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La salida del Tour desde Euskadi: la punta del iceberg del ciclismo vasco

La Itzulia Women 2023

Josu Garai

30 de junio de 2023 10:48 h

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La salida de la Grande Boucle de Bilbao es la culminación de la majestuosa obra del ciclismo vasco. El ciclismo en Euskadi ha gozado de una salud de hierro en el último siglo porque descansa sobre pilares sólidos: los clubes, las federaciones, las carreras, los ciclistas, los equipos, los aficionados… y los medios de comunicación. La Itzulia hoy, la Vuelta al País Vasco entonces, que al igual que el Tour y el Giro tuvo a un periódico como impulsor, vio la luz en 1924 y contó ya entonces con algunos de los mejores ciclistas del momento.

Hay que frotarse los ojos y golpearse las mejillas para saber que no es un sueño y que el Tour, por fin, va a salir de Bilbao. Va a ser —es— un sueño convertido en realidad.

No es la primera vez que la Grande Boucle llega a este lado de los Pirineos en Euskadi: de hecho ya partió en 1992 de San Sebastián —con triunfo de Miguel Indurain en el prólogo— y tuvo finales de etapa en la misma Donostia en 1949 —victoria de Louis Caput—, en Vitoria-Gasteiz en 1977 —José Nazabal se impuso con los colores del Kas delante de la sede del equipo— y en 1996 en Iruña —Laurent Dufaux—. Pero todo eso, aunque reciente en la memoria de los buenos aficionados, sucedió en el siglo pasado y desde entonces el Tour ha alcanzado, como en líneas generales este bendito deporte que se llama ciclismo, otra dimensión mucho más universal.

Dicen que la ronda gala es, por seguimiento y audiencias, el tercer gran acontecimiento deportivo del mundo, solo por detrás de los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol. A diferencia de los otros, sin embargo, el Tour se disputa todos los años. Quiere esto decir que la ronda gala va a situar a Bilbao y a Euskadi con letras de oro en el mapa deportivo mundial en 2023. 

La salida del Tour en Euskadi es la punta del iceberg de lo que significa el ciclismo en este país. Aseguran los expertos que lo que se ve flotando en el mar puede ser solo la octava parte del total del iceberg. Algo parecido sucede con la salida del Tour y el ciclismo vasco, ya que sin la historia que nos acompaña desde antaño, y que algunos llevamos grabada en el ADN, no tendría sentido ni se entendería esta apuesta.

Los inicios

Euskadi es un país ciclista por excelencia, al nivel de Flandes, y es habitual ver ikurriñas en las mejores pruebas del calendario mundial arropando a nuestros ciclistas. Pero ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Tenemos a los mejores aficionados porque siempre hemos gozado de grandes ciclistas o al revés? ¿Tenemos buenos ciclistas porque contamos con grandísimas carreras o son las organizaciones y acontecimientos deportivos los que se han beneficiado del tirón de nuestros campeones? ¿No será que entre todos han hecho posible el desarrollo de este deporte?

No son fáciles las respuestas, pero es obvio que el ciclismo vasco ha gozado de una salud de hierro en el último siglo —¡mucho ojo al futuro!— porque descansa sobre pilares sólidos, como son los clubes ciclistas —los grandes olvidados y los que trabajan en la sombra, en especial los que se dedican a las categorías inferiores—, las federaciones, las carreras, los ciclistas, los equipos, los aficionados e, incluso, los medios de comunicación, que le dedican más atención en Euskadi que en ningún otro lugar.

Cuentan Juan Dorronsoro y Javier Bodegas en su obra ‘Historia del ciclismo en el País Vasco peninsular’ que los primeros aficionados vascos al velocípedo datan de 1885, cuando paseaban por el Campo Volantín de Bilbao. Ese mismo año, añaden, se fundó el Club Velocipedista de Bilbao, al que siguieron otros como el Veloz Club Tolosano, en Gipuzkoa; el Veloz Club Vitoriano, en Araba; y el Veloz Club Pamplonés, en Nafarroa, entre otros. Nacía la afición y el germen de las carreras y la competición. 

