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Tal vez dentro de un siglo perdonen a Almudena

Almudena Grandes, en la presentación de su novela 'Los besos en el pan'

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“Almudena Grandes no merece ser hija predilecta de Madrid, pero para sacar los Presupuestos hay que hacer cesiones”, dice el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, en la enésima demostración del tipo de ciénaga en la que se mueve la política española. 

¿Los pecados de Grandes para no merecer esa distinción? A juicio del alcalde, son dos excusas. La primera, que en una presentación de un libro hace 15 años, Grandes aseguró que cada mañana “fusilaría a dos o tres voces que le sacan de quicio” –o eso recuerda este viejo teletipo de Europa Press, fuente original de esta historia, y donde no se explica ni el contexto ni la más que probable ironía con la que pronunció esa frase–. 

La segunda, esta columna de prensa, que Grandes escribió hace 13 años, y donde bromeaba sobre una de las supuestas enseñanzas de la beata católica madre Maravillas –“Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta”– y lo comparaba irónicamente con el “goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos”. Fue un artículo que en su momento generó cierta polémica y que pocos días más tarde la propia Almudena Grandes matizó: “Si no supe expresarlo con la suficiente claridad, lo siento”.

Quienes tuvimos el privilegio de conocer a Almudena sabemos que nada más lejos de su pensamiento que desear fusilamientos o violaciones a nadie. También lo saben quienes simplemente leyeron sus novelas o artículos, o la escucharon en la radio, o en una presentación de un libro, o en una entrevista

Solo desde la mezquindad se puede despreciar su brillante obra literaria como lo hace el alcalde por dos anécdotas sin contexto que dicen más de quien las recuerda que de quien las protagonizó. Más indecente aún es acusar a Grandes de fomentar “discursos de odio”, como también hizo este alcalde que llegó al poder en Madrid con los votos de Vox. La paja en el ojo ajeno. 

Decía Almudena Grandes, y tenía toda la razón, que “la especialidad del fascismo español es convertir a las víctimas en verdugos”. Y es el mismo alcalde que no movió un dedo para evitar que el general Millán Astray recuperara su calle en Madrid quien acusa a Grandes de no merecer honores. Quien hacía discursos de odio, al parecer, era la escritora. Y no el jefe de la propaganda de Franco durante el golpe de Estado.

Hace unos años, otro genial escritor –en esta ocasión, de derechas– fue nombrado hijo adoptivo de Madrid, otro honor que concede el Ayuntamiento. Por unanimidad: también lo apoyaron los partidos de izquierda a los que Vargas Llosa desprecia casi en cada artículo.

En el fondo, el problema de Almeida es otro. Pequeña política: debe hacerse perdonar ante la extrema derecha el pecado de haber pactado los presupuestos con los concejales carmenistas, y no con Vox.

Los tres concejales de Recupera Madrid –escindidos de Más Madrid– no solo le sacaron el homenaje a Almudena Grandes en el acuerdo para los Presupuestos madrileños. También lograron eliminar las subvenciones públicas a las asociaciones que acosan a las mujeres que quieren abortar –que irán para asociaciones que defienden los derechos LGTBI–, un fondo para ayudas al alquiler de familias en riesgo de perder su vivienda, un plan para las personas sin electricidad en las chabolas de la Cañada Real, unas oficinas para atender a solicitantes del Ingreso Mínimo Vital, nuevos carriles bici…

Dentro de un siglo, dudo que muchos recuerden al alcalde Almeida. Y estoy seguro de que muchos recordarán a Almudena, que pasará a la historia como una de las grandes escritoras españolas de nuestro tiempo. 

Dentro de un siglo, tal vez la derecha perdone a esta inmensa escritora por su verdadero pecado. Que nunca fue fusilar a nadie sino ser simplemente de izquierdas. No es siquiera la primera vez que ocurre.

Hace un siglo, otro gran escritor también sufrió campañas como las que la prensa conservadora de hoy aplica contra Almudena Grandes y su memoria. También lo acusaban de fomentar la violencia. También lo despreciaban como a un furibundo anticlerical, que representaba a la antiEspaña. También fue caricaturizado como alguien movido por el odio, que quería ensartar con su afilada pluma a curas y monjas.

Fueron tan duros esos ataques, tan brutales y cainitas esas campañas, que la propia derecha española se movilizó para evitar que dieran el premio Nobel a este grandísimo novelista español, el más brillante de su tiempo, y cuyo verdadero pecado fue otro: era republicano y de izquierdas, y acabó siendo diputado en una coalición con el PSOE de Pablo Iglesias Posse. 

¿Saben de qué escritor les hablo? Es uno de los mejores de nuestra literatura, aunque pocos recuerdan su lado político, que rara vez se enseña en los colegios. Se llamaba Benito Pérez Galdós. 

El año pasado, en el primer centenario de su muerte, el PP apoyó nombrar a Galdós hijo predilecto de su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria. El propio Martínez Almeida le homenajeó en el día del libro.

Tal vez para el año 2121 la derecha también perdone a Almudena.

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