Curiosa la interesada esquizofrenia de discográficas, sociedades de gestión de derechos y algunos autores: cuando se trata de recoger beneficios, vender basura en forma de CD o explotar a los artistas con contratos leoninos, son industria. Cuando hablamos de garantizar la máxima difusión del arte, la música y la literatura, te recuerdan que son una industria. Cuando se discute el precio de los discos, te dicen que no es obligatorio comprarlos y que también las copas son caras. Pero cuando la cosa va de pedir sopitas al estado, son Cultura, con mayúsculas. Y la Cultura no se puede regir por las “leyes salvajes del mercado libre”. Hay que proteger a la Cultura de la globalización, que “reduce” el valor de las obras de arte a “mero producto de mercado”.
El mensaje es claro: el capitalismo y la libre competencia están bien para los obreros, no para los iluminados por las musas. El arte no se vende si yo no lo cobro.