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Sobre este blog

A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.

El sueño secesionista

Pedro Gómez Damborenea

Lo habitual en estos tiempos es estar harto. Si dices lo contrario eres un rarito.

Tipo A. Se levanta, se mira al espejo, enciende la radio y exclama: “La culpa es de Madrid. Hay que irse ya. Nos roba. Hasta la sangre”.

Tipo B. Se levanta, se mira al espejo, enciende la radio y exclama: “ Malditos nacionalistas. Siempre quieren más. Se vayan al carajo”.

Tipo C. Se levanta, se mira al espejo, enciende la radio y exclama: “Joder que cansado. Siempre lo mismo. Así no hay quien viva”.

Tipo D. Se levanta, no tiene espejo, pasa de la radio, de todo y de todos.

Tipo E. Se levanta y está seguro sin oir la radio de que va convencer a todos de que todo va bien.

Es una simple y breve radiografía de distintos estados de ánimo. Básica, pero no pasa nada. Se acerca la Diada y vamos a oir de todo, salvo que apaguemos la radio.

Empiezo por Mariano Rajoy, presidente del Gobierno. En su mundo. Lo importante en su filosofía de vida es perseverar. A la tercera, probablemente por su carisma personal, logró la mayor mayoría absoluta de la democracia española. Eso es suficiente y lo único importante. El resto, como su llegada a la presidencia, llegará antes o después. Se solucionará solo. Y Cataluña no es una excepción. Hay que perseverar y esperar.

Los catalanes, según el credo del presidente, se darán antes o después cuenta de que no tienen razón. Todo pasará y el secesionismo creciente no será, a su entender, más que otra burbuja, como fue la de internet o la inmobiliaria. Reventará y el sistema volverá a establecer el orden. Es una nueva versión marianogallega del 'laissez faire, laissez passé'.

Sigo por Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya con vocación fracasada de guía espiritual de la nación catalana. Se presentó a las elecciones para arrasar y fracasó, pero se siente el caudillo que liderará la ruptura con España. Da igual que la realidad le haya desbordado y vaya a remolque de sus promesas incumplidas. Ante su impotencia ante la crisis y la ceguera de Madrid, encendió la mecha secesionista que ya ni sabe ni puede controlar.

Su nacionalismo, como todos, va recubierto de un barniz intelectual e histórico. Rafael Casanova es el padre de la patria catalana y un mito y la Guerra de Secesión, que en el ideario nacionalista no fue una guerra civil por la sucesión en la corona de España. Fue una guerra entre España y Catalunya. Ya sé que todo tiene aristas, pero es una manipulación similar a la de los nacionalistas vascos que se han llegado a autoconvencer de que la Guerra Civil fue una guerra de España con Euskadi. Pero, por gracia o desgracia, todas estas cuestiones no son relevantes. El uso de la historia como el chicle que cada uno estira para donde más le place empieza a ser indiferente. Lo que importan son los sentimientos.

Reconozco que no soy nacionalista ni partidario de la secesión, pero también sé, que me pueda parecer acertado o un despropósito, la realidad es tozuda y hay un montón de gente que apuesta por la secesión de Catalunya. Cada vez más. Estoy convencido de que algo se estará haciendo mal. Ya sé que el nacionalismo catalán no asume los errores propios en la gestión de la crisis y muchas otras cosas, pero me da igual. El nacionalismo tiene creyentes al alza y eso nadie lo puede obviar.

Decir cada vez que te preguntan que tu proyecto es la Constitución, como hace Mariano, es de una simpleza que roza la estupidez. Señor presidente, hay un problema y usted es responsable de gestionarlo. Le guste el problema o no le guste.

Pero la simpleza no está solo en la orilla de Mariano, también en la nacionalista. Me dan igual las legitimidades históricas o no del nacionalismo en este momento. Lo contemplo como una religión, en la que se cree o no con la fe de los inocentes que decía Miguel de Unamuno. Los que no creemos en el nacionalismo no lo entendemos muy bien, pero es lo que tiene ser agnóstico o ateo en la cuestión nacional, o tener serias dudas.

Los nacionalistas se empeñan en desbordar al Estado para ser libres y mi pregunta es si ahora son esclavos y qué implica esa libertad. No hablo solo de las relaciones comerciales con España o la integración o no en la UE; cuestiones muy espinosas si uno rompe de malas formas. También hablo de deuda y de responsabilidades compartidas. Unir estados es complejo, y como prueba la UE, pero romperlos no es más fácil. Recuerdo ahora que las propuestas rupturistas del lehendakari Juan José Ibarretxe siempre incluían la palabra “amable”, pero no lo eran. Al menos se dio cuenta de que hacían daño a otros. ¿Alguien ha explicado a la sociedad catalana el posible daño y las responsabilidades económicas y sociales que supone una secesión?

Hablamos de sentimientos que muchas veces no atienden a razones, señor presidente. De usted al menos se esperarían razones y capacidad de gestión porque con decir que salimos de la crisis y obviar el resto ni nos convence ni vamos a ningún lado. Artur y Mariano, líderes patrios y guías nacionales, reflexionen, siéntense y hablen porque estoy seguro que nadie quiere que las cosas acaben mal y no tienen buena pinta.

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A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.

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