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ENTREVISTA | Zannah Mustapha

El profesor de los huérfanos de Boko Haram: “Juntamos a los hijos de ambos bandos del conflicto”

Mustapha y su hijo, matriculado en una clase de guardería en la escuela. Future Prowess Islamic Foundation School, Maiduguri, Estado de Borno, Nigeria.

Icíar Gutiérrez

Cada mañana, Mustapha llega al colegio ataviado con su uniforme verde de cuadros y una gran mochila azul que ocupa por completo su pequeña espalda. Quiere ser médico, dice, para poder ayudar a sus familiares. Mustapha llegó a esta escuela en Maiduguri, la capital del Estado de Borno (Nigeria), tras una larga travesía. Boko Haram había llegado a su pueblo y lo había devastado todo a su paso. Mustapha tenía solo nueve años.

“Escuchamos fuertes explosiones de los disparos. Cuando huimos de casa, nos encontramos a mis padres asesinados”, recuerda en un testimonio recogido por la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) sentado en un pupitre de su escuela. Allí comparte aula con Omar, huérfano de un combatiente del grupo terrorista. O tal vez recreo con Falmata, o con Samira, nacidas también en el lado insurgente.

Omar, Falmata y Samira son nombres ficticios. Sus casos son reales, pero Zannah Mustapha, fundador del colegio, prefiere no revelar su identidad para protegerlos. “Somos sus padres, sus guardianes, y ellos son niños, y nos da miedo que sigan los pasos de la división que existe en la sociedad. Queremos que crezcan como amigos y que aprendan juntos”, explica en una entrevista con eldiario.es.

Abogado de profesión, Mustapha puso en marcha en 2007 el colegio Future Prowess. En estos diez años, ha luchado sin descanso para que todos los menores desplazados por la violencia en el país africano, sin importar su origen, reciban una educación de calidad. Este lunes, Mustapha ha recogido en una ceremonia en Ginebra el Premio Nansen, el galardón más importante que concede Acnur a las personas que destacan por su trabajo en favor de los refugiados.

El organismo de la ONU ha reconocido la gran importancia de su labor para “fomentar una coexistencia pacífica y reconstruir las comunidades” en el noroeste de Nigeria, la región más azotada por los enfrentamientos entre el Ejército nigeriano y la milicia extremista. Desde 2009, esta guerra se ha cobrado la vida de más de 20.000 personas y ha dejado 2,3 millones de desplazados en la cuenca del Lago Chad.

“Los estigmas se quedan fuera de la escuela”

El objetivo de Mustapha era, en un inicio, apoyar a los niños de la zona, una de las más empobrecidas del país. Sin embargo, cuando el conflicto estalló dos años después, la escuela abrió sus puertas a los desplazados por la violencia que iban llegando a la zona. “La mayoría de estos niños se quedaron atrapados en la calle sin ninguna opción, perdieron sus medios de subsistencia para poder estudiar, muchos habían perdido a sus padres. Así que sentí que debía ayudarles”, resume el letrado nigeriano.

En Borno, más del 57% de las escuelas están cerradas, según ha alertado estos días Unicef. Más de 2.295 maestros han muerto y 19.000 se han visto forzados a huir desde 2009. Casi 1.400 escuelas han sido destruidas.

En medio de tanto desastre, el colegio fundado por Mustapha ha logrado mantener sus puertas abiertas. “Y lo hemos hecho no solo para una parte de la sociedad, sino para los dos lados del conflicto: los hijos de las víctimas de Boko Haram, pero también los de los combatientes que han sido asesinados y cuyos familiares son repudiados. Queríamos que estuvieran juntos”, insiste.

El profesor cuenta cómo en sus clases trata de que reine la reconciliación que desea para su país: los prejuicios y estigmas por los que gran parte de la población cree que estos niños son los “enemigos” o que heredan el extremismo de sus progenitores, dice, “se quedan fuera” de las aulas.

“Gracias a la unidad, a que crecen como si fueran uno y sin prestar atención a las diferentes ideologías, aprendiendo juntos, pueden volver a las condiciones en las que estaban antes de la violencia”, sostiene.

