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Desocupados

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La mayoría de las personas no hemos nacido para nada, salvo los fanáticos y los muy patriotas, que han nacido para generar problemas con su rigidez fanática y patriótica. Pero las personas corrientes y molientes no hemos nacido más que para comer, procrear, dormir, ir de bares, mirar escaparates, consultar el móvil en un centro comercial mientras se espera que fuera deje de llover, comentar con los colegas los pormenores del último partido televisado y poco más.

No es ningún secreto que la mayoría de la gente, la inmensa mayoría, pasamos por este mundo sin dejar el más mínimo rastro. Nada. Polvo en el viento. Lágrimas en la lluvia. Así incesantes oleadas de personas nos sucedemos una tras otra, generación tras generación, siglo tras siglo, para vivir, en la mayoría de los casos, una vida oscura, insulsa, pero fundamentalmente una vida de trabajo, dado que el trabajo a cambio de una soldada es lo que nos permite comer, procrear, dormir, ir de bares, mirar escaparates y todo los demás apuntado un par de líneas más arriba.

Los habitantes de los países fríos, más dados al materialismo que al misticismo, devotos de dioses categóricos, productivos, tuvieron la ocurrencia de inventar el quehacer laboral no solo para combatir las heladoras temperaturas de sus larguísimos inviernos, sino también como una manera de entretener este largo diálogo con imbéciles que es la vida. Desde entonces no hemos hecho más que cavar zanjas, transportar mercancías, tender puentes, anotar asientos contables, traducir libros de auto ayuda y escribir estas y otras banalidades.

El futuro, sin embargo, según dicen, son las máquinas. Las máquinas como sustitutos de los trabajadores. La inteligencia artificial. Los robots. La soledad del individuo distraída no mediante el trabajo sino mediante un doméstico, complaciente y solitario universo digital. La gloria bendita de no madrugar, de no trabajar, de no acudir día tras día a una oficina siniestra, a un grasiento taller o a una mina para terminar tosiendo minerales y silicosis. Hace ya años José Ortega y Gasset advirtió que “resuelto el problema del trabajo surgirá con caracteres pavorosos el opuesto: el problema del ocio. La paradójica tarea consistirá en inventar quehaceres para la humanidad ociosa, en idear ocupaciones gratas para el enfermo de desocupación. Entonces se verá que si es difícil para el hombre trabajar lo es mucho más difícil divertirse”. Según lo dicho por el pensador madrileño, tal vez lo único que verdaderamente distrae en este mundo tan amargo sea trabajar. Tal vez. Aunque, claro, todo depende del trabajo que a uno le toque ya que no es lo mismo cultivar mentes que alcornoques.