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La encrucijada

Antonio Vélez, exalcalde de Mérida y portavoz de SIEX

El aventurerismo en política no ha tenido nunca buenos resultados. Basta repasar la historia para confirmar que sus consecuencias han sido siempre demoledoras, tanto en sumandos regresivos como en penalidades desmedidas para la humanidad. El coste de las locuras de los iluminados, o de los histriones irresponsables, escapa a las magnitudes de la racionalidad. Y lo preocupante, a pesar de esta sociedad tan informada, es que siguen siendo una tentación, un falso salvavidas para las frustraciones individuales derivadas de la crisis mundial que atravesamos.

Seríamos ingenuos si no comprendiéramos que detrás de las marionetas que afrentan la historia, acomodando los discursos y los gestos, siempre hay unos prestidigitadores que las manejan con intencionalidad interesada. Ocurrió en la Alemania de entreguerras, en un marco económico insostenible para los vencidos, sobre una sociedad quebrada y sin esperanzas.

Es probable que, ahora, determinados bloques económicos de vocación monopolista quieran amarrar su capitalismo depredador a través de otros intermediarios que sustituyan a esta derecha hispana tradicional, en caída libre. O que los mandamases del ajedrez mundial, con sus estrategias de dominio, pretendan garantizarse el control de este portaaviones que es la península ibérica, para seguir jugando a sus guerras provocadas, coartada imprescindible para acaparar los recursos estratégicos y acabar de una vez con un planeta que vale menos que sus intereses.

Para ambos casos se inventan una nueva marca, creíble, descafeinada y de rostro amable, que aparenta la voluntad de cambiar las cosas para que, después, nada cambie. Su discurso, como el de los nazis ante una sociedad rota y una acosada burguesía respaldándolos  (“La caída de los dioses”, la imprescindible película de Visconti, lo ilustra al detalle), es el que todos quieren oír: trabajo, reorganización administrativa, producción, blindaje empresarial, iniciativa privada. O sea, el bálsamo cauterizador contra todos los naufragios.  ¿Y después, qué?  No pensará la inmensa mayoría que cuando estos profetas de coyuntura alcancen el poder, todos seremos felices y la sociedad levitará de gozo, con su aterrizaje en el país de Jauja.

A esta sociedad que se tambalea no la van a salvar un puñado de visionarios, con fórmulas inviables. Si salimos a flote será con la voluntad colectiva de hacerlo y con las recetas clásicas que implican el esfuerzo de todos. Y es que la realidad es muy compleja, si consideramos nuevas ecuaciones como la globalización, el terrorismo religioso, el irredentismo nacionalista, problemas todos que complican, también, el escenario próximo, inmediato, el de España. La propia izquierda posible modificó su mejor hoja de ruta histórica, la socialdemocracia, la economía social de mercado, creyendo que el liberalismo permitiría un juego acorde con el deseo individual de acumular bienes, desde el papel moderador del Estado como garante del  binomio fiscalidad/redistribución, en la seguridad de que el sistema productivo, básicamente en manos privadas, permitiría el pleno empleo.

La realidad ha sido otra, muy dura. No solo han reaparecido los fantasmas del desempleo, el hambre, la inestabilidad social y los conflictos zonales, como en las secuencias previas a los grandes pasajes bélicos, sino que las estrategias de defensa de los dominadores han conducido hasta la inaceptable realidad de que el juego financiero, de marcado perfil especulativo y deslocalizado, tenga más peso que todo el sistema productivo ( Thomas Piketty: “El capital del siglo XXI” ).

En estas circunstancias tan insólitas, por inesperadas, convendría poner en juego todo el potencial de análisis y de respuestas que reconduzcan las cosas. Los intelectuales, los economistas, deben sugerir soluciones. Los políticos comprometidos, aplicarlas. La sociedad entenderlas y procesarlas con mesura, aceptando previsiones de salida en el medio plazo e ignorando becerros de oro. Es mucho lo que nos jugamos como para que nos gane la irreflexión o la quimera.

Desde SIEX defendimos, cuando se oteaba el problema que ahora medimos en términos de inestabilidad, que la columna vertebradota del centro/izquierda, era y sigue siendo el Partido Socialista Obrero Español. Porque, con todos sus aciertos y sus errores, nació como instrumento político de un amplio espacio de clase, encajado en el espectro sociológico que debe seguir representando. Un partido que ha sido garante de las grandes conquistas, para la inmensa mayoría, debe ser la palanca para salir de este atolladero. Es su obligación con la sociedad y es la sociedad la que se lo debe demandar, con todo el rigor, con la máxima exigencia. Está detrás toda una historia positiva, las grandes figuras en la lucha por los derechos de los desheredados, el pensamiento intelectual, la educación, la sanidad, las obras públicas, el regeneracionismo social en suma.

Sus errores no le eximen de la obligatoriedad de un papel garante, de una salida necesaria, de un nuevo rearme social, como en los viejos tiempos. Es lo que creemos desde SIEX, su socio electoral, en el entendimiento de que al PSOE le corresponde el máximo papel de avalista de un nuevo trayecto que reavive la confianza y la ilusión a la  mayoría social, desde las ideas renovadas, sin excusas. Es su obligación, como partido político más que centenario, con una capacidad acreditada. Y a la sociedad le toca exigirle resultados, tras otorgarle una nueva oportunidad que permita devolver la confianza en el futuro, a todo el pueblo. 

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