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“Yo me amo”: ¿cuáles son los rasgos que me convierten en narcisista?

Mujer haciéndose un selfie

Cristian Vázquez

6 de mayo de 2022 23:12 h

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Un poco de narcisismo suele ser positivo. En ciertos casos, es un rasgo que acompaña a una sólida autoestima y una confianza en las propias capacidades que ayudan a la persona a lograr los objetivos que se propone.

Sin embargo, un narcisismo más pronunciado se convierte en un defecto. La excesiva vanidad, el egoísmo, una complacencia exagerada hacia las propias acciones o cualidades, la constante necesidad de llamar la atención, por citar algunas de sus características más comunes, suelen generar disgusto en los demás.

Más aún: llega un punto en que el narcisismo se torna patológico. El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés), publicación oficial de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, lo incluye desde 1980 con el nombre de trastorno de la personalidad narcisista.

Para usar la figura del mito griego que le da nombre, se podría decir que en estos casos extremos es cuando Narciso, en su intento de besar su imagen reflejada en el agua, termina ahogado a causa de su propio afán.

Características de la personalidad narcisista

De acuerdo con el citado Manual, las personas con trastorno de personalidad narcisista experimentan “un patrón persistente de grandeza, necesidad de adulación y falta de empatía”. En concreto, esto se manifiesta a través de cinco o más de las siguientes características:

  • Una sensación exagerada e infundada de su talento y su propia importancia.
  • Fantasías de éxito ilimitado, influencia, poder, inteligencia, belleza o amor perfecto.
  • Necesidad de recibir admiración de forma incondicional.
  • Creencia de que son seres especiales y únicos, que solo deben asociarse con personas del más alto nivel.
  • Un sentido desmesurado de sus propios derechos, lo que genera expectativas irreales de un trato especialmente favorable o de que sus deseos serán aceptados y satisfechos de forma automática.
  • Carencia de empatía. No puede ver o reconocer las necesidades y los sentimientos de los demás.
  • Manipulación y explotación de otras personas para lograr sus propios objetivos. Dado que no tiene empatía, no le importa (o ni siquiera advierte) qué consecuencias sufren los demás. Incluso, puede asumir que a esas otras personas tampoco les importa porque priorizan el bienestar de la persona narcisista por sobre el suyo propio.
  • Envidia y convicción de que es envidiado por los demás. A menudo sus opiniones o comportamientos tienden a degradar a personas que obtuvieron algún logro o felicitación, por considerar que quien los merecía en realidad era él.
  • Actitudes y acciones que denotan arrogancia, soberbia o prepotencia.

Todo esto genera una imagen de autoconfianza y seguridad en sí mismo muy elevadas. Sin embargo, no se trata más que de una “máscara” -explica un artículo de la Clínica Mayo, con sede en Estados Unidos- detrás de la cual “hay un autoestima frágil que es vulnerable a la crítica más leve”.

Las personas con trastorno de personalidad narcisista en general se sienten decepcionadas, frustradas e infelices cuando no reciben los tratos especiales, favores y elogios que creen merecer. En consecuencia, en muchas ocasiones no se sienten satisfechas con sus relaciones interpersonales.

Como es lógico, esto también genera disgusto e incomodidad a muchas de las personas que la rodean, lo cual en algunos casos afecta diversas áreas de la vida: desde aspectos laborales o académicos hasta las relaciones de amistad y de pareja y los asuntos económicos.

Las posibles causas, entre la crianza y la genética

El trastorno de personalidad narcisista no tiene una prevalencia demasiado elevada, pero las estimaciones indican que podría afectar a una de cada cien personas, que tampoco es un número bajo. Es más común en hombres que en mujeres, y por lo general -según los expertos de la Clínica Mayo- aparece en la adolescencia o a comienzos de la adultez.

¿A qué se debe? Sus causas no están claras. Tal como sucede con otros trastornos y problemas de salud mental, los expertos consideran que hay que buscarlas en una combinación de factores.

El DSM señala que “algunos pacientes con este trastorno, tienen dones o talentos especiales y se acostumbran a asociar su autoimagen y el sentido de sí mismos con la admiración y la estima de los demás”. Pero ese rasgo, desde luego, no basta para explicar la aparición del problema.

Una hipótesis apunta al trato que estas personas pueden haber recibido durante la infancia por parte de sus padres. Un exceso de elogios o alabanzas en esa etapa puede asociarse con un narcisismo patológico en la etapa adulta, pero también lo contrario: una crianza con muchas críticas y un grado de exigencia demasiado alto.

Por otra parte, existen indicios de que también podría haber un componente genético vinculado con el trastorno. Un estudio publicado en 2020 por científicos de Estados Unidos halló una relación directa entre este problema y la presencia de una sustancia llamada 8-OHdG, un biomarcador de estrés oxidativo.

Tratamiento difícil

Tal hallazgo podría ser el primer paso para el desarrollo de un posible tratamiento farmacológico contra el trastorno de la personalidad narcisista. De momento, el único tratamiento disponible es la psicoterapia, que procura que la persona acepte y comprenda lo que le sucede y aprenda a mejorar su relación con los demás.

En concreto, subraya el DSM, “la terapia cognitivo conductual puede resultar útil para los pacientes con trastorno de personalidad narcisista, ya que pueden encontrar la oportunidad de incrementar sus habilidades seductoras: su necesidad de ser elogiados le puede permitir al terapeuta modelar su comportamiento”.

No obstante, hay que tener en cuenta una dificultad de raíz: por lo general, las personas con este trastorno no creen que tienen un problema. No ven su propio narcisismo como un defecto -mucho menos como una patología- sino como una realidad, como el hecho objetivo de que ellos son superiores a los demás.

Es por eso que en muchos casos resulta muy difícil que esas personas acepten someterse a un tratamiento. Algo deseable, si se tienen en cuenta no solo sus ya citados efectos negativos sino también otras posibles complicaciones, que pueden ir desde cuadros de ansiedad y depresión hasta un consumo problemático de drogas y alcohol, problemas de salud física e incluso pensamientos o conductas suicidas.

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