Subalquilar tu habitación por Navidad, otra 'paga extra' en un Madrid insaciable: “No quería hacerlo, pero vivo ahogada”
A falta de conocer los datos finales del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre el precio de la vivienda en 2025, los portales inmobiliarios siempre ofrecen pistas. Idealista lleva meses encadenando máximos históricos en Madrid: noviembre cerró con un nuevo récord de 22,8 euros el metro cuadrado en pisos de segunda mano, un 11% más que el año anterior. La cifra va camino de duplicar la media española, de 14,6. El Ministerio de Vivienda constató en las últimas semanas que el valor medio de las tasaciones por metro cuadrado, que determina el valor de mercado del inmueble, alcanza ya los 3.732 euros en la capital, rebasando por primera vez el techo de la burbuja inmobiliaria. Con este escenario, los inquilinos comienzan a buscar soluciones, ya sea debajo de las piedras o incluso pasando por encima de la legalidad.
Las vacaciones de Navidad parecen una buena oportunidad. María, de 28 años, lleva cinco en Madrid y más de una vez ha tenido que cambiar de piso; así que aún mantiene grupos de WhatsApp en los que puntualmente se mandan anuncios u ofertas para inquilinos. Desde hace algún tiempo le ha sorprendido una práctica casi habitual. “Alquilo mi habitación por semanas o días del 16 de diciembre al 15 de enero”; “si alguien necesita habitación en el centro de Madrid en diciembre y enero, que avise”; “estoy buscando un alojamiento en Madrid solo para el mes de enero, preferiblemente por la zona de Nuevos Ministerios, Chamberí o Cuatro Caminos”. Estos son mensajes que muestra desde su teléfono.
¿Quién está detrás? En la mayoría de casos que conoce, inquilinos como ella que buscan ganarse un dinero extra para surfear situaciones económicas inestables en un mercado al alza. Edurne (nombre ficticio) es una de ellas. Ha pedido mantener su identidad real en el anonimato, en parte por miedo a represalias de su casero –no está permitido subarrendar un piso de otro propietario– pero también por la contradicción ideológica que asume con ello.
“Normalmente, no me lo hubiera planteado, porque soy de Ibiza y allí ya tenemos un problema tabú con la vivienda. Pero me llegó un mensaje de otra chica que necesitaba encontrar algo para enero, y lo vimos como un recurso útil”, explica. Vive con su chico, que estudia y cobra el paro; mientras que ella es autónoma y, cuenta, hace poco “perdió a un cliente importante” que le abrió un agujero inesperado para diciembre en la cuenta bancaria. “Tengo ahorros, aunque tampoco voy sobrada”, añade Edurne, con una confesión final: “No quería hacerlo, pero vivo ahogada”.
La encrucijada de la vivienda en Madrid, una ciudad a la que muchos acuden en busca de una oportunidad laboral que les impulse en lo profesional o para cursar estudios en la capital, a veces con mejores ofertas de prácticas en empresas. Los sueldos, en cambio, no siempre distan de otras urbes aunque el mercado del alquiler y compra-venta se vuelve cada vez más tenso. “No sabemos si [subarrendar habitaciones] es una práctica habitual o algo anecdótico, ni tenemos claro a qué perfil social está afectando más. Pero lo que es seguro es que hay una motivación por unos precios que ya no se pueden pagar”. Es la conclusión que saca Fernando De los Santos, del Sindicato de Inquilinas de Madrid.
La principal razón por la que cree que hay gente buscando exprimir por unos días la habitación en la que viven, aunque sea para temporadas cortas como las vacaciones, es porque el alquiler representa una parte cada vez más grande del sueldo y, literalmente, a veces apenas quedan recursos para comer o sobrevivir una vez pagado. Es lo que le ocurrió a Edurne cuando perdió a su cliente: que esa falta de ingresos le dejó un hoyo económico importante y, al final, tuvo que buscar soluciones rápidas.