En 1904 vio la luz la Sociedad Ciclista Bilbaina, actualmente decana, ahí es nada, de los clubes a nivel estatal. Y en 1907 se disputó por primera vez en Bizkaia el Campeonato de España, con victoria de Luis Amunategi, al que tomaría después el testigo Vicente Blanco ‘El Cojo’, nuestro primer representante en el Tour de Francia, allá por 1910.

Las pequeñas carreras, también en velódromos, se sucedían en todo el territorio vasco y en 1909 el Racing Club de Irún y el Pamplona F.C. organizaron la Irún-Pamplona-Irún, la primera carrera por etapas en Euskadi y que también acuñó ‘El Cojo’.

En 1912 se disputó la Gran Carrera Nacional Rudge Whitworth, bajo el impulso de esta firma de bicicletas y con victoria de Luis Adarraga, de Hernani, que aventajó en 1:27 a Vicente Blanco; pero la prueba no tendría continuidad en el tiempo. Al año siguiente, y a modo de Campeonato de España de Fondo, se disputó la Vuelta a las Vascongadas y Navarra, organizada por la Unión Sportiva Alavesa. El ganador final fue el catalán Juan Martí, con el bilbaíno Lorenzo Oca, segundo, a 13:34.

La Vuelta al País Vasco

La Primera Guerra Mundial supuso un lógico parón en este proceso de conquista ciclista, pero aquella revolución de las dos ruedas era ya imparable. Y así, en 1924, se disputó por primera vez la Vuelta al País Vasco, cuya victoria fue para el francés Francis Pélissier, hermano pequeño de Henri —ganador del Tour un año antes, en 1923— y Charles. 

En 'Historia de la Vuelta al País Vasco', los anteriormente mencionados Javier Bodegas y Juan Dorronsoro, tras un trabajo de documentación e investigación encomiable, explican que Jacinto Miquelarena, el director del periódico Excelsior, y el conde José María de Vilallonga, presidente del Athletic en 1922-23, impulsaron el nacimiento de la carrera con el objetivo de contar desde el primer instante con los mejores ciclistas del momento. Así, estrecharon lazos con el periódico L’Auto, el organizador del Tour y, por mediación de Henri Desgranges, consiguieron la participación de algunos de los mejores ciclistas y equipos galos de la época.

El apoyo de las instituciones, diputaciones y ayuntamientos fue ya en aquellos años el salvavidas económico y el engranaje que, entre otras cosas, ayudaba a acondicionar las rutas por las que debían transitar los ciclistas. ¿Les suena?

Aquella primera edición fue todo un éxito y se calcula que más de 100.000 personas se agolpaban algunos días en las cunetas. Fueron tres etapas, con un total de 623 km y un día descanso entre la segunda y la tercera. En el ecuador de cada etapa se establecía una parada obligatoria de 20 minutos, para recuperar fuerzas, y después se reemprendía la marcha con las diferencias con las que habían llegado hasta ese punto, aunque fueron tantas las reclamaciones que se produjeron que los organizadores decidieron quitar esas paradas los años venideros. Los franceses se llevaron todos los premios, desde las 2000 pesetas -12 euros- que correspondían al vencedor final, hasta las 100 pesetas -60 céntimos- al ganador de cada etapa.

Las primeras ediciones tuvieron dos clasificaciones, la general y la nacional, ya que el nivel de los corredores de casa no estaba aún a la altura de los mejores foráneos. La Vuelta al País Vasco, sin embargo, sirvió de rápido aprendizaje y así, en 1930, se produjo la victoria de Mariano Cañardo. 

