Minería extremeña: un reto imprescindible
El mundo, está claro, que ya no es lo que era. La globalización ha cambiado mucho las cosas y el juego especulativo de los recursos naturales está a la orden del día. No deja de ser un serio problema ante el que los territorios, los Estados, incluso los que fueron inmensamente poderosos buscan salidas que respondan a la presión ciudadana, sistemática, recurrente, por la pérdida de calidad de vida, el desempleo, la pobreza creciente.
Ha ocurrido en Inglaterra con el “Brexit”, algo impensable pocos años atrás. ¿Significa esto que estamos en un fin de era, un reventón precipitado del ciclo de la abundancia? Quién lo sabe, aunque visto lo visto, con lo que queda del Imperio que dominó los mares desde Trafalgar, bien podría estar sucediendo de manera irreversible. O sea, la vuelta al aislacionismo, al propio castillo, al nacionalismo agresivo…al sálvese quien pueda.
Viene está reflexión a modo de enmarque con lo que puede pasar con las regiones pobres, como la nuestra. Territorios que se han comportado como colonias interiores de sus Estados, en las que mientras la abundancia era la realidad socio/económica se sobrevivía entre la solidaridad y el paternalismo. El problema empieza cuando esa relación se trunca y el Estado ya ni invierte, ni redistribuye, ni siquiera migajas. Ahí está nuestro ejemplo, con un ferrocarril que para poco sirve y una caída a plomo de las inversiones para el desarrollo y la convergencia.
Llegados a este punto el recrudecimiento de los parámetros de la explotación pueden volverse intolerables. Está ocurriendo con los elementos bases del territorio extremeño, sus materias primas. Concretamente las derivadas de su compacto geológico, la minería. El caso de Aguablanca, en Monesterio, ha sido ilustrativo: una explotación compulsiva, en base a la elevada demanda de níquel, que propició su arranque a cielo abierto. Ahora que la demanda ha bajado, se “torea” con subterfugios administrativos, de los que no andarán muy lejos los concesionarios que saben mover fichas, y otras habilidades, para defender sus sacrosantos principios de la ganancia por encima de intereses sociales.
Parece cada vez más claro que los territorios van a pelear por sus posiciones, logradas a lo largo de la Historia, en muchos casos utilizando mano de obra barata de otros territorios. Y por supuesto materias primas. Cualquiera puede avalar estas constantes porque han ocurrido en España en los últimos siglos, muy especialmente con la revolución industrial y otros particulares desarrollismos. Y no parece que ahora, en el caso español, el viejo Estado “jacobino” - centralista - vaya a ser capaz de embridar la tentación centrífuga que es lo que domina.
Es por todo ello más que necesario – obligado – catalogar los potenciales endógenos y evaluarlos. Son los recursos sobre los que se puede construir sociedades viables. Es firme la consideración de que los territorios extensos y poco poblados pueden conseguirlo. En el caso de Extremadura su realidad geológica permitiría ordenar una economía, complementaria con la agroalimentaria/energética y turística, de buen nivel. Y además añadiría una cadena de valores añadidos, sobre la base de esos recursos, que bien podría abrir las puertas de un insospechado escenario industrial.
Viene al caso toda esta reflexión por las últimas noticias sobre la reapertura de una vieja mina de estaño- la de San José o Valdeflores, en Cáceres – que ofrece una poderosa reserva de litio, el metal más demandado para las baterías de los vehículos eléctricos, el futuro de la automoción sin emisiones. A partir de ahí debe divulgarse que la riqueza minera explotable de Extremadura – encerrada en una poderosa base que emergió en el Paleozoico – es inmensa. Del mismo modo que su valor estratégico resulta envidiable para soportar opciones de futuro económico y de empleo para esta sociedad. Justo por ello, las vías que permitan catalogar e investigar esos recursos resultan prioritarias, urgentes.
Desde SIEx hemos sido recurrentes en la defensa de una minería que, en Extremadura y para romper la inercia de un arranque decidido, debe encajarse en el sector público, con la concurrencia del propio Estado. No hay otra forma de ordenar este sector, para el beneficio colectivo, incluyendo la resultante de una industria subsidiaria. De lo contrario estaremos en el modelo puramente extractivo, decimonónico. Un modelo compulsivo, marcado por la demanda al alza, especulativa y explotadora que en muchos territorios del planeta se nutre aun de mano de obra casi esclava. Ya pasó en España, con el cobre y los ingleses, en Riotinto. Ese modelo hay que atajarlo en los países desarrollados. A fin de cuenta un lingote de mineral es un activo contable – un valor computable financieramente - que debe entrar en el mercado de manera sostenible y no de otra.
Por otra parte, las concesiones mineras a largo plazo, un modelo que pudo tener sentido para territorios de conquista o desérticos, pero que hoy no lo tiene para sociedades estructuradas administrativamente. Por tanto hay que exigir una legislación propia que permita a los territorios ordenar los recursos instrumentales para su desarrollo. Esta es la cuestión, dado que desde una voluntad constante hacia ese nuevo marco pueden conseguirse rentas sociales, nada desdeñables, para articular pilares de desarrollo. Ahí vamos a estar todos los que apostamos por la viabilidad de esta tierra, conscientes de que en el manejo inteligente de su poderosa herencia geológica se articula gran parte de su futuro.