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El extraño caso del Parlamento conservador donde la derecha no gobierna

Alberto Núñez Feijóo felicita a Pedro Sánchez tras su investidura.

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179 votos a favor, 171 votos en contra. Una mayoría absoluta más amplia que la que logró Calvo Sotelo en 1981, Felipe en 1989, Zapatero en 2008 o Rajoy en 2016. Pedro Sánchez es, otra vez, el presidente del Gobierno. Contra viento y marea. Por tercera ocasión consecutiva. Para pasmo del PP, el supuesto “ganador de las elecciones”. Y a pesar de que en este Congreso de los Diputados no existe una mayoría de izquierdas. 

¿Qué pasó, Alberto Núñez Feijoo? ¿Cómo explicar esta derrota? ¿Cómo es posible que vuelva a gobernar España una coalición de izquierdas cuando la mayoría en este Congreso teóricamente la tiene la derecha?

Es pública la explicación que da el PP ante este curioso fenómeno político. Feijóo no es presidente porque no quiere, no porque no pueda. Por sus rectos principios, que lo llevan a elogiar a Junts un día y al siguiente insultarlos como un puñado de golpistas. Feijóo no es presidente porque su amor a España le frena, porque no está dispuesto a traicionar a la nación. Feijóo ha preferido pasar a la oposición, en su infinita grandeza, porque no quiere pactar con “encapuchados” –aunque lo haga de forma cotidiana en el País Vasco–. Porque él no sería “dócil”, como le reprochó a Pedro Sánchez para explicar su fracaso.  

Es evidente que esta explicación es tan falsa como el compromiso del PP con la Constitución española, que incumple desde hace un lustro. Mi duda es si realmente es lo que piensan todos en el PP. Si de verdad se han creído su propia propaganda, y nadie en ese partido es consciente –quiero pensar que no es así– de la verdadera razón de su derrota.

Lo resumió muy bien Aitor Esteban (PNV), siempre tan certero, con una metáfora ya recurrente en sus discursos: “Alberto, tu tractor tiene gripado el motor por usar aceite Vox”. 

Son las decisiones que Feijóo ha tomado desde que asumió la presidencia del PP lo que hoy explica su soledad parlamentaria. Fue él quien permitió las alianzas con la extrema derecha. Quien incluso forzó a María Guardiola en Extremadura a casarse con Vox contra su voluntad. Han sido estas decisiones, y no otras, lo que en gran medida explica su fiasco del 23J y su situación actual. Fueron también esos errores los que, en campaña, le llevaron al fracaso frente a un Pedro Sánchez que resultó tener más apoyo social de lo que creía la derecha –otra vez víctima de su propia propaganda–. Feijóo minusvaloró a una izquierda que fue capaz de darle la vuelta a una situación que, tras las elecciones autonómicas y municipales de mayo, parecía imposible de corregir.

Su alianza con la extrema derecha sirvió para que la izquierda resistiera. Y también para expulsar de cualquier posible acuerdo electoral con el PP a las derechas vascas y catalanas. Ninguna de ellas –no solo los independentistas de Junts, tampoco el PNV– quiere una foto con el PP mientras su destino esté ligado a Vox. Ni aunque les den el Ministerio de Industria “y más cosas”, como han desvelado hoy los vascos.

Quien haya seguido esta sesión de investidura lo habrá podido comprobar. Estaba en todos los discursos: el pegamento que más une a la heterogénea coalición que respalda a Pedro Sánchez es el rechazo unánime al PP y a Vox, a la España que plantea la derecha nacionalista española. Es un cordón sanitario que esta legislatura es dudoso que pueda cambiar. Precisamente porque Feijóo está atrapado por los mismos errores que le han conducido hasta aquí. Y parece empeñado en insistir en ellos.

Hay un precedente bastante evidente a esta nueva victoria de Pedro Sánchez. La derrota de Mariano Rajoy ante José Luis Rodríguez Zapatero en 2008.

