Un éxito comercial al servicio de un éxito social
La enfermedad mental discurre siempre por sus propios caminos. Incluso el sistema sanitario la coloca aparte: hospitales psiquiátricos, centros de salud mental... Desde el principio, estas dolencias viajan separadas. Y si la patología es severa, más aún. Porque a su alrededor se crea una burbuja que es mezcla de desconocmiento, mitos y prejuicios.
El 9% de la población española padece enfermedad mental. Y justo el doble, el 18% de los españoles cree que una persona con un trastorno mental crónico “es peligrosa si no se la hospitaliza”. En esa línea, sólo el 14% de los pacientes declara tener una pareja. Pero es que, además, más de la mitad de la población asocia directamente la enfermedad con el retraso mental.
Con todo, el mayor ámbito de discriminación es el laboral. Un estudio de la Comunidad de Madrid establece que únicamente el 5% de los enfermos tiene un empleo regular. Un ciudadano con algun trastorno mental severo vive rodeado de todos esos muros. Hay que pensar que las cifras oficiales hablan de una prevalencia del 1% de una enfermedad como la esquizofrenia: 400.000 diagnósticos. El sistema sanitario público debe desarrollar una atención guiada por “un modelo de orientación comunitaria”. Esto signfica satisfacer las “necesidades asistenciales de estos pacientes, que no son otras que las derivadas de su acceso a una ciudadanía plena: atender las manifestaciones clínicas de la enfermedad y el deterioro en el funcionamiento general del sujeto, paliar los déficits sociales que acompa- ñan al desarrollo de la patología y que contribuyen a agravarla, modificar las barreras sociales que impiden su inserción plena y garantizar el respeto a sus derechos”, según redactaba, por ejemplo, el Programa de Trastornos Mentales Graves de la Junta de Extremadura. Otras regiones han expresado estas ideas de una u otra forma.
Pero aunque los sistemas sanitarios se orienten así, no tienen porqué ser la única vía. Un ejemplo de esfuerzo y solución para el colectivo nació hace más de 30 años en la comarca catalana de La Garrotxa (Girona), de la cabeza del psiquiatra Cristóbal Cólon. La Fageda se ha hecho con un nombre. Una reputación en el emprendimiento social por haber puesto en marcha, desarrollado y consolidado un modelo de negocio que sirve para que estas personas de las que hablábamos más arriba satisfagan su dimensión personal mediante la integración laboral. La Fageda es, al fin y al cabo, “una granja de vacas para la producción de leche, una planta de elaboración de productos lácteos, una sección de jardinería y una planta de elaboración de helados”, describen. Además de tener un taller de manualidades y haber estrenado “la nueva actividad de horticultura y conservas”. Entre usuarios y profesionales de apoyo trabajan allí 270 personas en régimen de cooperativa. El trabajo es “rehabilitador” asegura Colón. Y si es “en un entorno natural, doblemente”, remata.
Su modelo es sencillo y exitoso: “Ofrecemos trabajo a todas las persones adultas de la Garrotxa que tengan certificado de discapacidad psíquica y estén en disposición de trabajar”. Son el 60% de la cooperativa. Según sus cuentas, facturan unos 11.000.000 (con aumentos del 7% interanuales) de euros al año. Producen 45.000.000 de unidades de yogur al año. Y la idea no se para ahí. Su intención es seguir creciendo. Ese producto, el yogur, es un poco la bandera de este proyecto. Por donde empezaron. En esa planta hoy trabajan 52 personas para luego distribuir y vender. Pero es que en la división de helados desarrollan su labor otras ocho. Al cargo de la granja de donde sale la materia prima contabilizan 11 trabajadores. En la parte de jardinería se da ocupación a 30 personas con discapacidad o enfermedad. Porque los productos, ya sean los yogures o sus helados, no hay que rebuscarlos con ánimo voluntarista o altruista. Están en cadenas comerciales comunes. No son un modelo pseudocaritativo sino integrado en la economía. Con todo lo que eso supone. La Fageda recibió el Premio Integra 2012 concedido por BBVA.