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Sobre este blog

En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.

“Ver la felicidad de tu familia cuando has salido de la droga es lo que más vale”

Ainhoa, 47 años

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Sobre este blog

En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.

Desde que nacimos hemos vivido en casa malas situaciones. Mi padre era alcohólico y maltratador y yo, supongo que para evadirme de los problemas, empecé con diez u once años a fumar porros. Luego pasé a los ‘tripis’, cocaína y heroína, así hasta los 20 años.

Viviendo con mis padres me quedé embarazada y, con 21 años, me fui a vivir a Barakaldo con el que luego sería mi marido. Yo quería irme de casa porque ya no podía más. Mi padre se metía más conmigo que con mi hermano porque me había encarado varias veces con él. Mi hermano no sé si se daba cuenta o no de muchas de las cosas que hacía mi padre porque tenía un sueño muy profundo, pero aun así ha tenido que ir al psicólogo desde pequeño. Recuerdo que muchas veces, cuando empezaba el lío en casa, mi madre me decía: “Sal a la calle y, cuando te llame, vuelves”. Eso podía suponer estar dos o tres horas de madrugada en la calle.

Durante el embarazo, y hasta que mi hijo tuvo entre dos y tres años, no consumí nada, pero después empecé de nuevo a fumar porros porque la relación con mi marido se complicó. Mi suegra cayó enferma cuando mi hijo era pequeño y mi marido y yo nos vimos solos para atenderla porque los familiares de él no se hicieron cargo. Los únicos que nos ayudaron fueron mis familiares. Me acuerdo de que bajé 21 kilos. Mi marido fue también evadiéndose de prestar atención tanto a su madre, que requería unos cuidados continuos durante todo el día, como a nuestro hijo y esas labores acabaron recayendo todas en mí. En esa situación, volví al consumo de porros y pastillas, pero mi marido, aunque lo sabía y veía cómo estaba, tampoco se preocupó.