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Entrevista Campeona de triatlón y duatlón

Virginia Berasategui: “Todo lo que he hecho en mi vida ha sido resistir y progresar”

Virginia Berasategui

José Antonio Díaz

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Tras una larga y exitosa vida deportiva en la que se proclamó campeona mundial (2003) y doble campeona europea (en 2009 y 2010) de triatlón de larga distancia, así como doble campeona europea de medio Ironman (en 2007 y 2008), la figura de la triatleta vizcaína sufrió la tremenda erosión de su positivo en 2015 en un control antidopaje. Asumiendo plenamente su error, Berasategui cumplió una sanción deportiva de dos años.  A partir de ahí, el matrimonio, la maternidad y el deporte la ayudaron a rehacer su paz interior.  

Quienes andaban en bicicleta en el Bilbao de 1988 conocían la existencia de Javier Berasategui, un maratoniano amante de la bicicleta a quien por entonces le dio la chaladura de vender su coche (los más exagerados decían que su casa) para irse a Hawái, a correr su celebre Ironman. Buscando compartir experiencias y tiempo con Javier, su esposa María Luisa Luna, de 30 años y madre ya de Marta y Virginia, comenzó a practicar deporte por primera vez en su vida. Y no lo hizo nada mal, porque después de apenas veinte meses de entrenamiento ganó el Maratón de Bilbao de 1982, batiendo el récord de Bizkaia e imponiéndose luego en no pocas carreras. Lógico es pues suponer que ese caldo de cultivo no podía menos que dar algún fruto destacado. Pero mejor será que contemos la historia desde el principio.

“Desde pequeña mi primer deporte fue la natación”, recuerda Virginia Berasategui (Sondika, 1975). “Mi padre era entrenador del Club Deportivo de Bilbao y por eso empecé nadando.  Luego, pues también estaba en el equipo de atletismo del Colegio de Vizcaya. Corría bien y por entonces combinaba la natación con las carreras a pie. Más tarde llegó la bici. Tenía 12 años y para mi cumple pedí que me regalasen una de carreras. Al principio yo acompañaba a mi aita y a mi ama a las carreras en las que participaban y ya más tarde a mi aita a los triatlones, cuando eran muy poquitos los que lo hacían. Total, que a mí me encantaba aquel ambiente y poco a poco me fui metiendo en él, porque además me encantaba hacer deporte”, asegura.

De kalimotxo y discotecas ni hablamos, ¿verdad?

No, en mi juventud no fui mucho de juergas y discotecas, y el kalimotxo, pues lo siento, pero no me gustaba. Con 17 o 18 años, los sábados por la tarde entrenaba en piscina y luego salía un par de horitas a ver a mis amigas, pero andaba mirando el reloj, pensando en volver casa a cenar para levantarme pronto el domingo y salir a andar en bici. Aquello era algo que nunca me impusieron, salía de mí. Los horarios de vuelta a casa me los ponía yo y también lo que bebía o dejaba de beber. Nadie me obligaba ni me decía: “Oye, ¿qué estás haciendo?”. A mí el esforzarme en hacer deporte me salía de dentro.

Con 17 o 18 años, los sábados por la tarde entrenaba en piscina y luego salía un par de horitas a ver a mis amigas, pero andaba mirando el reloj, pensando en volver casa a cenar para levantarme pronto el domingo y salir a andar en bici

¿Cuándo se da cuenta de que es 'buena' en esto? 

Es difícil de explicar, porque suena como muy prepotente, pero yo siempre, desde pequeña, tenía la sensación de que esto era lo mío, lo que quería hacer. Y me fui poniendo metas: primero ganas un campeonato de Bizkaia, luego vas a por el de Euskadi, luego a por el de España... Yo lo veía como algo normal, entre comillas, aunque suene raro. Recuerdo que, siendo juvenil, en la federación española me hicieron una prueba de esfuerzo. No había muchas chicas deportistas, pero ya entonces estaba a nivel de las atletas más mayores. Hay que tener en cuenta que más adelante, en 1994, siendo júnior, ya fui campeona de España absoluta y tercera en el campeonato de Europa. Entonces me hicieron unas pruebas de esfuerzo en el tapiz rodante y decían que mi VO2 máximo (el número que describe nuestra capacidad cardiorrespiratoria), indicaba que tenía cualidades (para la alta competición) y también me hicieron unas pruebas, y la psicóloga de la Federación me dijo que tenía mentalidad de élite, cualidades para ser campeona del mundo. Aquello se me quedó grabado. Puede sonar muy fuerte, pero me veía capaz de ir a por ello, aunque me costase. Tenía esa sensación ya desde mi primer mundial, el del 91, al que me llevaron como absoluta siendo jínior. Quedé la cuarenta y pico, pero a mí me dio igual: yo sabía que iba a estar ahí, peleando por ello y que ya llegaría mi turno.

