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Sobre este blog

En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.

Con 50 años pude salir de la calle y volver a ganarme la vida

Persona sin hogar en las calles de Bilbao

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Nací en Alcañiz y, con dos años, mis padres me internaron en un colegio de monjas en Lleida hasta que tuve ocho, lo recuerdo porque cuando hice la primera comunión ya estaba fuera. Había querido escaparme varias veces y, en vista de eso, mi abuela me sacó del colegio y fui a casa de mis padres, que en ese tiempo también vivían en Lleida. Fue entonces cuando conocí a mi padre. De mi madre, solo guarda ba algún recuerdo de cuando era más chiquita. Poco antes de los once años, me trasladé con mi familia a Barcelona y allí he vivido hasta que vine a Bilbao. Vivíamos en uno de los barrios más bonitos: San Cosme y San Damián, al lado del aeropuerto. En el primer curso del instituto vi que no aprendía y, como no éramos precisamente ricos, les dije a mis padres que en lugar de estudiar quería trabajar. Mis padres eran de los que decían “¡O estudias o trabajas, pero aquí no estás sin hacer nada!” y, al día siguiente, me metieron de camarera en un bar del barrio.

Cuando tenía 17 años, mi madre murió, me peleé con mi padre y me largué a una pensión de Barcelona. Busqué trabajo y entré de camarera en un restaurante enorme de Barcelona. Me gustaba aquel empleo y en él estuve muchos años hasta que se acabó. Después, encontré trabajo en una empresa de limpieza, pero empezó a no andar bien y pronto echaron al personal a la calle y me quedé en el paro. En esa empresa solo cotizaban por media jornada, aunque trabajábamos a jornada completa así que el paro que me quedó era tan bajo que no me llegaba para pagar los gastos. Tuve que dejar la habitación en la que vivía de alquiler e irme a un albergue.

Cobraba muy poco, me quedaban dos meses de paro y estaba en un albergue con mi pareja, que tampoco tenía trabajo. Vi entonces claro que lo mejor era no seguir en Barcelona y trasladarnos a Bilbao, donde ya habíamos estado  trabajando una temporada. Él es de Basauri y cuando falleció su madre vinimos a organizar el funeral y a arreglar los papeles del testamento. Fue entonces cuando conocí Bilbao, recuerdo que llegamos en plenas fiestas y me encantó su gente porque veía que me trataba de otra manera. En esa temporada, yo estuve trabajando en un bar y él, en una panadería.

Con aquel buen recuerdo de Bilbao, seguíamos en Barcelona, pasando dificultades. El dueño de un restaurante nos ofreció trabajo a los dos pero, al final, nos tomó el pelo: estuvimos cuatro meses trabajando y solo nos pagó el primero. Después, cerró el negocio. Nos vimos mal. No teníamos un duro y pedimos ayuda a la asistencia social para poder dormir un mes en un albergue, ya que al mes siguiente yo empezaba en aquel trabajo de limpieza y entonces podríamos alquilar algo de nuevo. Pero en Barcelona, tenías que estar enfermo para que te ayudaran. Como estaba sana, me dijeron que sentían mucho no poder ayudarme.

Con el trabajo de limpieza pasó lo que he contado, que cerró la empresa. Mi compañero, que estuvo trabajando de guarda de seguridad en una obra, también se había quedado en el paro  al terminarse.

Seguir en Barcelona, estando los dos desempleados, era cada vez más difícil. Volví a pensar en Bilbao y, en vista de la situación que teníamos y del buen recuerdo que guardaba de la temporada que estuvimos aquí, una noche le dije completamente decidida a mi pareja: “¡O te vienes conmigo a Bilbao o me voy sola!”. Me respondió que en Bilbao la situación tampoco sería buena porque la crisis estaba en todos los lados, pero le contesté que para estar en Barcelona como estábamos era mejor ir a Bilbao, donde la gente había visto que te trataba de diferente manera y me gustaba más.

Vivir en la calle

Al llegar a Bilbao, fuimos a un sitio de la Diputación donde te facilitan la entrada en un albergue y nos enviaron por tres días al de Lagun Artean. No sabíamos bien cómo eran las normas de estancia así que cuando pasaron unos días, que además cayeron en fin de semana, nos tuvimos que ir y estuvimos viviendo en la calle hasta que, a través de un psicólogo del centro, nos dejaron volver al albergue de Diputación.

