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“Tengo miedo de poner la calefacción por la factura que pueda llegar”

Luis (en el centro), uno de los afectados por la pobreza energética, junto a compañeros de la PAH de Fuenlabrada. / Pablo Barroso

Carlos Corominas

Mantener la vivienda a más de 18º no es una cuestión de comodidad. Insuficiencias respiratorias, complicaciones cardíacas y mayor riesgo de sufrir problemas mentales son algunas de las consecuencias de no poder superar este umbral marcado por la OMS como seguro.

Más de 50 millones de personas en Europa sufren la pobreza energética, según el Comité Económico y Social Europeo, que en un reciente informe alertaba de que la pobreza energética mata física y socialmente.

En España, el 17,9% de los hogares no pueden mantener la vivienda a una temperatura adecuada, según datos del INE. La pobreza energética no es sólo una estadística, es una realidad compuesta por verdades con nombre propio.

Amparo: “¿Cómo cocinamos si no podemos usar la vitrocerámica?”

375 euros. 4 hijos en casa, todos en paro. 311 euros. Amparo tiene la factura de Iberdrola en la encimera y la enseña sin recelo, para demostrar que es de verdad, para convencer y convencerse de que debe esos 311 euros. “No puedo pagarla y no sé qué vamos a hacer. Todos los ingresos que tengo son los 375 euros de la pensión”.

Hace 27 años que Amparo se quedó viuda y, actualmente, cuatro de sus ocho hijos viven en su casa, todos sin empleo. Además, el piso quedó totalmente carbonizado en un incendio hace un año y todavía se dibujan algunas marcas en las paredes. “Menos mal que tengo a mi Alberto, que es muy habilidoso y ha arreglado toda la casa”, dice Amparo.

Alberto era oficial de obra hasta que estalló la burbuja. Gran parte de los electrodomésticos y muebles que hay en el piso son trueques que ha hecho con amigos a cambio de pequeños arreglos en sus casas. Ni Alberto ni Amparo se plantean engancharse ilegalmente a la red. “Eso sería como robar y nosotros no robamos”, afirma Amparo. Para Alberto una posibilidad sería usar velas pero “¿cómo cocinamos si no podemos usar la vitrocerámica?”. Ya ni se plantean poner la calefacción, todos van con abrigo dentro de casa. “Tengo miedo de poner la calefacción por la factura que pueda llegar”, cuenta Amparo.

Ahora les preocupa la nueva factura de la luz. “He visto que suben la parte fija y que dará igual que consumas más o menos”, dice Alberto y se pregunta: “Si nos suben el fijo, ¿cómo vamos a ahorrar si ahora sólo usamos la luz para cocinar y poco más?”

Luis, un nuevo candado para el gas

A Luis le cortaron el gas hace dos meses. Se retrasó con dos recibos y un día se encontró con que le habían cortado el gas y le habían puesto un candado en la toma.

“Llamé a la policía y les expliqué el caso. Les dije que con dos hijos pequeños no me iba a quedar sin gas en invierno y que iría probando hasta descubrir la contraseña. El policía me contestó que hay formas más fáciles de abrir un candado”, relata. Así que alquiló una cizalla, rompió el candado, volvió a conectar el gas y puso un candado nuevo igual al otro. “Así, si se asoman los del gas, no notarán nada raro”.

Luis es otro parado más de la construcción. Tras trabajar durante años manejando una grúa, pasó por varios empleos hasta quedarse definitivamente sin trabajo y ya se ha quedado sin la ayuda de 426 euros. “Ahora estamos con el plan Prepara, pero ahí te pagan cuando quieren”, explica. Y añade: “Para pagar la luz nos apañamos siempre en el último momento, pero con el gas no pudimos”.

A Luis no le preocupa mucho pasar frío, pero sí que lo pasen sus dos hijos: “No puedo dejar a mis hijos sin calefacción”. Luis participa de manera muy activa en la PAH de Fuenlabrada y este jueves se ha sumado en la paralización de un desahucio. “Lo que tendría que hacer la Administración lo está haciendo el pueblo”, afirma mientras revisa la documentación de una familia que va a ser desahuciada próximamente.

