Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Escuela: lugar de encuentro, lugar de transformación
Tras dedicar estas fechas navideñas a reflexionar sobre asuntos educativos de importancia intermitente (según la que les otorguen los medios o su viralización en las RRSS), toca cerrar la serie. Hemos escrito sobre la disciplina del alumnado –cada vez más cuestionada, aunque pocas veces entrando al núcleo del problema- y de la autoridad –al alza o a la baja-- del profesorado. Es el momento, por tanto, de hablar del punto de encuentro de ambos colectivos, es decir, de la escuela.
Decía, en el hoy lejano 2009, el entonces ministro de Educación, Ángel Gabilondo (El Correo 27.09.09), que “(…) la escuela no es una jungla. Hay que poner las cosas es su sitio y abrir un debate sobre el modelo de sociedad, los valores, la educación y la autoridad. En la escuela y en la familia, cuyo papel es crucial. A veces el conflicto es entre profesores y padres y no entre profesores y estudiantes.(…) Cada comunidad puede establecer el marco que estime oportuno. Pero si abordamos a fondo la autoridad y la protección del profesor, ha de ser dentro del Pacto por la Educación.(…) Es un debate social y jurídico sobre lo que pasa en las aulas y en las familias. No es un problema sólo escolar. Se equivocan, y mucho, quienes hablen de criminalizar, militarizar, o de profesores policía”.
Las declaraciones del también exrector se referían a otro pacto educativo, del que, sin embargo, casi nueve años después, seguimos huérfanos. Pero es oportuno recoger la idea de acuerdo que ofrece para exponerla aquí como lugar de encuentro desde el que poder llegar a consensos que auguren un horizonte menos conflictivo del que ha tenido la educación española y vasca en los últimos años.
En ese debate propuesto por Gabilondo, los sindicatos de enseñanza, agentes necesarios en cualquier pacto que se precie, siempre hemos participado con la intención de aportar ideas, de abrir debates, de iluminar conciencias. Así, la conmemoración del 5 de octubre, cada año, se convierte en el marco internacional adecuado para plantear propuestas. Como, por ejemplo, ésta:
“La educación”, como afirma Nelson Mandela, es “el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Los sindicatos de enseñanza somos conscientes de la importante labor que cada día desempeñan nuestros docentes, en cuyas manos, las familias y el conjunto de la sociedad depositamos nuestra confianza.(…) El profesorado tiene que preparar para la vida enseñando a aprender para adaptarse a un mercado laboral que exige competencias nuevas. Tiene que enseñar a convivir en una sociedad multicultural, resolviendo los conflictos de forma pacífica. Tiene que abarcar múltiples aspectos que antes se reservaban al ámbito doméstico y otros como el respeto por el medio ambiente, la importancia de una alimentación sana, la expresión de los afectos y de las relaciones sociales, el desarrollo de su sexualidad libre y responsable y el respeto al otro. En suma, enseñar a ser ciudadano y ciudadana. Se hace necesaria la formación en valores humanos para conseguir ciudadanas y ciudadanos que ejerciten su libertad y se responsabilicen del bien común.(…)
Para que el profesorado pueda realizar su trabajo es necesario que esta confianza se corresponda con el reconocimiento de su autoridad como eje fundamental del proceso educativo. El reconocimiento de la autoridad del profesorado sólo se consigue dándole las herramientas necesarias para llevar a cabo su tarea diaria, que se reconozca y respete su labor y afirmando su contribución a lograr una sociedad más justa, democrática e integradora“.
Se trataba de un llamamiento a la sociedad, reivindicando el valor de la acción docente, recordando la labor de integración y de cohesión social que desde la escuela se realiza diariamente. Sin grandes titulares, con profesionalidad y dedicación. Sin pedir el aplauso excepcional, sino el reconocimiento continuo.
Nueve años después de tan estimulante lectura, el sistema educativo español –y también el vasco, pese a las flamantes declaraciones de nuestra Consejera- sigue enfrascado en una maraña de buenas intenciones, declaraciones cruzadas, dilaciones parlamentarias y desconfianza generalizada. La confianza del profesorado en la consecución del pacto social y educativo que reclama imperiosamente se dehilacha como tejido vencido por el tiempo. La duda aparece inmediatamente de pronunciar el término “Escuela” ¿Cuál queremos?
