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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Ane y la lluvia

Imagen de una manifestación contra la violencia machista.

Pablo García de Vicuña

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Ane está triste. Obediente como es, lleva mucho tiempo pegada a la ventana de su habitación, la última orden que escuchó de ama. Antes, unas horas antes, estaba frente a la ventana del salón, jugando con las gotas de lluvia que se posaban mansamente tras el cristal. Ahí sí que disfrutaba. Con su dedo, seguía las líneas de agua que descendían hasta el alféizar. Las había que corrían, casi sin tiempo para que las igualara desde el otro lado del cristal, antes de desaparecer; a otras, sin embargo, les costaba arrancar y Ane las cantaba, animándolas a iniciar su andadura por el cristal.

Ahora, Ane está en su cuarto y disfruta menos que en el salón. El juego le aburre; ya no hay carreras de gotas. Los cristales están como estallados de chispitas y ninguna gota se atreve a correr. La vista desde su cuarto es más fea; el salón le permite observar, a lo lejos, las olas y la playa. Su precioso cuarto, no obstante, sólo le ofrece vistas a la casa de Mikel, con quien tanto juega; ahora, está de vacaciones con su familia. Además, hace ya un rato, no sabe cuánto, pero mucho, desde que ha pasado “eso”.

Ane piensa en el salón y en la playa; sobre todo, en la playa. No entiende por qué, pero cada vez que se acuerda de su playa, ve el color amarillo intenso del sol y de la arena. Entonces, se calla, contiene la respiración y escucha las voces de otros niños que se mezclan con el rumor de las olas. Sigue aguantando la respiración porque espera el momento más importante del recuerdo, aquel en el que entra la voz de aita, suave, melódica, sedante. Entonces, callan todos los demás sonidos y se concentra en esa voz que la felicita por el castillo tan bonito que acaban de construir sobre la arena. Aita le confirma que no habría podido construirlo solo y que gracias a ella y a su foso tan perfecto, ninguna ola se lo llevará antes de una hora. Para entonces, se habrán bañado juntos, porque ama no soporta el mar, y aita se habrá hundido tantas veces como chumbos le haya hecho Ane. Es verano y nada ni nadie pueden podrán cambiar su sonrisa.

Ane sigue triste frente a la ventana de su habitación. Un trueno repentino le marca el final del recuerdo. El sonido de la lluvia le trae las palabras de “Ande” hablándoles de la nueva estación del año que acaban de inaugurar: otoño. A ella no le gusta, porque aunque han ido hasta el bosque a recoger castañas que más adelante “Ande” les repartirá, intuye que el tiempo de playa no volverá. Y con ello, desaparecen el sol, la arena, las olas y aita.

No recuerda bien la explicación de ama, pero algo relacionado con un viaje muy largo, muy largo y la ausencia de aita, tiene en la cabeza. Además, ha aparecido, casi de repente, amama, a quien llevaba mucho tiempo sin ver, y se ha instalado con ellas, en su cuarto. Cada vez que se cruzan, se le acerca sonriente y la apachurra, mientras le llena la cara de besos y susurra entres sollozos “Maitia!, ¡pobre niña mía!” Y siguen los besos, algunos un poco mojados. Aitite también está por la casa, pero le ve menos y cuando coinciden, le espeta con cara de pocos amigos: ¡Tienes que ser fuerte y ayudar mucho, mucho a mamá!“. Nunca sabe Ane a qué se refiere, pero ante una mirada tan seria, prefiere no preguntar y asentir como si entendiese.

Continúa lloviendo, los rayos y relámpagos son cada vez más pequeños, pero Ane sigue sin sentirse alegre. De pronto, un recuerdo fugaz pasa por su cabeza y el rostro se le ilumina. ¡Sí!; ¡sí tiene un recuerdo bonito de lluvia!. Fue este mismo año; el día que cumplía los cinco años. Recuerda encontrarse en un txoko, donde acababa de apagar todas las velas de una sola vez, cuando, entre aplausos, un trueno hizo estremecerse a todos. Acto seguido comenzó la desbandada, porque además de haber anochecido ya, nadie tenía paraguas y las gotas chocaban con mucha fuerza sobre el tejado. Ane recuerda sentirse un poco asustada con tanto barullo, hasta que aita se puso de rodillas frente a ella y le dijo con una sonrisa enorme: “Princesa: dejamos el castillo hasta mañana; ahora mete la cabeza por debajo de mi jersey y monta en mi grupa hasta el coche”. Fueron unos pocos metros, pero le parecieron kilómetros que no acababan nunca, de lo bien que se lo estaba pasando; intuía a las amiguitas y compañeros de clase correr para protegerse del aguacero, mientras ella iba protegida dentro de aita.