Comenzó con 36 niños y niñas. Ahora ya son 540 y hay otros 2.000 en lista de espera. Hace un año abrió una segunda escuela solo a unos pocos kilómetros de la primera. Por allí pasan a diario 88 estudiantes que han perdido a sus padres. Los alumnos reciben educación gratuita, comida y también atención psicosocial.

“Cuando la mayoría de estos niños presencia el asesinato de sus padres, se encuentran con esta cicatriz psicológica y están traumatizados, pero con el apoyo psicológico de las sesiones, la mayoría son capaces de recuperarse y superarlo, y ahora viven una vida normal. No queremos que se encadenen en sus emociones y sentimientos, nos gusta mostrar los aspectos positivos y que los niños son capaces de recuperarse del trauma”, reitera.

“Estos niños deben ser empoderados de tal manera que puedan defenderse solos en la vida”. Que los estudiantes dejen atrás el rencor no solo da sentido al proyecto, sino que es, a su vez, el “mayor reto” que tienen por delante, a juicio de su fundador. “Se trata de que los niños rehagan su vida y no sigan los pasos de sus padres. Es un proceso de curación”, comenta.

Una cooperativa para mujeres afectadas por el conflicto

El mismo convencimiento que le llevó a juntar a los huérfanos de Boko Haram, de los militares y los civiles asesinados en las aulas, llevó a Mustapha a brindar apoyo a las viudas y madres de estos niños, condenadas a la pobreza. “Juntándolas tratamos de impulsar su integración, que es lo que queremos. Que se ayuden unas a otras”, argumenta.

Casi 600 mujeres trabajan en las cooperativas que han puesto en marcha. “En esta ciudad el hombre es el cabeza de familia. Y las mujeres no pueden ocupar la posición que ha dejado el marido cuando muere porque no tienen ningún medio de subsistencia ni apoyo para salir adelante”, explica.

“Con formación y un sustento económico son capaces de salir delante por ellas mismas. Sus hijos pueden ir al colegio. Solo les damos apoyo y desarrollan sus propios proyectos”, prosigue.

Asimismo, muchas de estas madres participan en una asociación que tiene poder de decisión en la dirección de la escuela, según comenta el profesor. Por ejemplo, los alumnos reciben una educación basada en la religión musulmana pero también la llamada “occidental”. Aprenden árabe, francés, inglés, matemáticas... “Ellas son las que decidieron el programa o incluso el código de vestimenta. Son parte del proceso, nada se impone. Tienen ese derecho exclusivo, no les enseñamos nada que no sepan, ni nada que no quieran”, esgrime Mustapha.

Mediador en la liberación de las niñas de Chibok

El abogado ha logrado ganarse, según Acnur, el reconocimiento de sus vecinos por su labor. Por esta razón, se convirtió uno de los principales mediadores para la liberación de las 274 estudiantes de Chibok secuestradas por Boko Haram en 2014. “Mustapha contactó con los secuestradores y, tras una serie de medidas para fomentar la confianza, pudo negociar la liberación de 21 niñas. En mayo pasado obtuvo un gran avance, cuando otras 82 chicas fueron liberadas”, relata la Agencia.

Cuando fueron liberadas, allí estaba el profesor para darles la bienvenida. “Fue un proceso largo y tedioso de reuniones y negociaciones con la colaboración de muchos actores, pero gracias a Dios fuimos capaces de superarlo y liberar a una parte. Muchas siguen secuestradas, pero seguimos caminando para que estas chicas regresen”, afirma.

Borno está inmerso en la violencia, pero también en el hambre y una epidemia de cólera que ha matado a 48 personas. Nunca en la historia de la región había presenciado, dice Mustapha, “una destrucción y una matanza de estas magnitudes”. “Sin la ayuda internacional no nos podríamos recuperar”.

¿Se ha olvidado el mundo de Nigeria? “El problema no es de olvido. La población todavía no entiende la magnitud de lo que ha ocurrido ni lo que va a pasar ahora. Ahora es cuando este proceso ha empezado”. Por ahora, la paz anhelada y el fin de la fractura social tratan de abrirse paso en las aulas de su escuela, el lugar “donde cada niño importa”, venga de donde venga.

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