Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Turistas
En sus escasos días soleados San Sebastián – Donosti para quienes viven del Gobierno Vasco -, es un hervidero de turistas. No hay manera de entrar en bar alguno de la parte vieja ya que en todos ellos hay una multitud de hombres y mujeres, rubios, por lo general, altos, sonrientes, de mofletes sonrosados y decididamente satisfechos de sí mismos, dando cuenta de platos rebosantes de descomunales pinchos de tortilla, foie con angulas, hojaldre con salsa de boletus, láminas de bacalao salpicadas con caviar, cebollino y dos o tres lágrimas de un aceite de oliva virgen extra de maduración carbónica, además de otras sobrecogedoras delicias culinarias... ¿Cómo hemos llegado a convertirnos todos en turistas?. ¿Cuándo comenzó esta manera de deambular por el mundo?. ¿Quiénes fueron sus promotores?.
En el curso del siglo dieciocho, a los estudiantes ingleses de buena familia que tenían alguna posibilidad de hacer una carrera, los mandaban a hacer un viaje por el continente europeo que duraba uno o dos años. El viaje se hacía para aumentar la educación del muchacho y también para eliminar su rusticidad comarcal y nacional. A partir de entonces ningún país podía considerarse como lugar de turismo mientras no acudieran a él los turistas británicos. Esto es algo que los italianos, por ejemplo, aprendieron hace ya muchos, muchos años y que a nosotros nunca nos ha interesado demasiado ya que acostumbramos a estar permanentemente ocupados tratando de averiguar si los vecinos del pueblo colindante son auténticos cristianos viejos o tan vascos, tan catalanes, tan gallegos, tan cántabros, tan asturianos, etcétera, etcétera, como lo son los huesos de todos nuestros muertos enterrados en los abismales cementerios de la historia.
El mundo siendo cada vez más pequeño está siendo cada vez más inundado de turistas, como ha demostrado la reciente fotografía de una gran cantidad de gente tratando de coronar la cumbre del Everest. La multitud lo inunda todo. Esto es lo que mejor define a esta época: la multitud. Todos somos multitud y la multitud está en todas partes. El viajero solitario que en siglos anteriores a la revolución industrial visitaba paisajes que desconocía, pateando pueblos y ciudades en completa soledad, ha dado paso a una multitud de turistas que, ignorando, tal vez, de donde procede la costumbre que da sentido a sus vidas, abarrota los museos, las catedrales, las playas, los desiertos, confundiéndose de este manera los unos con los otros en una masa presurosa, sudada, ruidosa, sin más identidad que su condición de multitud.
Durante una época no muy lejana, en España, la gente de pueblo, con la habitual percepción de quienes todavía no han perdido el contacto con la naturaleza, llamaba ingleses a todos los extranjeros que tenían la ocurrencia de alojarse durante una temporada en alguna de las pensiones, casas u hostales de la sierra granadina, el litoral mediterráneo o los pueblos encalados de la Andalucía más tórrida, más pobre y más profunda. Esa es la clase de reconocimiento que los ingleses partidarios del Brexit, tan nostálgicos ellos de viejos esplendores y de viejas distinciones, añoran tanto.
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