Insistente y perfeccionista, entonces.

Sí, soy una persona a la que siempre le ha gustado dar el doscientos por cien, en todo, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. Siempre he sido muy muy perfeccionista, de darlo todo en todas las facetas de mi vida. Soy muy competitiva, de luchar conmigo misma para dar lo mejor. Por eso me gusta la gente peleona, la que intenta dar lo mejor de sí, aunque no tenga grandes cualidades. Por supuesto que a mí me gusta ganar, pero a veces no se puede. Entonces, ha habido gente que en alguna carrera me veía sonreír tras haber quedado quinta, y no lo entendía. Era feliz porque había disfrutado de mi carrera y había dado lo mejor de mí, aunque aquel día hubiera alguien que fuese mejor.

Competir con aureola de ganadora tiene que ser estresante, ¿no? 

Sí, impone mucho la presión del entorno. De niña no tienes nada que perder. Entre los 16 y los 20 años yo era una tía muy segura. Cuando ganaba me parecía fácil, que no me costaba. Luego, cuantas más victorias fui consiguiendo, cuando más segura debía de estar de mis posibilidades, pues me pasó lo contrario, que me volví más insegura por el hecho de no poder cumplir las expectativas, por los miedos al qué dirán y demás.

Supongo que para usted fue un trámite duro competir joven en el extranjero. Aquí ganaba 'fácil', afuera la cosa era más peliaguda.

Podría haberme quedado a competir aquí, pero sentía que me faltaban cosas por hacer. Vi que tenía que salir fuera si quería medirme de tú a tú con las triatletas que entonces ocupaban el top mundial, que eran sobre todo australianas y americanas, siendo estas últimas las que más fuerte andaban. Aquí las mujeres triatletas no abundaban, íbamos muy retrasados en ese aspecto, pero en EE. UU., a parte de muchos patrocinadores, había una gran cultura deportiva y el triatlón tenía muchísimos practicantes. Aquello me hizo ver la realidad. Me dije: “Virginia, en España serás cabeza de león, pero aquí eres cola de ratón”. Eso, en vez de amedrentarme, me hacía sacar lo mejor de mí, el genio que tengo dentro y esa cosa competitiva de seguir entrenando a tope, porque yo sé que puedo estar ahí, pero tengo que trabajarlo.

Un camino duro, también económicamente.

Claro, claro. Si yo he llegado a donde he llegado ha sido gracias a mis aitas, porque yo tardé mucho en lograr patrocinios. Mis patrocinadores eran mis padres, que me llevaban a todas las carreras, poniendo dinero. Sí que recuerdo que, en 1992, sin ser todavía conocida, Ciclos Zubero, de Bilbao, me prestó una bicicleta que me ayudó mucho, una Cannondale roja de aluminio. A partir de entonces hubo gente que me dió material y luego estaba el dinero que podía ganar de los premios, pero la verdad es que hasta 1996-1997 no tuve patrocinios económicos medianamente decentes, si bien por entonces Nike —con una visión muy americana— me dio una beca para ayudarme en mis estudios de sicología por la UNED, aunque no llegué a terminar la carrera porque al tener que entrenar mañana y tarde no me fue posible. Al margen de todo esto, tardé otros diez años más en poder vivir del triatlón, que fue cuando pasé de competir de distancia olímpica a distancias largas, a hacer el Ironman (digamos para el lector menos versado que el premio en metálico por su tercer puesto en el Ironman de Hawái fue siete veces superior al logrado por ganar el campeonato del mundo). Entonces fue cuando comenzó a llegarme el dinero de verdad, hacia 2004.

Si yo he llegado a donde he llegado ha sido gracias a mis aitas, porque yo tardé mucho en lograr patrocinios. Mis patrocinadores eran mis padres, que me llevaban a todas las carreras, poniendo dinero

Fruto de una burrada de años de trabajo, con sus día a día de picar piedra.