Con el paso de los años, puertos como Sollube, La Barrerilla, Legarda, Lizarraga, Andrakas, El Perdón, Ibañeta, Osquich, Itziar, La Herrerra, Orduña, Izpegi, Belate y tantos otros fueron formando parte del vocabulario de los aficionados, acostumbrados como ya estaban a ver en directo a los mejores ciclistas de la época: Pélissier, Botecchia, Frantz, De Waele, Bartali, Anquetil… 

Subida a Arrate y Bicicleta Eibarresa

Si en 1930 la Vuelta al País Vasco ya tuvo que retrasarse en fechas —de agosto, lo habitual, a septiembre— debido a una huelga de tipógrafos, en 1931, justo cuando la UCI había metido a la ronda vasca en su calendario internacional, se suspendió debido a los problemas económicos del país y a las reuniones de las Cortes Constituyentes en esas mismas fechas. 

No volvió a organizarse hasta 1935, a cargo del periódico Excelsius, el nuevo nombre del diario fundador. Se quitó la clasificación para corredores nacionales, se creó la clasificación de la montaña y la participación se abrió a equipos comerciales —BH y Orbea, entre ellos— nacionales y regionales. El color azul, y no el rojo, pasó a distinguir al líder y en algunas llegadas se empezó a cobrar una peseta para cuadrar el presupuesto. En 1936, sin embargo, la carrera se suspendió a consecuencia de la Guerra Civil.

Tras la suspensión de la Vuelta al País Vasco en 1936, hubo carreras que intentaron hacerse un hueco en el calendario, con más o menos éxito, como el Circuito del Norte y el G.P. Ayuntamiento de Bilbao, pero fue la Bicicleta Eibarresa, en 1952, la que acaparó la atención gracias al músculo deportivo, industrial y financiero que atesoraba Eibar, donde en 1941 se había disputado por primera vez la Subida a Arrate.

Contratar a los mejores ciclistas del momento era cada vez más complicado, y sobre todo costoso, y así, en 1969, se produjo una fusión entre la Vuelta al País Vasco y la Bicicleta Eibarresa con el apoyo de La Voz de España como periódico patrocinador. La carrera pasó a disputarse en abril y pocos años después, en 1973, la Voz de España pagó una deuda que tenían los organizadores eibarreses y se quedó en exclusiva con los derechos de la Vuelta al País Vasco, organizando la prueba hasta que en 1980 cerró sus rotativas. 

La ronda pasó entonces a manos de la Federación Guipuzcoana, que presidía Jaime Ugarte, quien con el apoyo de Unipublic llevó adelante la carrera hasta que en 1982 Organizaciones Deportivas El Diario Vasco se hizo cargo de ella. 

Las Seis Horas y la Clásica

Con el apoyo incondicional de El Diario Vasco, la ronda vasca gozó de una salud de hierro durante muchísimos años y Organizaciones Deportivas El Diario Vasco también se hizo con los derechos de la Seis Horas de Euskadi, que en 1979 se disputaron por primera vez bajo el paraguas de la Federación Guipuzcoana de Ciclismo.

La fórmula, una mezcla de ciclismo en pista y otros deportes, como atletismo y deporte rural, entre otros, fue un éxito rotundo y anualmente el velódromo de Anoeta se llenaba con un público que vibraba con un acontecimiento espectacular, distinto y único. Durante años, los beneficios de las Seis Horas sirvieron para paliar el déficit de las otras pruebas, hasta que, también con problemas, celebró su última edición —la vigésimo octava— en 2008.

La Clásica de San Sebastián nació dos años después de las Seis Horas, en 1981, y también fue un rotundo éxito desde sus inicios, convirtiéndose primero en una de las citas fijas de la Copa del Mundo y, en la actualidad y al igual que la Itzulia, en una de las pruebas del elitista y caro calendario WorldTour. 

A Organizaciones Deportivas El Diario Vasco se debe también la salida del Tour 92 de Donostia.

