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Las investigaciones de economistas mujeres tienen un 7% menos de posibilidades de llegar al “escaparate” de las conferencias

La economista y profesora de Harvard Kennedy School Carmen Reinhart

Marina Estévez Torreblanca

Las conferencias económicas son el escaparate en el que los investigadores pueden presentar sus trabajos, confrontarlos a la opinión de sus colegas, recibir ideas y recomendaciones para mejorarlos, y también conseguir prestigio académico. Los economistas que se dedican a la investigación mientras trabajan en universidades o bancos centrales envían sus artículos (o papers, en inglés, que además es la lengua de trabajo habitual) a estas conferencias, donde un grupo de evaluadores decide si serán los elegidos para su presentación.

Si el artículo está elaborado solo por autoras tiene un 6,8% menos de posibilidades de pasar este filtro que si es un panel de autores exclusivamente masculino. El motivo más probable no tiene tanto que ver con una discriminación directa de género como con la existencia de redes de influencia predominantemente masculinas: los evaluadores tienden más a conocer a los autores que a las autoras, y por eso los eligen con más facilidad pese a que los contenidos del trabajo y el impacto académico de autores y autoras sean equiparables.

Es la conclusión a la que llega el estudio “Brechas de género en la evaluación de la investigación”, publicado por el Banco de España. Sus autores son Laura Hospido, economista en la entidad supervisora e investigadora el instituto IZA de economía del trabajo y el también economista del Banco de España Carlos Sanz.

Uno de los hallazgos más llamativos de la investigación es que la brecha se debe en su totalidad a las evaluaciones realizadas por hombres: las evaluadoras mujeres aceptan en igual medida artículos escritos tanto por hombres como por mujeres, pero los evaluadores hombres son más favorables a los artículos escritos por hombres.

Otra conclusión es que cuanto menos conocidos son los autores y menor es su trayectoria, menos diferencias por género se encuentran.

Para este estudio Hospido y Sanz han utilizado datos del Congreso Anual de la Asociación Europea de Economía (2015-2017), el Simposio Anual de la Asociación Española de Economía (2012-2017) y la Reunión Anual de la Asociación de Jóvenes Economistas (2017). Solo en 2017, cada una de ellas fue marco de 1.000, 350 y 150 presentaciones de artículos, respectivamente. Eligieron estos tres foros por la mayor facilidad de acceso y sistematización de sus datos preservando las garantías de confidencialidad.

Los autores aseguran que han tratado de eliminar todo tipo de sesgos que pudieran explicar las diferencias estadísticas. Es decir, han comparado el mismo número de artículos presentados, evaluados por las mismas personas, elaborados por equipos de coautores comparables en términos de composición, publicaciones y con investigadores que hayan trabajado oque trabajen en instituciones similares. Y en estas condiciones perfectamente comparables, Hospido y Sanz han calculado que la probabilidad de que sean aceptados los artículos escritos exclusivamente por mujeres es 3,2 puntos porcentuales menor que la de que sean aceptados los escritos únicamente por hombres. Dada la tasa de aceptación de referencia para artículos con todos los autores masculinos (47,1%), esto equivale a un efecto del 6,8%.

Así, la brecha está presente después de controlar por número de autores; efectos fijos de evaluador; área de investigación; número de citas del documento en el año de la solicitud; número de publicaciones previas de los autores, y calidad de las afiliaciones de los autores.

“En economía hasta ahora siempre se ha interpretado que cualquier diferencia entre géneros no explicada por características observables de los individuos es discriminación, es discriminación, pero nos cuesta mucho creerlo”, explica a eldiario.es Laura Hospido, que habla más bien de sesgos “que pueden ser completamente inconscientes”. El contexto de las conferencias es mucho más propicio para que existan estas diferencias de trato en una situación de igualdad de condiciones que el envío de artículos a revistas, sobre todo por el número de artículos que los evaluadores deben revisar en un tiempo limitado en el primer caso.

“Creemos que el mecanismo que más puede ser coherente con el resultado que tenemos es el de las conexiones. Tienes una persona evaluando muchos papers en poco tiempo y además del contenido mira el autor, y la posibilidad de que se conozcan no es menor y puede afectar a estas decisiones”, afirma Hospido. “Hay evidencias de que los hombres tienen más conexiones en la academia, particularmente en economía, y que esas conexiones y redes son más masculinas –añade– lo que sería coherente con esos resultados, aunque es cierto que es algo que no podemos demostrar en nuestros datos”, admite la economista.

Una de las posibles soluciones que plantean los autores es conseguir que haya más mujeres en los grupos de evaluadores, ya que son ellos los que introducen el sesgo, como ya se está planteando en algunas conferencias. La Asociación Española de Economía ha decidido recientemente que contará con un panel de evaluadores paritario para las futuras ediciones de sus conferencias. “Nuestros resultados sugieren que esta decisión puede mejorar la igualdad. de oportunidades para mujeres economistas”, concluye el estudio.

Artículos ciegos: no es buena opción

La opción de evaluar artículos “ciegos”, sin que los examinadores sepan quién lo firma, no sería la adecuada, según Hospido, por la sencilla razón de que sería muy fácil saber quien lo ha elaborado. “No somos tantos. Es probable que los evaluadores ya conozcan a los autores porque ya hayan sido presentados en seminarios”, recalca.

Para Hospido, hay una cierta “explosión” de investigaciones de género en economía porque “hay preocupación” sobre el hecho de que la presencia femenina en el mundo académico de la economía aumentase continuamente en las últimas décadas hasta estancarse hace unos diez años. “Subir la guardia en este tipo de situaciones es bueno, para ver si existe o no un sesgo”, concluye la economista.

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