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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Ningún maltratador es buen padre

Aumentan las maltratadas de más de 75 años con protección y bajan las menores

Teresa Laespada

Las cifras de la vergüenza resultan abrumadoras. Año tras año, el número de mujeres asesinadas y violentadas por parejas o exparejas resulta sangrante. En diez años llevamos contabilizados 30 asesinatos machistas en Bizkaia y tenemos más de 2.500 victimizaciones contabilizadas por la Ertzaintza… cada año.

Necesitamos poner otra mirada que nos ayude a parar esta sangrante realidad. No hay más mirada eficaz que la feminista para rehacer las relaciones sociales, las relaciones entre mujeres y hombres. Y no hay mirada más eficaz que la feminista para dotarnos a las mujeres del protagonismo que merecemos, con respeto a nuestras decisiones. Es urgente construir una mirada nueva en todos los sectores sociales, volver a aprender las relaciones interpersonales desde la óptica del respeto escrupuloso hacia las mujeres, desde la Igualdad.

Quiero centrarme en una cuestión, una cuestión en la que es urgente poner otra mirada porque nos va el futuro de niñas y niños, y también de mujeres que se merecen ser tratadas de otra manera. Me refiero al abordaje y respeto de los derechos de los hijas e hijos víctimas de la violencia de género.

El daño que los hombres provocan a sus parejas o exparejas se traslada con una fuerza y contundencia escandalosa a sus hijas e hijos, a menores cuyas vidas quedan dramáticamente marcadas por la violencia, la agresión, la humillación, el maltrato, etc. Menores que viven situaciones traumáticas e intuyen con fuerza el dolor de una madre herida, cuyo malestar emocional les duele como si fuera propio.

Si se profundiza bien en los mecanismos evolutivos de la psicología, quizás se comprenda el daño que se produce a menores obligados a convivir con la violencia.

Es obvio que el mayor daño que se puede causar es el asesinato de niñas y niños a manos de sus padres como venganza hacia las madres. Cada asesinato de menores produce estupor y un enorme rechazo, intolerable para sociedades de estados de bienestar. En este caso, nadie duda de la irracionalidad y crueldad del comportamiento. Tampoco se duda cuando hay maltrato demostrable del padre hacia las criaturas. Pero, ¿qué pasa en el resto de los casos?, ¿qué pasa si los niñas y niños no son objeto directo de las agresiones del padre? Pues, en esos casos, cuando se juzga el maltrato del padre hacia la madre, pero sin acusación de maltrato hacia las criaturas, que quedan fuera de la protección pública y al amparo del acuerdo que pueda establecerse de responsabilidades paternas-maternas.

De este modo seguimos sosteniendo, sin demasiada literatura científica que lo avale, que es bueno que las y los menores sostengan y mantengan contacto con el padre agresor porque no va a replicar la conducta agresora con sus hijas e hijos. Dar por hecho de que porque el padre no haya maltratado directamente a los hijas e hijos pueda ser un buen padre es mirar hacia otro lado. Sin ninguna duda. Yo sostengo con firmeza que un maltratador no puede ser un buen padre. Nunca.

Los progenitores son el referente afectivo por excelencia de los hijas e hijos. A través del modelado parental aprenden a manifestar su afectividad y con quién establecen el vínculo de apego. Si el padre es el agresor de la madre, sus dos figuras afectivas quiebran. Aquellas personas encargadas de proteger y transmitir el afecto primario más potente que lo seres humanos experimentamos, son de hecho figuras trastocadas por la violencia. El agresor transmite perversamente que hacer daño es querer, altera dramáticamente el adecuado modelado sobre la afectividad.

Creo que hay que girar la mirada hacia el menor y la menor y olvidarse del supuesto vínculo paterno cuando la agresión, la humillación, la violencia ha poblado la relación conyugal. Es necesario y urgente revisar la concepción de familia que se sostiene desde el sistema judicial y desde otros entornos sociales, donde se han establecido con demasiada firmeza la importancia del vínculo parental por encima de muchas otras consideraciones. Creo necesario centrarse muy especialmente en el bienestar del menor por encima de todo, por encima de los supuestos derechos del padre sobre sus hijos e hijas.