En aquella ocasión, el PP se ocupó durante toda la legislatura de atizar sin compasión al PSOE en una de las épocas más broncas que se recuerdan. Fueron los años de la teoría de la conspiración del 11M, y las preguntas parlamentarias disparatadas sobre el ácido bórico (esa supuesta pista que unía el atentado con ETA, pero que en realidad era un simple desodorante para pies). Fueron los años en los que Zaplana y Acebes ejercieron de punta de lanza de una oposición descarnada, con manifestaciones permanentes en la calle porque el Gobierno entregaba Navarra. Fueron los años de las movilizaciones masivas de los obispos, de las recogidas de firmas contra Catalunya, de los recursos de todas las leyes ante el Tribunal Constitucional. Esos años en los que Rajoy acusó a “zETAp” –así le llamaban– de “traicionar a las víctimas”, cuando estaba dejándose la piel para evitar que hubiera más atentados de ETA.

Aquella legislatura tampoco se renovó el Consejo General del Poder Judicial. Estuvo tres años bloqueado.

En la campaña electoral, contra pronóstico, el malvado Zapatero se mantuvo en La Moncloa. En gran medida, como ahora, por la movilización de los votantes de Euskadi y de Catalunya frente a la España tan pequeña que planteaba esa derecha. Fue el mejor resultado del PSC de la historia, con unos carteles electorales muy simples. Un retrato de Acebes, de Zaplana y de Rajoy, y el siguiente lema: “Si tú no vas, ellos vuelven”.

Fueron los excesos de la derecha española más extremista los que le dieron en 2008 el Gobierno a la izquierda. Exactamente igual que ahora.

Hay una diferencia. Una importante. Que Rajoy comprendió las causas de su derrota y actuó en consecuencia. Echó a Acebes. Zaplana dejó la política, un minuto antes de que también le echara. Cambió de portavoz, apostando por la entonces desconocida Soraya Sáenz de Santamaría. Moderó su discurso y hasta renovó el Consejo General del Poder Judicial pactando con el PSOE. 

Después vino el colapso económico, el 15M, el hundimiento del PSOE y la victoria más rotunda de la derecha de las últimas décadas. 

La situación de Feijóo es muy simple de diagnosticar y probablemente mucho más difícil de solucionar. Cuanto más se consolida en el liderazgo del PP, más se aleja de La Moncloa. Porque las decisiones para alcanzar cada una de estas metas son contradictorias.

Feijóo no se atreve a salirse de la línea que le marcan desde la derecha porque sabe muy bien cómo acabó Casado.  Bastaron unos editoriales en la prensa, unos sermones en la radio y una manifestación tan espontánea como las de ahora de Ferraz, pero en las puertas de Génova, para acabar con su mandato.

Feijóo sabe bien que su situación no es la de Rajoy en 2008. Es mucho más débil, y los ultras ya no son solo una corriente dentro del PP: también cuentan con su propio partido. Pero al menos el expresidente Rajoy, con todo lo poco que le gustaba tomar decisiones osadas, sí se atrevió a lanzar un pulso a Esperanza Aguirre, a Aznar, a Losantos… Y les ganó esa batalla.

Si Rajoy hubiera seguido cautivo del discurso ultra que ya entonces marcaba el PP de Madrid, el de las campañas conspiranoides de la prensa conservadora madrileña, dudo que hubiera tenido la misma suerte. No sabemos a ciencia cierta qué habría ocurrido, porque la crisis económica fue muy determinante en su victoria. Lo que es un dato objetivo es que, por esa línea de no insultar a todas horas a la izquierda, ni a los vascos, ni a los catalanes, el PP logró 186 diputados. El mejor resultado de su historia.

¿Es consciente Feijóo de esta situación, tan evidente? Lo más probable. ¿Se atreverá a cambiar de estrategia? ¿A emanciparse de la extrema derecha? ¿A renovar el CGPJ, aunque sea con cinco años de retraso? 

Lo dudo mucho. Y la prueba del tipo de oposición que nos espera está en la forma en la que este jueves Feijóo felicitó al nuevo presidente. Le dio la mano al menos. Pero solo para decirle lo siguiente: “Esto es una equivocación. Usted será el responsable”.

Cualquier cosa menos aceptar dignamente su derrota.

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