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The Guardian

Los trabajadores humanitarios resisten en Myanmar pese a la masacre de Nochebuena

Un camión traslada a un grupo de jóvenes en Myanmar.

Rebecca Root

Bangkok —

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“La masacre de la semana pasada es un ejemplo de la inhumanidad e inmoralidad del ejército”, dice Michael Isherwood, presidente de la Misión Humanitaria de Birmania y director del programa Backpack Medics. Las fuerzas del Gobierno militar de Myanmar asesinaron a al menos 35 personas, entre ellas dos trabajadores de la ONG Save the Children, en Nochebuena.

La ONG calificó el ataque de “absolutamente horroroso” y la ONU instó a que se investigaran los hechos. Sin embargo, Isherwood dice que ataques como el del 24 de diciembre no son aislados y describe a un ejército que “dispara al azar a hombres, mujeres y niños desarmados, que roba el ganado y quema las casas hasta no dejar ni los fundamentos, que utiliza la violación como arma”.

El jefe de la misión dice que los médicos con los que trabaja son conscientes de los riesgos y “entienden que el ejército birmano no tiene moral, ni temple, ni nada que se parezca remotamente a la decencia y el comportamiento civilizados”.

Desde que los militares arrebataron el poder al gobierno elegido por Aung San Suu Kyi en febrero del año pasado, se han sucedido asesinatos, encarcelamientos y situaciones de caos. También han surgido grupos de resistencia. Pero cualquiera que se oponga a la junta militar corre el riesgo de ser detenido, condenado a trabajos forzados o asesinado.

Mas de 1.300 muertos

Según los cálculos de un grupo local que intenta llevar un registro de casos, más de 1.300 personas han muerto a manos de las fuerzas de seguridad.

Otro trabajador humanitario, que prefirió no ser identificado, afirma que “la masacre de Kayah no marca un nuevo nivel de violencia. No es un cambio en el patrón de las fuerzas de seguridad. No es inusual en este contexto. Es una táctica normal”. Y agrega que el ataque pretendía “oprimir a través del miedo a la población civil” y que los trabajadores humanitarios no eran el blanco de ataque.

“Están atacando a la población civil de forma flagrante, atroz y frecuente, y esto suele ocurrir en zonas donde se necesita apoyo de las organizaciones humanitarias, y por consiguiente aumentan los riesgos colaterales para los cooperantes”, dice. De todos modos, confirma que su organización continuará su trabajo a pesar del riesgo.

La represión de los medios de comunicación nacionales ha dificultado que se conozcan los detalles de las presuntas atrocidades. El hecho de que Save the Children haya sido víctima de la masacre de Kayah ha ofrecido muestras de los riesgos que afronta habitualmente la población de Myanmar.

Según el Grupo de Derechos Humanos Karen, en la región de Sagaing, 11 civiles fueron quemados vivos el 7 de diciembre y 40 personas murieron en tres ataques diferentes en julio.

Inger Ashing, directora ejecutiva de Save the Children, emitió un comunicado en el que afirmaba que “la población de Myanmar sigue siendo objeto de una violencia creciente y estos hechos exigen una respuesta inmediata”.

Todo ocurrió de repente

El día de Nochebuena, se encontraron cuerpos masacrados en una carretera a las afueras del pueblo de Moso, en el estado de Kayah, al este de Myanmar, donde los rebeldes prodemocráticos habían estado luchando contra el ejército.

Entre las víctimas había niños, mujeres y dos miembros del personal de Save the Children. La ONG ha explicado que sus dos trabajadores se dirigían a la oficina después de trabajar en el terreno y les sorprendió el ataque de los militares.

Según los medios de comunicación públicos, el ejército de Myanmar dijo que había matado a varios “terroristas con armas” después de que las personas que viajaban en siete vehículos se negaran a detenerse. Las imágenes del lugar de los hechos muestran los restos de varios cuerpos dentro de los camiones incendiados.

“En este caso, no creo que hubiera ninguna sensación particular de que la carretera fuera arriesgada. Ocurrió de forma bastante repentina. Hacerlo en Nochebuena probablemente no fue accidental”, dice un miembro del personal internacional que vive en Myanmar y que pidió el anonimato por razones de seguridad.

El trabajador humanitario afirma que, en lo que respecta a sus operaciones, se mantendrán en estrecho contacto con el personal del estado de Kayah y harán un seguimiento de sus viajes. “Estamos intentando hacer lo que podemos para aconsejar a la gente sobre dónde es seguro ir y dónde no, pero no se puede saber realmente. La violencia campa a sus anchas”.

Traducción de Emma Reverter

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