Revictimizamos a las mujeres cuando les hacemos tener que tomar decisiones de manera colegiada con el maltratador y padre de las criaturas. En ocasiones, y me baso en la evidencia que muestran los servicios que dirijo en Diputación Foral de Bizkaia, las mujeres tiemblan ante la necesidad de tener que solicitar al padre el permiso necesario para que su hija o hijo reciba ayuda terapéutica, una ayuda muy necesaria para superar el horror de una familia rota por la violencia. Reviven todo el trauma del maltrato cuando desde los servicios sociales debemos solicitarles la firma del consentimiento del padre como paso previo para que sus hijas e hijos reciban ayuda terapéutica. La facultad de decisión sobre los hijos e hijas que mantienen los padres maltratadores replica situaciones previas.

Y cuando salimos de la mirada de la mujer abusada y nos situamos en la mirada infantil, ¿cómo va a ser buen padre quien ha antepuesto su supremacía machista sobre el bienestar de la madre de sus hijos e hijas?, ¿cómo va a ser buen padre una figura parental que ha pretendido someter violentamente a la madre de las criaturas?

Sostengo que un menor estará mejor sin la figura paterna que con un padre maltratador. Y para ello hay que analizar la violencia contra las mujeres uniéndola a sus hijas e hijos, como víctimas directas, tal y como señala la legislación actual. Creo necesario elevar la mirada y tratar a las víctimas de violencia de género (madre, hijas e hijos) en un conjunto completo y complejo de víctimas. Las hijas e hijos son tan víctimas como la madre. Esa es la clave y reconocerlo nos obliga a protegerles con más fuerza, por el interés superior de la menor, del menor.

Hay que revertir algunos viejos conceptos que confunden el bienestar del menor y el necesario contacto con su padre, con el derecho paterno a su potestad sobre el menor.

Cuando desde la Diputación tenemos que actuar para proteger e intervenir sobre las víctimas menores de edad, que ya la modificación de la ley de 2015 reconoce como tales víctimas, es un problema que la patria potestad siga estando compartida con el padre maltratador.

Cuando necesitamos del permiso paterno para la intervención terapéutica, el hombre se niega en demasiadas ocasiones o sencillamente no responde al requerimiento. Y también ocurre que hay mujeres que rechazan darnos permiso para iniciar procesos terapéuticos para restañar las heridas psicológicas de sus hijas e hijos por no tener que pedir permiso al padre, para que no se entere, porque rechazan absolutamente esa figura. Repito, tenemos casos en los que, con mucho dolor, se niegan ante la posibilidad de tener que pedir permiso al padre. Y quienes salen perjudicados, sin ninguna duda, son las y los menores.

Nos encontramos en una perversa encrucijada. La ley protege a las hijas e hijos de víctimas de violencia de género como víctimas en sí mismas; nosotros, en Diputación, haciéndonos eco de ello, hemos puesto en funcionamiento un programa muy novedoso dirigido a realizar procesos socioeducativos y psicoterapéuticos para que puedan encauzar su vida hacia una normalidad, hacia el bienestar, para que puedan encajar lo que han vivido y hacerlo dentro de una lectura que no les dañe más. Y nos encontramos con que, sin el permiso paterno, no podemos intervenir a riesgo de ser acusados, perversamente, por el padre maltratador.

Por ello, apostamos por repensar la patria potestad, la guarda y custodia; porque cada vez que hay que pedir permiso a un padre maltratador, las víctimas quedan todavía más desprotegidas.

Busquemos un mecanismo con el que podamos, en casos de sentencia por violencia de género, no precisar del permiso del maltratador para intervenir en la protección de sus hijas e hijos. Pedimos intervenir sobre su bienestar con el permiso materno o podría ser una decisión del juzgado o… busquemos fórmulas para hacerlo. Debe haberlas, estudiémoslas y apliquémoslas.

* Teresa Laespada es de diputada foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de Bizkaia

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