Si pensamos en ella como lugar de encuentro, espacio de oportunidades, aparecen ideas entremezcladas: diversidad cultural, crisol de ideas, proyectos y anhelos. Pero también lugar de disputa, donde se mezclan la competitividad y la colaboración, el esfuerzo y el desaliento, el conflicto y la convivencia.
La escuela actual necesita cambios. Quizás el más perentorio sea la adaptación a las necesidades reales de su alumnado, lo exija o no un currículo cada vez más distante de la realidad actual. No se trata de alcanzar una uniformidad utópica, imposible, sino de lograr una verdadera igualdad de oportunidades, desde la atención y el respeto mutuo.
Acercar la escuela a todo el alumnado significa tener presente la realidad que se palpa en las aulas: la individualidad de cada ser (profesorado, alumnado) y la sociabilidad que la vida en común impone a cualquier persona. Saber combinar ambas necesidades hará de cada escuela el lugar de encuentro deseado, el espacio donde la igualdad de oportunidades tenga una posibilidad de éxito. Una enseñanza – decía Joan Muntaner (´La igualdad de oportunidades en la escuela de la diversidad´ en Profesorado, Revista de curriculum y formación del profesorado. 2000) - que, desde una oferta básicamente común, proporcione respuestas diferenciadas y ajustadas a las necesidades de los alumnos. Así, la igualdad de oportunidades se entiende como la confluencia entre las diferencias de los alumnos y el respeto a las diferencias, lo cual se traduce en que todos tengan idénticas posibilidades de aprendizaje, aunque no necesariamente de los mismos aprendizajes.
Sin embargo, y aún confiando obstinadamente en que existe posibilidad de éxito, sostengo que nuestra contribución al debate sobre la escuela que queremos debería asentarse sobre las premisas anteriormente citadas: reconocimiento y respeto del trabajo realizado por el profesorado.
Finalizo estas líneas recordando a un profesor francés, Daniel Pennac (Pennac, Daniel 'Mal de escuela'. Mondadori, 2008), quien en vísperas de su retiro, decidió escribir un libro, “Mal de escuela”. En él cuenta una anécdota sobre los prolegómenos de una conferencia que iba a impartir en un instituto francés, distrayéndose con la televisión del hotel mientras esperaba que pasara el tiempo. La cita que viene a continuación hace referencia a la adolescencia que aparecía reflejada en esos programas televisivos. Creo que ilustra bien al profesorado al que he venido refiriéndome líneas más arriba:
“¡Dios mío, qué energía se necesita para volver a la realidad tras haber visto todo eso! ¡Carajo, menuda imagen de la juventud nos dan a partir de esos pocos mochales! La rechazo. Entendámonos bien, no niego la realidad del reportaje, no subestimo los peligros de la delincuencia. Como a cualquier otro, las formas contemporáneas de la violencia urbana me horripilan, temo las perrerías de la jauría, no ignoro tampoco el dolor de vivir en ciertos barrios periféricos, siento ahí el peligro de los comunitarismos, conozco muy bien, entre otras cosas, la dificultad de nacer allí niña y convertirse allí en mujer; evalúo los riesgos extremados a los que se encuentran expuestos los niños nacidos de una o dos generaciones de parados, ¡qué presa constituyen para los traficantes de todo pelaje! Lo sé, no minimizo las dificultades de los profesores confrontados con los alumnos más destructores de ese espantoso descalabro social, pero me niego a asimilar estas imágenes de violencia extrema a todos los adolescentes de todos los barrios en peligro, y sobre todo, sobre todo, odio ese miedo al pobre que ese tipo de propaganda atiza en cada nuevo periodo electoral. Vergüenza para quienes convierten la juventud más abandonada en un fantasmal objeto de terror nacional. Son la hez de una sociedad sin honor que ha perdido hasta el propio sentimiento de la paternidad.”
Concluyendo como el profesor Pennac, sería conveniente afirmar que el verdadero cambio debemos buscarlo en el modelo social que queramos atribuir a la educación. En la medida en que ambas instituciones sociedad y escuela, no caminen parejas, y esta última simplemente sea un laboratorio de ideas que, después, marchita la realidad contundente de los modelos sociales dominantes, poco estaremos haciendo por avanzar en el camino correcto. De ahí que este llamamiento cobre más sentido y energía que nunca: ¡Feliz y Próspera Escuela Nueva!
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