Cuando entré de nuevo en el albergue, le dije a mi pareja y también al psicólogo: “¡Yo quiero salir del agujero!”. No tenía nada, pero en Lagun Artean me dieron la ayuda que en otros sitios no me habían prestado. Empezaron ayudándome a renovar el carnet de identidad y los papeles de la Seguridad Social, porque en la calle me los habían quitado. También me robaron el móvil y otras cosas. Vivir en la calle es peligroso, lo pasas mal. Tienes que acostarte después que todo el mundo y levantarte antes que nadie y menos mal que yo he tenido la suerte de tener pareja... si puedes salir de la calle, lo mejor es que salgas. El problema es que sin ayuda es difícil porque cuando vas a buscar trabajo se nota que estás durmiendo en la calle, la gente te mira mal y las entrevistas es complicado hacerlas bien.

Respecto al albergue, para poder continuar en él, tienes que estar o estudiando o trabajando porque Diputación sin hacer nada no te consiente, tienes que hacer algo para pagarte lo que te tengas que pagar. Mi pareja, otro chico y yo nos apuntamos a un curso de Lanbide para trabajar en residencias. Aprobé y estuve atendiendo a personas discapacitadas en sus propios pisos durante dos años y pico. Luego pasé una temporada sin trabajo y uno de los educadores me propuso hacer un cursillo específico de asistencia en hogares. Recuerdo que le bromeaba diciéndole que no era normal que a los cincuenta tuviera que estar estudiando tanto. El curso lo hice en el Instituto San Nicolás de Barakaldo y lo aprobé con unas notas que no las sacaba ni cuando era niña. Creo que me fue tan bien porque me gusta ese trabajo de atención a las personas. Además, hice amistad con dos compañeras de allí y seguimos viéndonos.

Ahora estoy contratada en una empresa de asistencia a personas dependientes en su domicilio. Mi idea es seguir en este trabajo porque me encanta. He trabajado en distintas localidades, en pisos de distintas zonas de Bilbao, en Getxo y en Basauri. Como hago suplencias, me destinan a más sitios. Lo único malo es que te cuesta hacerte al trato de nuevas personas porque hay que empezar de cero con cada una.

Mi pareja me ha apoyado en todo y seguimos juntos. Él también ha estudiado para residencias y está apunta- do en mi empresa, lo que pasa es que no suelen llamar a chicos en nuestro trabajo; pero él está activo y hace trabajos cuando le salen. Ahora vivimos en el barrio de Arangoiti en un piso alquilado por habitaciones.

Importancia de la ayuda

La gente de Lagun Artean es mi gran familia; en mi vida no tengo a nadie más que a ellos, a mi pareja y a su hija. En Lagun Artean me han informado, me han ayudado a buscar trabajo y siguen apoyándome en muchas cosas. Yo sé que puedo contar con ellos porque siempre me han dicho: “María, ésta es tu segunda casa”. Estando en Lagun Artean he conocido, además, a mis dos mejores amigas. Yo no me corto un pelo a la hora de decir que  he salido de Lagun Artean; el jefe de  mi empresa actual lo sabe y conoce la asociación. Tampoco escondo que he dormido en la calle varias veces y no me olvido de que igual podrían no ser las últimas, aunque mejor que Dios no lo quiera. ¿Por qué lo tengo que esconderlo si no es ninguna vergüenza? Es un problema que he tenido con la crisis y punto.

Hay gente que después de haber trabajado toda su vida, y de haber tenido luego que acoger a sus hijos y nietos, ha perdido su vivienda por no poder pagar la hipoteca y ha acabado también en la calle. A veces recuerdo que en Barcelona vi una señora mayor que me dio mucha pena: estaba pidiendo con la cara tapada, porque a lo mejor la conocían en el barrio. Me dio la impresión de que era la primera vez que lo hacía. Me dijo que le habían quitado el piso y pedía dinero para dar de comer a sus hijos y nietos. Pues, lo mismo que le había pasado a esa señora me pasó a mí. Por eso digo, sin ninguna vergüenza, que he vivido en la calle y también que, gracias a Lagun Artean, he podido salir de ella.

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En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.

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