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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Madrid, una batalla más allá de una comunidad autónoma

Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso

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La convocatoria de las elecciones madrileñas supuso un auténtico terremoto mediático en el conjunto del Estado. Y tiene sentido que esto sea así. El Gobierno de Ayuso y el de Almeida han sido la verdadera oposición al Gobierno de coalición de España, una plataforma sobre la que el PP ha decidido dar la batalla política a Sánchez e Iglesias, y hacerlo a lomos del discurso de Vox. La oposición al primer gobierno de coalición de España y durante el año más difícil a causa de la COVID-19, ha sido desde los gobiernos municipal y autonómico de Madrid, no desde el Congreso de los Diputados.

En el Congreso Casado quiso parecerse a Feijóo durante la moción de censura presentada por Vox al Gobierno de Sánchez pero ha acabado absorbido por la estrategia de Ayuso, que consiste en parecerse a Vox con la utilización de tácticas trumpistas. Esto no es una cuestión menor, es la constatación de que determinados poderes apuestan por la política de la confrontación, la deslegitimación del adversario y la utilización partidaria de las instituciones comunes para dar una salida política a la crisis de Estado abierta desde 2011 con el 15M.

El PSOE negoció con Ciudadanos hacer caer un Gobierno del Partido Popular en Murcia y esto ha llevado a que un vicepresidente del Gobierno del Estado pase a ser la oposición de Ayuso. Efecto dominó. Pero esta es sólo una parte, muy pequeña, de la historia de esta carambola que ha acabado con Iglesias como opción alternativa ante el trumpismo Ayusista.

La repetición de convocatorias electorales desde 2015 tenía un objetivo: evitar que Unidas Podemos metiera mano en las cosas del poder. Ciudadanos, un partido impulsado por los medios de comunicación, saltó a la política estatal para ser el Podemos de derechas que pedía el presidente del Banco Sabadell. La joven formación naranja debía cumplir un papel clave en la política española, la de constituirse como partido muleta del bipartidismo. Así lo hizo en 2016 —parece que han pasado décadas— cuando pactó un gobierno de coalición con Pedro Sánchez. Sin embargo Albert Rivera pensó que al calor de la polarización en Cataluña y la descomposición del PP debía erigirse como partido alfa de la derecha en España. El resto de la historia ya es conocida, Vox saltó al primer plano y Rivera perdió más de 40 diputados en 5 meses. La disputa por ser el referente de la derecha española quedaba entre PP y Vox, y Pedro Sánchez se veía obligado a pactar a su izquierda con Unidas Podemos.

Desde ese momento se pudo constatar la capacidad de Vox de marcar la agenda al conjunto de los partidos de la foto de Colón. Cs ha desaparecido y el PP hablará en su idioma. En resumen, se puede decir que el debate que se produjo en el PP sobre parecerse a Vox o a Feijóo ha acabado con la victoria de la primera opción encarnada en Isabel Díaz Ayuso. 

Tras la caída de Rivera vimos a un PSOE que se quedó huérfano de alianzas y aceptó, tras muchos giros de discurso, pactar con Unidas Podemos. Pero el PSOE siempre quiso pactar con Cs, una muleta que no entraría en los debates económicos, fiscales o sociales, como por ejemplo, el que se está llevando a cabo sobre los precios de los alquileres. Tras la dimisión de Rivera el PSOE encontró una opción de “centrar” Cs mediante la moción de censura al Gobierno de Murcia, una idea que suponía un golpe de efecto en la política de alianzas del partido naranja. Había que alejar a Cs de PP y Vox y darle aire de “centro”, evitando así depender de los partidos nacionalistas y de UP.

La jugada ha acabado con Cs hecho trizas, sin rumbo y repleto de tránsfugas. El PSOE ha de asumir que se acaban sus opciones de apoyarse en su derecha pero con su movimiento en Murcia ha provocado una reacción por parte de la representación más “trumpista” del Partido Popular. Isabel Díaz Ayuso convoca elecciones, una convocatoria contra Cs y contra el Pablo Casado más moderado, el que apareció durante la moción de censura de Santiago Abascal. Ayuso se sabía ganadora electoral y culturalmente.

La convocatoria encontró a la izquierda con el pie cambiado y con Isabel Díaz Ayuso como máximo exponente de la oposición al Gobierno de Sánchez e Iglesias. Este último baja del Gobierno del Estado para confrontar con la derecha trumpista de PP y Vox. Haciéndolo pone encima de la mesa algunas cuestiones que han de preocupar al conjunto de demócratas del Estado. En primer lugar señala de dónde procede la auténtica oposición a las políticas progresistas, una oposición que trae consigo una práctica discursiva neofascista y que pone en peligro a todos los que se comprometen con los valores de la democracia. En segundo lugar, demuestra que a pesar de los golpes UP no va a mirar para otro lado y pondrá en juego el liderazgo del exvicepresidente Iglesias para disputar una comunidad autónoma. En último lugar, Iglesias entiende esta batalla como algo que no sólo amenaza a una comunidad autónoma, sino que se trata de un proyecto político que nos interpela al conjunto de España, en tanto que es la primera prueba para extender un proyecto con un conjunto de ideas —uniformidad territorial, neoliberalismo, recorte de derechos civiles y sociales y revisionismo histórico— que supondrán la oposición al conjunto de grupos del heterogéneo bloque de la investidura del Gobierno de Coalición.

La disputa de la Comunidad de Madrid contiene dos proyectos de modelo de Estado opuestos, uno monárquico, centralizador y neoliberal, y otro republicano, confederal y progresista. Dos proyectos estratégicos que disputarán el Estado, en sus diferentes niveles administrativos, durante los próximos años. Dos salidas a la crisis de régimen en la que nos encontramos desde 2011. Dos visiones de España que pronto se medirán en elecciones generales. Que nadie se engañe: Ayuso es la traducción política de los intereses económicos y mediáticos que quieren evitar una salida fraterna y confederal de España, la quieren de vuelta al blanco y negro.

Sin embargo a pesar de las evidencias de la influencia directa que pueda tener el rumbo del Estado en la década que viene hay determinados grupos mediáticos y políticos que tratan de mantener la idea de que lo que ocurre lejos no afecta a Euskadi, se ha dicho y escrito que lo que acontece es propio de una cultura política ajena, que deja a Euskadi como una isla dónde se impone la gestión y la seriedad en contraposición a lo que ocurre en España, y dicen que no hay que preocuparse por lo que pueda ocurrir porque no llegará a afectarnos. Esta posición obvia la diversidad de Euskadi, los diferentes medios de socialización política que operan e inciden en la sociedad vasca, la realidad plurinacional del Estado, incluida la propia Euskadi, y finalmente la importancia de contar con proyectos políticos defensores de las instituciones comunes y las soberanías compartidas, y es que contamos con una administración donde opera el diálogo y la gobernanza multinivel.

Los mismos que tratan los fenómenos posfascistas como ajenos son los que no se preocupan por la pérdida de legitimidad de las elecciones vascas donde apenas votó la mitad del censo. Recuperar la legitimidad de sectores que se sienten excluidos de la representación es el primer paso para fortalecer las instituciones y frenar a la ultraderecha, el segundo es realizar políticas que ofrezcan certidumbres materiales a amplias capas de la población. Hay una batalla por establecer qué proyectos de Estado competirán en la próxima década y quedarse mirando, sin cambiar de discurso, alianzas o políticas no parece el mejor plan.

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