de Honduras huyendo de la violencia, la pobreza y problemas conyugales entre sus padres. Quería llegar a Estados Unidos, establecerse en un empleo y estudiar leyes. “Salió de allá porque no hay muchas oportunidades de empleo, la violencia es muy fuerte. Me dijo: 'me voy a ir a Estados Unidos, aquí está muy peligroso', porque igual que aquí cogían a los jóvenes, se los llevaban y los mataban. Me dijo 'yo me voy para allá, allá terminaré mis estudios', porque su meta era estudiar Derecho, pero no dejaron que acabara su sueño”, dice Ana Enamorado.

Óscar vivió un año en el país anglosajón. Durante ese tiempo hablaba con su madre a través de mensajes de texto diarios pero, un día, la comunicación se cortó. “Mi hijo llegó a Estados Unidos, estuvo un año viviendo allá, luego un día me llamó y me dijo que ya estaba en México, en Jalisco. No entiendo a qué vino a México, ni cómo llegó. Solo me dijo que se había regresado con un amigo de Jalisco”, dice. Ana recuerda que el contacto que mantenía con Óscar se fue reduciendo poco a poco, hasta que un día dejó de saber de él. “Pasados unos meses me llamó un tipo, me dijo que necesitaba dinero, porque mi hijo había chocado una camioneta. Entonces supe que se trataba del crimen organizado, me extorsionaron. Creo que mi hijo estuvo explotado, reclutado, y que se lo trajeron de Estados Unidos, quizás no a la fuerza, pero con engaños”, dice Ana.

La madre de Óscar asegura que tiene información que consta en una denuncia efectuada ante las autoridades de Guadalajara a principios de año. “Yo entregué mucha información a las autoridades de Guadalajara y no han hecho nada. Eso me indigna. Las autoridades no hacen nada por nosotros, ni por los centroamericanos, ni mexicanos, ni nada. Yo sé que el crimen tiene a mi hijo y no digo que lo busco muerto, lo busco vivo, porque vivo se lo trajeron y me lo tienen que entregar”.

Ana teme por su vida. Asegura, en la búsqueda de su hijo, ha empeñado su seguridad y tranquilidad. Pero no le importa. El dolor de la ausencia de Óscar la tiene muerta en vida. Las energías que le quedan, solo son para buscarlo. “Voy a buscar a mi hijo hasta el último día de mi vida. Doy mi vida con gusto. Yo sigo en esta lucha”.

Nicaragua: “Estará un hospital psiquiátrico o en la calle”

María Giselle González Márquez salió de Managua (Nicaragua) en 2005 con la intención de emigrar hacia Estados Unidos, pero el dinero que llevaba para pagar al coyote se le terminó y se quedó en el Distrito Federal a trabajar.

Julia Márquez, su madre, habló por última vez con Giselle el 31 de diciembre de ese año y hasta hoy, su paradero es un misterio. La joven es madre soltera y salió de Managua para conseguir un empleo mejor remunerado y así sostener a su hijo, que entonces tenía 14 años y deseaba estudiar. “Estuvo en Guatemala cuatro meses y luego cruzó a México y se vino al Distrito Federal. Aquí trabajó en casa de unas personas originarias de Israel. Luego salió de ahí y empezó a trabajar en otra casa”.

Aunque Julia indica que aquel trabajo fue el último que tuvo su hija, los giros de dinero que enviaba a través de un intermediario de nombre Óscar Raymundo Quiroz, se realizaron desde la ciudad de Toluca (DF) y Culiacán (Sinaloa). “Ese hombre era el que llamaba y le pasaba el teléfono. También el que ponía el dinero que ella mandaba. Iba a su nombre porque ella estaba ilegal, me mandaba unos 80 dólares cada mes”, añade.

Julia recuerda que su hija Giselle empezó a alejarse de su familia. Dice que el hombre que depositaba los giros se lo prohibió. “Se iba a traer a México a uno de sus hermanos, pero ese hombre le dijo que no. Él llamó a mi hijo y le dijo que era muy difícil pasar, que era peligroso, que mejor se quedara allá, porque la muchacha se ponía muy nerviosa. No sé, quizás le pudo dar una depresión. Yo me imagino que ese Óscar le prohibió hablar con nosotros. Estará en un hospital psiquiátrico o andará en la calle”, sostiene.

Actualmente el hijo que Giselle dejó de estudiar Contabilidad y trabaja en una agencia aduanera en su país. “Él me dice 'abuela no te preocupes tanto porque no la encuentras, vas a enfermar'. Pero sabe que no puedo rendirme. Necesito encontrar a mi hija para que estemos todos juntos de nuevo”.

El Salvador: “Los dólares no están en un palo”

Hace once años Rafael Alberto Rolín Celaya llamó a sus padres desde México. Decía que estaba a punto de emprender un viaje para cruzar el país con destino a la frontera entre México y Estados Unidos con la ayuda de un coyote.

El muchacho, originario de El Salvador, salió en busca de dinero y, también, siguiendo a su novia, quien, meses antes, había emigrado hacia ese país con éxito. “Mi hijo salió porque no tenía empleo. Había encontrado uno muy mal pagado. Su novia llevaba cinco meses fuera del país. Hay muchas razones por las cuales los migrantes, nuestra gente, nuestros hijos se van, de alguna manera obligados.

Me dijo 'me voy para reunirme allá con ella', entre sus sueños estaba ayudarnos, sentirse como una persona realizada“, dice Anita Celaya Galán, su madre. Antes de salir de El Salvador, Anita habló con su hijo. Le expuso los peligros que podía encontrar en Estados Unidos, ya que en aquel momento estaba reciente el atentado del 11 de septiembre de 2001. Pero Anita nunca imaginó que verdadero reto para su hijo fuese cruzar a salvo varios estados de la República Mexicana. ”Yo le dije 'no te vayas hijo, están matando a la gente, los están confundiendo con terroristas', mi muchacho no me hizo caso, le pudo más la necesidad de venirse.

Cuando estaba en la casa del coyote yo le dije que se viniese, que no nos íbamos a morir de hambre, que podríamos solucionarlo de cualquier forma. Pero no me hizo caso“, recuerda Anita. La mirada de la mujer se humedece. Prosigue: ”Creen que con llegar a Estados Unidos se cumple todo. Hay mucha gente que se decepciona al llegar y encontrarse con que los dólares no llegan solos, que hay mucha discriminación y explotación“.

Anita está segura de que Rafael no cruzó la frontera norte, porque otro de sus hijos vive en el estado de South Carolina. “Alguien llamó a mi otro hijo que vive en South Carolina y le dijo que tenían a su hermano. Le pedían 3.500 dólares. Consiguió lo que pudo y les mandó mil 800 dólares, pero nunca pudimos encontrarlo”, lamenta.

Desde entonces, Anita no descansa. En su país participa activamente en una red de madres que buscan a sus hijos desaparecidos en México. “Es como si ayer se hubiese ido mi muchacho. He dejado de llorar, hemos aprendido a caminar en este calvario con el amor de una madre. Hay una gran indignación por cómo están violando los derechos de nuestros hijos, pero eso nos hace caminar. A mí me ha hecho trabajar mucho”, continúa.

La madre de Rafael dirige el Comité de Familiares Migrantes Desaparecidos de El Salvador desde 2006, a través del cual se han identificado 350 casos, de los cuales 180 están en manos de la Procuraduría General de la República (PGR). “Mandamos pruebas de ADN de 600 familiares a la PGR para poder compararlas con los restos de migrantes que están en las fosas. Yo no lo he visto muerto, así que no puedo cruzarme de brazos ni desistir de su búsqueda”.

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