La Itzulia actual

Si bien entre la Subida a Arrate (1941), que organizaba el Club Deportivo Eibar, y la Bicicleta Eibarresa (1952), bajo la batuta del Club Ciclista Eibarrés, hubo durante muchos años una cierta rivalidad, a finales de los 80 las circunstancias económicas y deportivas hicieron que ambos grupos aunaran esfuerzos para recuperar la antigua Bicicleta Eibarresa, pasando a denominarse en 1987 Subida a Arrate-Bicicleta Eibarresa y, a partir de 1991, Euskal Bizikleta-Bicicleta Vasca. 

Por similares motivos, en 2009 Jaime Ugarte, en representación de la Vuelta al País Vasco, y Julián Eraso, en nombre de la Euskal Bizikleta, anunciaban la unión de sus distintos grupos de trabajo para formar Organizaciones Ciclistas Euskadi, la entidad que se hacía cargo de la Vuelta al País Vasco y la Clásica de San Sebastián, desapareciendo así del calendario la Euskal Bizikleta. El acuerdo se había producido a iniciativa de ETB, la televisión vasca, ya que se hacía imposible retransmitir con los máximos estándares de calidad las dos pruebas. El Gobierno Vasco también apoyaba la decisión. 

En 2017, finalmente, el grupo originario de Organizaciones Deportivas El Diario Vasco decidió abandonar Oceta –Organizaciones Ciclistas de Euskadi- y en la actualidad son los antiguos responsables de la Bizikleta Vasca, con Julián Eraso a la cabeza, los que rigen los destinos de la Itzulia, masculina y femenina, y de la Clásica de Donostia.

Estella, Ordizia y Getxo

El paso de los años, las sucesivas crisis económicas y el encarecimiento del ciclismo debido a su mundialización en el siglo XXI, ha dejado por el camino pruebas de gran prestigio como la Subida a Urkiola (1931-2009), el Gran Premio Primavera de Amorebieta (1955-2019), el G. P. Llodio (1949-2011) o el G. P. Zamudio (1991-1995).

Por fortuna, sin embargo, otras pruebas siguen mostrando músculo y sobreviven dentro de en un calendario mundial cada vez más extenso y complicado. Es el caso del G. P. Indurain, a cargo del Club Ciclista Estella, heredero del G. P. Navarra y del Trofeo Comunidad Foral de Navarra. Se empezó a disputar en 1967 como Campeonato de España de montaña.

La Ordiziako Klasika o Clásica de Villafranca, de la Agrupación Deportiva Txapel-Gorri, es la prueba de un día más antigua del calendario estatal, puesto que su primera edición se disputó en 1922, y la segunda del mundo, detrás del Tour de Flandes, que más ediciones ha celebrado, puesto que este año festeja la número 100 y solo se interrumpió los años 1936 y 1937, en plena Guerra Civil. 

El Circuito de Getxo, finalmente, también atesora una gran historia, puesto que comenzó a disputarse en 1924. Su organización corrió inicialmente a cargo de la S.C. Bilbaina, después del Arenas Club, de nuevo la S.C. Bilbaina y, finalmente, el Santa Ana Ciclo Club y la S.C. Punta Galea, la entidad que se encarga desde 1987 de su gestión. Este año disputará su 77ª edición. 

Gracias a este abanico tan amplio de carreras, y también a las ediciones de la Vuelta a España que organizó El Correo, los aficionados vascos han tenido la oportunidad de ver pedalear en directo a todos los grandes campeones de la historia del ciclismo, incluyendo a los actuales Pogačar y Vingegaard, sobre el papel los dos grandes favoritos al triunfo en la próxima edición de la Grande Boucle. Con estos antecedentes y ese germen centenario, no es de extrañar que la afición vasca sea considerada como una de las mejores del mundo.

La salida del Tour de Francia desde Euskal Herria y todas las pruebas mencionadas forman la parte visible del iceberg ciclista vasco, pero por debajo hay infinidad de carreras, de todas las categorías, que han convertido a Euskadi en la Meca del ciclismo estatal, sobre todo cuando hablamos de la categoría amateur y los trofeos Euskaldun y Lehendakari, histórico escaparate y trampolín para los mejores ciclistas vascos, estatales e internacionales.

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