José, enganchado a una farola

A José los proyectos le hierven en la cabeza. Sobrevive vendiendo el jabón que hace con aceite usado que le dan otros vecinos de Fuenlabrada. “Ahora he empezado a trabajar el hierro y estoy empezando a restaurar muebles y a arreglar bicis”. Tiene en mente un mecanismo para hacer huertos en las terrazas de las casas: “Creo que eso se puede vender”.

José trabajaba en una empresa de telecomunicaciones hasta que le echaron: “Empezaron a contratar a gente más joven a la que pagaban la mitad”. Cuatro meses después de perder su trabajo, tuvo que abandonar también su piso de alquiler. Pero aprovechó esos cuatro meses de paro para buscar gente en su misma situación y unirse para echarse una mano mutuamente. Así conoció a los que ahora forman la Plataforma Hoy por Ti, que recientemente se ha regularizado como asociación.

“Después de irme del piso, me metí en una nave donde la asociación guardaba la comida, y así la protegía de las ratas y de los ladrones”. El dueño decidió alquilarla y ahora vive en otra nave que se usa como punto de encuentro y para hacer talleres. “En esta estoy mejor, me han dejado un pequeño radiador que no da para mucho, pero tengo agua”.

José ha aprovechado el enganche que la nave contigua había hecho a una farola de la calle y ha hecho uno paralelo. “El agua la cojo con una tubería a la nave de al lado, que también la tiene empalmada”. “El problema de verdad son las goteras”, reconoce, y es que el techo de lata de la nave ya tiene varios agujeros.

“Es más importante la gente que el dinero. Yo puedo apañarme con 30 o 40 euros al mes porque tengo gente cerca”, explica. José apura el descafeinado de sobre con leche caliente, se sumerge en su abrigo y se cala el gorro. Mientras camina, cuenta cómo piensa hacer un huerto de patatas vertical usando neumáticos viejos.

Leni: “Si me dan el alquiler social, pagaré las facturas”

A Leni tienen previsto desahuciarla el viernes. Su hijo Rafa, de año y medio, tira las piezas de un lego por mitad del salón y se pone a dar golpes a un radiador. “Ya no sabe cómo llamar la atención, se pone así siempre que hay gente en casa”, comenta Leni mientras le sienta en su regazo.

Leni emigró de Brasil con sus dos hijos y se instaló en Vallecas, donde vivía su madre. Durante un tiempo trabajó de teleoperadora para Seat hasta que redujeron la plantilla en portugués. También ha trabajado limpiando casas y “de lo que salga”.

En Madrid, Leni ha tenido otros dos hijos, el más pequeño es Rafa, que ahora se sube por el sofá agitando una máscara de Spider-Man. “Ahora estoy en paro y cobro 426 euros de la RAI [Renta Activa de Inserción], y con eso no tengo ni para un alquiler”.

Leni y sus cuatro hijos se instalaron en este piso hace dos meses, cuando el anterior dueño lo abandonó por no poder pagar la hipoteca. Poco después, el marido de una amiga les enganchó el gas y la luz. “¿Qué quieres que haga con 426 euros? Si tuviera dinero, pagaría las facturas; pero no puedo, tenemos que comer”.

Ahora lo que menos le importa es si puede pagar la luz. Leni quiere quedarse en esa casa “porque mis hijos aquí están contentos y tienen el cole cerca”, y está en negociaciones con la inmobiliaria para que le concedan un alquiler social. “Si me dan el alquiler social, pagaré las facturas”, dice mientras vuelve a coger en brazos a Rafa, empeñado en crear una alfombra de panchitos en el salón.

Las constantes subidas de la luz y el desempleo prolongado han hecho de la pobreza energética una realidad en España. Familias que no habían tenido problemas hasta ahora para hacer frente a las facturas se ven en la tesitura de elegir entre cumplir con la hipoteca, hacer la compra o pagar la luz.

Como señala Gabriela Jorquera, de la Red de Lucha contra la Pobreza, “la pobreza energética afecta directamente al derecho a una vivienda digna”. Mientras miles de familias sufren por poner la calefacción, el Gobierno rechaza una tregua invernal y las eléctricas mantienen que cortar la luz responde a decisiones comerciales de las empresas.

  • Adelanto del especial 'Energía Oscura', realizado por La Serrería y eldiario.es, que abordará en detalle diferentes aspectos del sector eléctrico
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