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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

América Latina y los tres botones

Cientos de opositores bolsonaristas invaden la sede del Tribunal Supremo Federal de Brasil, en Brasilia.

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Hay una expresión popular para refrendar una afirmación que señala que “para muestra un botón”. Quiere decir que, a veces, con un solo ejemplo se puede demostrar todo aquello que se pretende; que, por lo tanto, no hace falta mostrar ese todo, sino que una parte es suficientemente representativa. Pues bien, iniciando el año 2023, podemos decir que América Latina, pese a los últimos graves acontecimientos golpistas en Perú o Brasil, confirma que hay alternativas al modelo dominante y que este continente está empeñado en su construcción. Y, retomando el dicho popular, durante el 2022 hemos tenido no uno sino, mínimo, tres botones y una intención. Colombia, Perú y Brasil serían, evidentemente, esos botones; la intención reside, además de en las transformaciones profundas que ya se dan en cada uno de estos países, en la determinación por construir un bloque plurinacional continental que fortalezca la voz propia y soberana de todo ese amplio territorio ante el resto del mundo. Veamos ahora los botones.

En Colombia la izquierda alcanza el gobierno por primera vez en la historia republicana. Doscientos años en los que ese país andino y caribeño ha sido gobernado como una finca cafetalera en la que la oligarquía dictaba a su antojo sobre la vida de millones de personas. Un país en el que, precisamente, mantener la vida ha sido tan mágico que de alguna forma ha dado lugar a una de las corrientes literarias más creativas y ricas del planeta; el realismo mágico de García Márquez nos habla de soledades casi infinitas, de muertes anunciadas, o de coroneles que no tenían quien les escribiera.

Pero, más allá de ese realismo mágico, la vida de las mujeres y hombres que poblaban selvas, campos, montañas o periferias no valía nada. De una parte, el hecho de vivir en la finca-país donde el patrón (oligarquía) mandaba sin que nadie pudiera reclamar derechos en un proceso nuevamente infinito de injusticias y miserias. De otra parte, la violencia que esa injusticia implantaba como método para mantener el silencio de las grandes mayorías, y la violencia de respuesta que generaba y que, en muchos momentos, se perdió también en soledades de cien años que hacían perder la razón de sus primeros pasos.

Pero el cansancio se sumó a la determinación por cambiar las cosas y sacó a flote el amor y los demonios en esos tiempos del cólera. Los levantamientos y protestas populares, precisamente protagonizados por los y las más jóvenes, marcaron los primeros pasos firmes y el camino hacia un nuevo tiempo. Posteriormente, la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez abren definitivamente las puertas a la posibilidad de transformaciones largamente anheladas. Hay determinaciones nunca antes posibles como es acabar con la violencia, casi endémica, y alcanzar la paz total y con justicia social; o proteger la enorme biodiversidad de Colombia haciendo de este país un faro verdadero en la lucha contra la crisis climática y ambiental que sufre el planeta a causa del desenfreno del modelo dominante por obtener el máximo de beneficio para unos pocos al precio de acabar con la vida digna para otros muchos y muchas.

Otras proyecciones tienen que ver con lograr alimentación digna para todas las personas, acabar con la violencia de género o una mayor inversión no en la guerra sino en una educación y salud públicas.

El segundo botón es Perú. Y esta afirmación, desde la consciencia de que puede resultar difícil ubicar a este país andino en la construcción de alternativas al modelo, sobre todo después del golpe oligárquico contra la presidencia electa. Cierto es que Perú vuelve a hundirse en las políticas dictadas por la clase política y económica tradicional de la mano de esa oligarquía que siempre entendió el poder como parte irrenunciable de su patrimonio. Desde los años de la dictadura de Alberto Fujimori, la dureza de las políticas económicas neoliberales ubicaron a Perú como un fiel aliado en la globalización capitalista y en contra de las propuestas progresistas que buscaban colocar en el centro la vida digna de las mayorías y no el beneficio por el beneficio para unas minorías ya enriquecidas.

El cansancio y la rabia por el empobrecimiento continuo pese a ser un país rico en posibilidades, llevó en este 2022 al grito electoral de ¡basta ya! Así, la elección de Pedro Castillo, maestro de escuela del área más pobre del país, la sierra andina, supuso un aldabonazo contra las políticas económicas y la corrupción endémica que hacía que unas escasas élites gobernasen y se alternasen en el poder sin mirar más allá de los barrios más ricos de la capital. Ahora, los otros barrios, las periferias urbanas, se unían a la sierra y las selvas para tratar de cambiar las cosas.

Y eso no podía ser permitido. Por eso, las élites, que siempre entendieron la democracia solo interesante si las beneficiaba, pusieron en marcha todas las vías para impedir las posibles nuevas formas de buen gobierno. Desde el primer día armas como el sabotaje económico, el bloqueo legislativo o la judicialización de la política se articularon para impedir cualquier transformación en el país y acabar con el gobierno de Castillo. Se puede pensar que Perú vuelve así a las viejas sendas del modelo dominante durante las últimas décadas, pero es muy posible que, en realidad, esté dando los primeros pasos de un largo proceso social constituyente que tendrá resultados en los próximos años. Hay que recordar que estos procesos de gestación operan más en el medio y largo plazo que en el corto.

Y llegamos al botón más reciente, al Brasil en el que Lula da Silva acaba de tomar posesión de la presidencia por tercera vez. Encuentra un país que, pese a ser la mayor potencia demográfica y económica del continente latinoamericano, está hundido tras el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro. Tal y como gráficamente el nuevo presidente lo ha descrito, el reto más grande es reconstruir un país en ruinas. Un país donde 33 millones de personas pasan hambre y 100 millones viven en la pobreza. Un país donde la corrupción se ha multiplicado a la par que la deforestación de la Amazonía y la violación de los derechos de los pueblos indígenas, y donde frenar y revertir ambos procesos también se han ubicado como retos fundamentales. Un país donde la ultraderecha golpista está dispuesta a acabar con la democracia y llama continuamente, intenta, el golpe de Estado.

Por último, la intención aludida al principio de este texto. El desafío, al que Lula ya se ha referido en común visión con, entre otros, López Obrador en México, Petro en Colombia o Arce en Bolivia, tiene que ver con la claridad en avanzar en la integración desde la diversidad de cada país y pueblo. Se es muy consciente de que América Latina debe articular las bases y estructuras políticas, sociales y económicas necesarias que le den un camino propio, digno y soberano. Solo así, en la construcción de un bloque plurinacional continental América Latina caminará hacia el fin de su invisibilidad y el sometimiento a las políticas y dictados económicos que otros han dictado durante los últimos siglos. Y se podrá, igualmente, sacudir los intentos oligárquicos y fascistas por cerrar el paso a las transformaciones profundas que se necesitan. Es la emergencia de la otra América Latina.

Esos son, en definitiva, los tres botones y la intención que muestran que 2022 fue un año rico en avances y que 2023, pese a todos los obstáculos que habrá, puede ser un año nuevo de transformaciones para todas las mujeres, hombres y pueblos del continente.

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