A Carlos le pasa algo parecido, aunque no tanto por una pérdida económica puntual como por una situación sostenida. Es argentino y lleva menos de un año en Madrid, así que estas vacaciones volverá a Buenos Aires por primera vez desde que aterrizó. Como estará allí un mes entero, para el que había acumulado todas sus vacaciones en el trabajo, al desembolso de los vuelos –unos 1.000 euros– deberá sumarle el mes de alquiler. Si quiere mantener el piso, que comparte con dos chicas por 400 euros la habitación, no le queda otra que hacer ese doble gasto. La nómina de Carlos no rebasa los 1.200 euros, así que la aritmética se le ha vuelto complicada.
Al final, se armó de valor y preguntó a sus compañeras si podía buscar a alguien para dormir en su cuarto esos días. Así podría ganar un dinero extra que le ayudaría a compensar los gastos de enero, pero las reticencias a vivir temporalmente con un desconocido o el temor de que esto llegue a oídos de su casero aún las tiene meditando. “Es que encima los propietarios, que se empoderan en los contratos con derechos para hacer todo el negocio que quieran, ponen cláusulas que impiden subarrendar a quienes lo alquilan y les limitan en casi todo”, valora el miembro del Sindicato de Inquilinas de Madrid.
“Va a ir a más”
“Estas prácticas van a ir a más a medida que los alquileres sigan creciendo sin límite. Y afecta a todos los colectivos: aunque se habla siempre de las personas jóvenes, y es cierto que ya no pueden emanciparse, también los hay que con 35 años tienen que compartir piso en contra de su voluntad porque no les quede más opción”, reflexionan desde el Sindicato de Inquilinas. A estos hay que añadir a personas mayores con una pensión “mínima” que viven con miedo a perder su techo o las personas migrantes que “aceptan cláusulas abusivas o irregularidades porque es el único cobijo que encuentran por situaciones de racismo inmobiliario”.
“Es normal que muchas de esas personas tengan que recurrir a prácticas como subarrendar si quieren vivir en Madrid”, sentencia De los Santos, que señala el sigilo con el que suelen llevarse a cabo estas transacciones como causa –entre otras– de que no haya datos oficiales del fenómeno. Para contrarrestarlo, desde el Sindicato de Inquilinas proponen controlar los precios cuando estos sean “incompatibles” con la vida y poner sobre la meta el debate de los alquileres indefinidos. “No puede ser que cada cinco, seis o siete años nos expulsen de nuestras casas porque nadie quiere parar los pies a los fondos buitres”, considera su portavoz.
Estos grupos de inversión de alto riesgo se extienden por la ciudad, llegando a comprar edificios enteros en pleno centro e incluso vivienda pública. La contestación ciudadana explota por distintas vías, ya sea con la primera querella colectiva por acoso inmobiliario contra un fondo en España –que interpusieron los vecinos del edificio de Tribulete, en Lavapiés– o con reacciones desesperadas a menor escala, como subarrendar la habitación. Claudia lo ha vivido en primera persona, solo que del otro lado: el de una compañera de piso a la que le han pedido permiso para meter a un desconocido durante un mes en casa.
“Nos sentó y nos preguntó qué nos parecía la idea, que a él le resolvía ese mes porque tendría gastos extra”, narra la joven, de 28 años y originaria de Plasencia. Lleva una década en la ciudad y ahora comparte piso en Opañel con otras dos personas más. Su compañero ha guardado sus vacaciones de todo el año para volver a casa durante un mes entero. Pagó cerca de mil euros por los vuelos y, aunque no pagará alojamiento, ese gasto se ha comido casi todo su sueldo.
Para viajar 30 días y mantener su alquiler en Madrid tendría que tirar de ahorros, así que compensar las pérdidas había pensado en buscar a alguien para alquilar por días su habitación en Madrid, que se quedará vacía. El principal obstáculo era lograr el beneplácito del resto de inquilinas, que ahora deben decidir si aceptan convivir con otra persona. Casi todas las pertenencias se quedarán en el piso, al alcance de un desconocido que compartirá su intimidad a cambio de rellenar un agujero en su bolsillo.
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