Uf, sí. El triatlón combina tres disciplinas con distintos entrenamientos muy exigentes para mantenerte a nivel cuando estás arriba del top. Los entrenos entonces eran muy variados. Un día podía ser levantarme, hacer tres horas de bici con series; luego, a la tarde, ir a correr una hora y pico también con series; o levantarme e ir al gimnasio, luego a la piscina y a la tarde ir a correr; o levantarme y hacer cuatro o cinco horas de bici y a la tarde nadar 5000 metros. Así era mi vida de entonces: te levantas y desayunas, haces la sesión que te toca, llegas a casa a comer, toca siesta —que es parte del entreno—, te levantas, haces la otra sesión y hay veces que luego te tienes que ir al fisio; vuelves, cenas y a la cama. Así vives como en el Día de la Marmota y así sigue otra y otra y otra jornada.

El fruto de todo ello cabe medirlo en resultados. En base a ello, ¿cuáles han sido para usted los periodos más satisfactorios de su larga vida deportiva?

Hay varios. El primero cuando era más joven, cuando no tenía nada que perder y se me empezaba a conocer. La cumbre ahí fue en el año 97, en mi primer año de absoluta. Entonces comencé a destacar, consiguiendo un bronce en el Mundial de larga distancia de Niza (4 km de natación, 120 km de bicicleta y 30 km de carrera a pie), cuando con 21 años sabes que en las largas distancias una chavala joven tiene poco que hacer. Pero bueno yo ya sabía que lo mío era lo largo y ahí conseguí una medalla de plata en distancia olímpica (Voukati, Finlandia), una medalla de bronce en duatlón (Gernika), y un séptimo puesto en el mundial de larga distancia del año 97 (Perth-Australia). Realmente aquel año fue como el de mi culminación. Luego destacaría otro periodo a partir del año 2000. Ganar un campeonato del mundo es lo máximo en cualquier deporte, y yo gané el de triatlón de larga distancia en 2003 (Ibiza), pero te diría que de lo que más orgullosa estoy es del bronce que conseguí en el campeonato del mundo del Ironman de Hawái. Para mí competir allí siempre fue mi sueño. Mi aita fue el primer español en ir allí, a competir en un Ironman, y entonces ir a Hawái y encima conseguir el bronce, pues para mí fue como una locura, como un sueño hecho realidad en una carrera tan especial.

Para entonces su cuerpo ya era una máquina atlética increíblemente eficiente. ¿Qué le decían al respecto tus médicos y preparadores?

Me definían como una mitocondria con patas (las mitocondrias son los orgánulos celulares que generan la mayor parte de la energía química necesaria para activar las reacciones bioquímicas de la célula). Siempre me han dicho que tengo una gran capacidad de absorción de trabajo, de disciplina, y una capacidad aeróbica de la pera…. ¿Mis cifras? No me acuerdo. Me estás hablando de hace 25 años y no tengo tanta memoria, je, je. 

¿Porcentaje de grasa corporal? Pues tampoco me acuerdo. Cuando hacía distancia olímpica, que al final lo que cuenta mucho es la carrera a pie, los 10 kilómetros rápidos y tal, estaba más delgada. Lo que ocurre es que luego, en el triatlón, la cosa es muy distinta, pues tampoco puedes quedarte consumido (de grasa) como un ciclista, porque tienes que nadar y correr, y necesitas más musculatura sobre todo en el tronco superior. Por eso cuando hablan de peso óptimo me da mucha rabia, porque la gente se cree que cuanto más fino estás más andas. Yo cuando mejor marchaba era cuando tenía unos kilos de más, que me daban un poco más de potencia, de fuerza, para aguantar… Es que imagínate el soporte muscular que necesitas cuando te dedicas al Ironman. Empiezas nadando 3,8 kilómetros, sigues haciendo 180 km en bici y después corres un maratón. Necesitas reservas, necesitas energía, una buena base muscular, porque destruyes mucho ahí. Entonces es erróneo pensar que cuanto más fino estás más andas. Eso es muy relativo. Yo tuve una época en la que, por distintas razones, estaba súper delgada, estaba baja de defensas y no acaba de andar. Entonces es muy difícil encontrar ese equilibrio. Antes había ciclistas como Rasmussen tremendamente delgados, demasiado, y ahora ves a otros de cuerpo fuerte como Peter Sagan, que andan bien en todos los terrenos“

¿En cual de las tres disciplinas del triatlón se ha exprimido más?

