Con el silencio a cuestas, y con VIH
Silencio. Silencio por miedo a que se corra la voz y perder el trabajo, a sentirse apartado y excluido de la sociedad. Silencio en uno mismo, silencio en los demás. Silencio… es la primera palabra con la que Andrés (nombre ficticio) describe su enfermedad, VIH. Es directo, arranca con vehemencia y explica cómo convive con una realidad que tiene muy presente cada día. “Es como si uno estuviese escapando de algo, como si estuviese cargando con una piedra”, relata. Según él, huye de las miradas, de los comentarios… cargando con la losa de la discriminación por estar enfermo, una losa que pesa, que duele. Tanto como el silencio.
A Andrés el VIH le golpeó con 24 años, en plena efervescencia de su juventud. Había vuelto ya de la legión, donde ingresó sin haber cumplido aún la mayoría de edad, y sus circunstancias personales lo arrastraron a una enfermedad desconocida por entonces. “Cuando supe que era seropositivo, creí que me iba a morir”, cuenta. Ahora tiene 51 años, y aunque durante este tiempo ha perdido su trabajo y se ha alejado de su familia… sigue plantando cara al VIH.
Una vida dura
Los surcos de su cara revelan las huellas de una vida nada fácil, “una vida dura y castigada”, dice. Son las secuelas de una enfermedad que deja cicatrices, tanto en el cuerpo del afectado como en la conciencia de la gente. La estigmatización que padecen los enfermos de VIH/SIDA está presente en todos los ámbitos: familiar, laboral, conyugal… Pero pese a los bandazos vividos, Andrés saca pecho y cuando le recuerdan, por ejemplo, lo delgado que está, responde: “es que yo corro mucho, como mi padre”. Y con eso evita el silencio y también el juicio ajeno.
El caso de Andrés es uno de los 1.100 registrados en Extremadura, según el Servicio Extremeño de Salud. No obstante, el Comité Antisida de la región (CAEX) estima que la cifra puede alcanzar los 3.500 contagios. De esas infecciones no censadas, en torno a un 35% de los enfermos desconoce que tiene VIH, son lo que desde la organización denominan “diagnósticos tardíos”.
Aumentan los contagios
Más de 30 años después de que se registrara el primer caso de VIH en España en octubre de 1981, la cifra ha descendido gracias a las campañas de prevención, los diagnósticos precoces y la mejora de los tratamientos –actualmente muchos pacientes toman una sola pastilla al día frente a las más de 20 que solían recibir hace 30 años y la esperanza de vida se equipara en algunos casos a la de personas seronegativas–. No obstante, España es uno de los países de la Unión Europea con mayor incidencia de VIH/SIDA. Y desde el CAEX alertan de que en los últimos cinco años ha habido un repunte de contagios, en muchos casos, en jóvenes homosexuales de entre 20 y 30 años.
Aquellos que nacieron a principios de los 90, nacieron también sabiendo lo que era el VIH si bien son una generación que no conoció los años más preocupantes del virus, la “época más problemática en la que se nos quedaron grabadas tantas muertes”, señala Santiago Pérez, presidente del Comité Antisida. Por eso “la gente joven no tiene una percepción real del VIH”, advierte, e incide en la importancia de la educación afectivo-sexual en los centros escolares.
“Me sorprende hablar con gente de 17-18 años que nunca se ha parado a pensar en el VIH”, exclama, “que perciben el riesgo en otros pero no en sí mismos”. Es entonces cuando se cuestiona el papel de las campañas de prevención. Pérez se muestra reservado e indica que “parece que nos hemos relajado porque ya no muere tanta gente”. Sin embargo las infecciones repuntan en los últimos años y en medio de la autocrítica, los medios de comunicación “solo hablan de los últimos avances médicos y de posibles vacunas, pero se ha perdido el ámbito social”, recalca. En definitiva, se busca la noticia de la cura sin atender a una discriminación que sigue existiendo en la sociedad, una discriminación latente.
Prudencia
Ejemplo de esa discriminación es Andrés, que termina narrando cómo es su vida cuando está a punto de cumplir un año en el piso tutelado en el que vive en Cáceres. Allí comparte su rutina diaria con otras cinco personas, que son ya su familia. “A mí se me abrió el cielo cuando cogí la camita y empecé a descansar”, cuenta agradecido y recita con orgullo los cursos que acumula en este tiempo: jardinería, informática, cocina… Ese hombre que relata de carrerilla sus méritos, es también el reflejo del trabajo de las organizaciones que cuidan de los pacientes de VIH/SIDA.
“Tienes que ser fuerte, no te puedes venir abajo”, dice antes de despedirse a aquellos que están en su misma situación. Y se marcha, con el silencio a cuestas pero con la lección dada: SER POSITIVO, un paradójico mensaje implícito en esa palabra, seropositivo, que en muchos casos queda reducida a silencio.