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OPINIÓN | 'Privatizacionitis sanitaria: causas, síntomas, tratamiento', por Isaac Rosa

Forrarse

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La palabra trabajo procede del vocablo latino 'tripalium', que era un instrumento de tortura que nuestros inquisidores utilizaron con muy buen provecho. Esta etimología no es casual. Como tampoco es casual que el lema “el trabajo os hará libres” fuera emplazado sobre los accesos a numerosos campos de exterminio establecidos por el régimen nazi.

En nuestra sociedad un trabajo, para que sea considerado un verdadero trabajo, solo tiene una motivación: el dinero, o más exactamente la falta de dinero. Lo demás son milongas. Lo primero que descubres cuando eres joven y trabajas durante doce horas diarias fregando platos en un restaurante de mala muerte en alguna lluviosa capital centroeuropea, es que el trabajo no te libera sino que es una maldición. Más en concreto que el trabajo es la maldición de las maldiciones y que si las circunstancias no te son medianamente favorables puedes pasarte el resto de tu vida desarrollando una labor que te produce angustia, tedio, fatiga, sudores fríos y otras calamidades, porque eso es lo que el verdadero trabajo causa: malestar general.

No desarrollando la labor que te apasiona mediante una retribución en concordancia con tu esfuerzo o no siendo un anacoreta “huido de este mundanal ruido para seguir la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”, lo único que te proporciona sustento, cobijo, vestimenta y una cierta libertad como de chimpancé en el zoológico o de jilguero en la jaula, es el dinero. El dinero que se te retribuye por tu trabajo. Pero el dinero de verdad no se logra trabajando.

El dinero de verdad, el que te procura el libre albedrío, el auténtico, el que te sacia de gloria bendita, se logra mediante la desfachatez, las herencias familiares, los premios de las loterías o desarrollando la suficiente astucia como para conseguir que unos cuantos desgraciados trabajen veinticuatro horas al día por un salario miserable, para que así puedas comprarte un último modelo descapotable, ropa de diseño, un palco en la ópera, un ático en el centro de la ciudad o unas merecidísimas vacaciones en cualquier playa despoblada de este superpoblado planeta.

Por otra parte, también existe la posibilidad de aprovecharse de cualquier circunstancia calamitosa para forrarse mientras te pasas por el arco del triunfo todo eso de la dedicación, la perseverancia, el emprendimiento, la meritocracia y el mantra de la cultura del esfuerzo. Para eso, no tienes más que seguir el nutritivo ejemplo de quienes durante la pandemia firmaron suculentos y fraudulentos contratos con la administración pública para surtirnos de mascarillas mientras nosotros, confinados, nos nutríamos de papel higiénico, hacíamos pan, nos encadenábamos a todas las series televisivas habidas y por haber, cantábamos aquello tan chabacano, tan meloso, del 'Resitiré' e Isabel Díaz Ayuso condenaba a casi ocho mil ancianos a una muerte tan criminal como su estatura política...