Creo que donde más capaz era de exprimirme era sobre la bici. Como entrenaba detrás de ciclistas profesionales, gente que iba muy fuerte, pues me sacaban de punto y eso a mí me encantaba, porque me ponía más en forma. Fuí muy amiga de los difuntos hermanos Otxoa, Ricardo y Javier, muy majos. Me adoptaron. Hablo de los 90. Por entonces me daba palo ir con ellos, porque andaban mucho. Me llamaban y me decían: “Venga, Virgi, vamos, ven con nosotros. No te preocupes, que no pasa nada, si tenemos que esperar te esperamos”. Eran buena gente no, lo siguiente, de verdad. Estuve en la UCI visitando a Ricardo tras su accidente (recordamos que los dos hermanos fueron atropellados en febrero de 2001 mientras entrenaban). Salí rota, con una llorera total…

En fin, te decía que me gustaba entrenar con profesionales. A veces en la carretera me encontraba con Iban Mayo; en Mallorca, me metía a rueda de grupitos de pros que andaban de preparación por allí y me ponía muy en forma; hasta recuerdo que una vez, en Canarias, me encontré con Cancellara y aguanté detrás de él un entreno de 6 horas. Hombre, a ver, cuando apretaba subiendo me dejaba… Que nadie crea que por decir que iba con él me veía capaz de correr un Tour de Francia, no se me va tanto la pinza…Quiero decir que por el hecho de entrenar en bici con gente de mucha calidad ganaba una forma que luego me hacía capaz de exprimirme mucho más. Por el contrario, entrenar la carrera a pie lo hacía en solitario y por lo tanto creo que tuve menos mejora“.

En 2013 dio positivo en un control antidopaje realizado tras el triatlón de Bilbao, la que debía ser la última prueba de su vida deportiva. 

Con este tema ya di la cara en su momento y he contado muchas veces lo que me sucedió entonces. Ese buscar contentar a todo el mundo, pensar que no me iban a querer si no ganaba. Era yo misma la que me metía presión. Esa es una herida que he querido cerrar, dejarla atrás apoyándome en mi familia. Por eso salí en aquella rueda de prensa a dar la cara, a explicarme. Por supuesto que fui yo la que cometí el error. Nadie me indujo a nada, se me ofreció y pude haber dicho que no. En fin, fui yo la que tomó la decisión. No hay excusas.

Todo lo que me ha pasado en la vida, todas las malas cosas que he tenido que superar me han dado más fuerza. Quiero pensar que mi hijo nació en nuestra familia porque iba a tener lo que realmente necesitaba. A mí me ha dado fuerza para tirar adelante

Tras cumplir dos años de sanción, volvió a competir en 2015, y ganó el Triatlón de Bermeo. 

Volví otra vez a competir en categoría Veteranos 1 para quitarme la espina, no para ser profesional ni vivir de ello, pero tenía los pies lesionados y no pude seguir. Durante todo ese tiempo anterior (los dos años citados) hice mucho deporte, porque para mí es una filosofía de vida, aparte de una terapia. Por entonces conocí a Ander mi marido (se casaron en 2018); me saqué el título de entrenadora de triatlón; en 2017 hice una formación en un método de ejercicios que me gusta mucho, Gyrotonic; y ya en 2020 creamos Bizi Cycle Tour, que ofrece Tours en bici por el País Vasco, dirigidos primordialmente a ciclistas extranjeros de nivel alto. Al mismo tiempo de crear la empresa di a luz a mi hijo Luka, con su enfermedad rara (el niño nació con una malformación el occipital izquierdo y displasia cortical); mi aita tuvo un accidente (le atropellaron cuando iba en moto y tuvieron que amputarle una pierna por debajo de la rodilla); y llegó la pandemia mundial…

Demasiadas cosas, aunque en este tiempo y fundamentalmente con mi marido y mi hijo descubrí lo que de verdad importa. Todo lo que me ha pasado en la vida, todas las malas cosas que he tenido que superar me han dado más fuerza. Quiero pensar que mi hijo nació en nuestra familia porque iba a tener lo que realmente necesitaba. A mí me ha dado fuerza para tirar adelante. No me gusta usar la palabra resiliencia, porque parece que está de moda, pero todo lo que he hecho en mi vida ha sido resistir y progresar y mi hijo ha venido a seguir enseñándome lo que realmente importa: salud, familia y amigos. Con ellos he vuelto a ser feliz, a sentirme querida sin necesidad de otros reconocimientos“

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