Ese día, sin embargo, no acabó bien. En el coche, nadie habló, sino ella. Aita y ama iban mirando al frente sin dirigirse la palabra. La excitación de Ane por los sucesos de su día le ocultaron lo que era una tormenta imponente dentro del vehículo también. Al llegar a casa, notó que aita no estaba, pero era tanta la emoción y el cansancio que se durmió inmediatamente pensando en que pronto les contaría cuánto había disfrutado.

Al día siguiente le siguieron otros en los que aita no aparecía. Sólo le oía a través del teléfono. Siempre era la misma conversación: Ane, contando cosas del cole, de Mikel, su mejor amigo y esperando oír de su aita, algo más que la risa. La despedida siempre era igual: “Pronto, princesa”.

Hasta hoy. Estando Ane en el salón, jugando con los cristales y la lluvia, ha oído el telefonillo del portero automático. Como siempre, ha corrido para seguir siendo la primera en atender todos los timbres de la casa. Esta vez, además de ganar, el premio era mayor: ¡era aita!. Por fin iba a poder contar tantas cosas de tanto tiempo transcurrido. ¡Seguro que irían al parque, en cuanto escampase! Le enseñaría el bosque y dónde había cogido las castañas con Ande. Pero cuando esperaba impaciente el timbrazo que le indicaría la llegada, ha aparecido ama y, sin contemplaciones, se la ha llevado a su cuarto con la promesa incluida de no salir de ahí bajo ninguna circunstancia. ¡No entendía nada!¿Llegaba aita, después de tanto tiempo, y no podía verlo?

Ane, obediente, se mantiene en su cuarto, pero pese a las indicaciones de ama no va a la ventana, sino que se queda escuchando tras la puerta. ¡Sabe que aita la reclamará en cualquier momento! Lo que oye, sin embargo, no lo tiene ahora muy claro: gritos, ruidos fuertes, chillidos, más ruidos, juramentos de aitite, más ruidos, un portazo y por fin, un golpe muy, muy fuerte. Algo o alguien, se ha caído. Y luego, nada, silencio. ¡No! Luego un chillido de amama que le taladra los oídos y un portazo. Corre hacia la ventana y mira con asombro hacia la lluvia. No sabe qué hacer. Algo le dice que debe de jugar con las gotas, como en el salón. Pero no puede, sigue apretando sus oídos fuertemente con las manos. No quiere volver a escuchar esos malos sonidos.

Súbitamente, entran amama y aitite. En contra de lo que hacía siempre, esta vez, no la achucha, se la queda mirando fijamente y con el rostro arrasado de lágrimas le espeta : “¡Tu padre es un cabrón!”. Cierra la puerta con llave y se marchan dando otro portazo. Ane ya había oído antes esa palabra y aunque desconocía el significado, entiende que no quería decir nada bueno de aita.

Vuelve a su ventana y observa, con extrañeza, que el cristal estaba limpio. ¿las gotas habían desaparecido! ¡Otro milagro de aita, seguro! Ha anochecido y ve, frente a la casa de Mikel, cómo se arremolina mucha gente, hablando y gesticulando. De pronto, las luces lo invaden todo. Ane, pierde su miedo y una amplia sonrisa ilumina su cara. Una luz es amarilla y la otra azul; ambas se encienden y apagan muchas veces; todo el rato. Sabe que en la calle han entrado un coche de policía y una ambulancia. ¡Se lo contará a aita en cuanto entre en su cuarto! Aún no sabe lo inteligente que es Ane. Un rictus, sin embargo, cruza su rostro. ¿Estaría equivocada y la luz amarilla es del camión de bomberos que habían visto en la escuela con Ande? Saldría de dudas, rápidamente. Quita el cerrojo de la puerta –amama no se acuerda de que la puerta también se abre desde dentro- y grita con toda sus fuerzas, “¡Amaaaaa!”

*(37 menores, hasta el momento, se han quedado huérfanos/as durante el año 2019)

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