Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Davos, Oxfam y la educación
Personalidades mundiales de la economía, la política o la cultura se han reunido esta pasada semana en Davos para testar, como todos los años, los problemas más importantes que afectan al planeta. En esta localidad suiza, bajo los auspicios del Foro Mundial de la Economía, premios Nobel, primeros ministros e intelectuales comprometidos analizan, discuten, exponen diversas teorías sobre medioambiente, crisis económica, inmigración o cualquier otra cuestión que la organización no gubernamental incluye en cada convocatoria anual. Este año, en su 45ª edición, el tema sugerido ha sido la 4ª Revolución Industrial y las modificaciones necesarias que el mundo deberá afrontar para llevarla a efecto.
Contrariamente a lo que ocurre en otras reuniones internacionales (el G20, el FMI, los Consejos de Estado de la UE,...) este acontecimiento no suele conllevar noticias mediáticas sobre disturbios callejeros o grandes movilizaciones de protesta de los/as antisistema internacionales. Desconozco las razones de esta ausencia de manifestaciones populares y no creo que el hecho de desarrollarse en la ciudad suiza de mayor altitud europea sea un elemento disuasorio para quienes buscan con la protesta la construcción de un mundo mejor. Me inclino más por pensar que los que no actúan frente a estas convocatorias piensen que Davos no es sino un foro de reflexión de personalidades de mucho valor añadido, pero con escasa repercusión inmediata en los asuntos que nos afectan en el día a día. Vamos, con limitada influencia ejecutiva en las políticas de acción de los gobiernos desarrollados.
Sea como fuere, el Foro de Davos es un escaparate privilegiado para analizar políticas de acción gubernamentales o líneas de trabajo colaborativo entre países de desarrollo desigual. También para la denuncia internacional. Como la que ha protagonizado este año, Oxfam con la presentación de un demoledor informe, “Gobernar para las élites”, sobre el reparto de la riqueza en el mundo. Los datos más visuales –e indignantes- ya han aparecido en prensa y no me detendré en ellos (casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población; la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 familias más ricas del mundo; 7 de cada 10 personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años,…). Sí lo haré, sin embargo, en una de las conclusiones del informe por el negro futuro que pronostica: “(…) Si la desigualdad económica extrema no se controla, sus consecuencias podrán ser irreversibles, dando lugar a un monopolio de oportunidades por parte de los más ricos, cuyos hijos reclamarán los tipos impositivos más bajos, la mejor educación y la mejor atención sanitaria. El resultado sería la creación de una dinámica y un círculo vicioso de privilegios que pasarían de generación en generación.”
Ante tal premonición siempre cabe una interpretación condescendiente, tranquilizadora (miope, en realidad) que, basándose en una visión histórica, buscará la justificación en que siempre ha habido y siempre habrá desigualdad en el reparto de la riqueza, porque es consustancial al ser humano buscar la diferencia –racial, social, política y económica- de sus congéneres.
Es más que probable que quienes así piensen asistan impasibles ante noticias de estos últimos días –en mi opinión, sin embargo, significativas- que explican este desequilibrio actual de la riqueza. Verán lógico, por ejemplo, que las empresas cobren a los/as aspirantes a un empleo por rellenar la mera solicitud de entrevista de trabajo (Air Europa Express), justificarán como arriesgada la venta de acciones de altos ejecutivos del Ibex 35, que les reporta beneficios millonarios; y, en fin, que Porsche y Rolls-Royce consigan las mejores ventas de su historia en plena crisis económica, les asombrará lo justo para envidiar la situación de estos afortunados/as propietarios/as del lujo. Estas y otras muchas noticias las considerarán de una cotidianeidad absoluta y se despacharán con el soliloquio “real como la vida misma” sin inmutarse.
Los/as que nos dedicamos a esto de la educación y la vemos como un instrumento socializador (con lo que de equitativo y solidario implica) no podemos sino mostrar confianza en la condición humana y en su capacidad de modificación. De ahí que valoremos que esos “bienpensantes” son minoría, que gran parte de la sociedad sigue escandalizándose ante noticias como las citadas y encuentre en informes como el de Oxfam otro argumento más para apoyar el cambio social y mental.
Por eso, por si hay alguna posibilidad de horadar esta fachada granítica de conformidad de algunos/as, hago un último intento con datos de la realidad actual española, que también se añaden como anexo al informe: Sólo Letonia es en Europa un país más desigual que España. En 2011 el 20% de los españoles más ricos ganaba 7,5 veces más que el 20% más pobre (5,3 veces era en 2008). De continuar esta tendencia, Oxfam proyecta que en 2025 ese 20% más rico podrá ganar de promedio 18 veces más que el 20% más pobre.
Aquí es donde hay que entender la desafección democrática a las instituciones españolas, incapaces de disminuir este desequilibrio pese al paso de los años e ineficaces en la adopción de medidas correctoras. Tres economistas de prestigio analizan esta incapacidad.
Para Emilio Ontiveros (“La desigualdad como amenaza”) las políticas fiscales, la desigualdad de las retribuciones salariales y una austeridad a ultranza de los gobiernos occidentales hace años que vienen contribuyendo negativamente en la distribución de riqueza. Joaquín Estefanía (“La curva del Gran Gatsby”) recoge la opinión de J. Stiglitz en el estudio sobre la desigualdad, centrado en tres puntos: multiplicación de los fallos del mercado –especialmente el desempleo- ausencia del sistema político que debería corregir estos fallos y crecimiento de la desafección ciudadana en la economía de mercado y en la democracia. Por último, Joan Subirats (“Más desigualdad, menos justicia, menos democracia”) insiste en demostrar que más desigualdad es menos futuro; ser consciente de que luchar por la democracia es asegurar los valores que ésta incorpora: la justicia y la igualdad.
Tres opiniones de expertos que aprovechan el concepto económico de la distribución de la riqueza para enviar un mensaje común: el mundo (Europa, España) tiene que reaccionar con intervenciones políticas que modifiquen la actual situación. Si la educación cumple uno de sus objetivos (promover un mundo más igualitario extendiendo los valores de la solidaridad, justicia e igualdad) aportará su granito de arena.
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