Carta a Monseñor Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española

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Estimado Monseñor y hermano en Cristo:

Del mismo modo que hace unas semanas nos dirigimos a usted y al conjunto de los obispos para manifestar nuestra discrepancia ante sus palabras sobre la necesidad de unas elecciones anticipadas, hoy queremos expresarle nuestro reconocimiento por sus manifestaciones públicas en defensa de las personas desalojadas en la ciudad de Badalona, así como por la posición mantenida por los obispos catalanes ante una situación de extrema gravedad social.

Los acontecimientos de los últimos días, sin embargo, nos obligan a ir un paso más allá en la reflexión. La presión vecinal ejercida contra la parroquia de Mare de Déu de Montserrat ha terminado por frustrar un dispositivo de acogida de emergencia impulsado por Cáritas y Cruz Roja, obligando a reubicar a estas personas en otros recursos de manera discreta para evitar nuevos episodios de hostigamiento. No se ha puesto en cuestión la capacidad de la Iglesia para acoger, sino el derecho mismo a hacerlo.

Como Iglesia, esta realidad nos interpela profundamente. El Evangelio no solo nos llama a denunciar la injusticia, sino a sostener la acogida incluso cuando esta resulta incómoda o impopular. Dar posada al peregrino hoy significa también resistir la presión del miedo, del señalamiento y del rechazo organizado. Significa asumir que la hospitalidad cristiana no siempre será aplaudida.

Las personas desalojadas del antiguo instituto B9 son hoy el rostro concreto de aquel Jesús que no encontró lugar en la posada; son la angustia de María y José ante la intemperie y la incertidumbre. Que ni siquiera un templo pueda ofrecer refugio sin conflicto debería llevarnos, como comunidad creyente y como sociedad, a una profunda revisión de nuestras prioridades. Sin acogida real, la Navidad corre el riesgo de quedarse en mera escenografía.

Desde nuestro grupo de Cristianos Socialistas seguiremos trabajando, junto a las organizaciones sociales y desde las administraciones públicas, para que la dignidad humana no quede supeditada al ruido, a la presión o al cálculo político, y para que ninguna persona sea empujada de nuevo a la invisibilidad por el simple hecho de no tener un hogar.

Lo ocurrido en Badalona no es un hecho aislado ni una excepción desafortunada: es el reflejo de una sociedad que empieza a normalizar la exclusión, incluso cuando esta se ejerce contra los más vulnerables y en nombre de una supuesta tranquilidad colectiva. No se trata solo de dónde duermen hoy estas personas, sino de qué tipo de comunidad estamos construyendo y qué valores estamos dispuestos a defender cuando hacerlo tiene un coste. Como Iglesia y como sociedad, el reto no es gestionar la emergencia sin ruido, sino sostener la dignidad humana incluso cuando incomoda. Ahí es donde se juega, de verdad, nuestro futuro común.

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