Virgencita que me quede como estoy
Reconozco que no puedo dejar de asombrarme al leer con recelo todas esas noticias que anuncian a bombo y platillo iniciativas que dicen servir para concienciar a la sociedad y que están dirigidas, sobre todo, a los hombres.
Lo curioso es que son acogidas con interés y aplaudidas de manera sorprendente como si fueran la panacea o la herramienta definitiva para acabar con el acoso callejero, el abuso sexual y las violaciones. Por norma general estas iniciativas parten de ayuntamientos, consejerías, asociaciones e incluso empresas privadas.
La idea es promover un plan envuelto en el término eufemístico “medida social” y proyectar, a través de una campaña publicitaria, propuestas que suelen ser apoyadas por colectivos feministas. Hemos visto de todo, desde pulseras moradas hasta mensajes en los servilleteros, pero nada parece haber frenado la violencia hacia las mujeres. La última propuesta popular, en este sentido, parte del Ayuntamiento de Durango (Vizcaya), que ofrece un dispositivo denominado ' botón del pánico' para todas las mujeres que quieran utilizarlo. Dicho dispositivo avisa a la policía de manera instantánea en el caso de ser accionado ante una situación de peligro.
A priori puede parecer una medida útil y eficaz, pero lo cierto es que si profundizamos y rasgamos más allá de la superficie, nos encontramos con otra realidad. Según el ayuntamiento de la localidad, “este dispositivo está pensado para mujeres que corren solas o para las que trabajan en locales de ocio nocturno, pero está a disposición de todas las mujeres de Durango que sientan miedo”.
Si el miedo es un sentimiento, habrá que hallar su procedencia y una vez analizada, el siguiente paso más razonable será erradicar el foco principal para restaurar los daños adyacentes ocasionados; incluidos los emocionales. Si las mujeres sienten miedo, es porque están expuestas a un índice mayor de violencia que los hombres por una cuestión de sexo.
Las violaciones son ejecutadas por varones, la violencia machista es directamente perpetrada por hombres y la mayor parte de los robos con violencia tienen porcentualmente componente masculino, por lo que parece razonable sentir miedo. Pero el miedo, como cualquier sentimiento, puede ser subjetivo o infundado por lo que resulta incoherente su presencia durante el proceso más enérgico de emancipación de las mujeres.
El eje central y el corazón de cualquier proceso de liberación pasa, inexorablemente, por la pérdida de miedo. Con miedo no puede haber libertad y sin libertad aparece el sometimiento. Ambos son procesos que se retroalimentan indistintamente y casi de manera jerárquica ya que las relaciones asimétricas son metafísicamente defectuosas, al menos hasta llegar a ser proporcionarles y recíprocas. Ninguna institución ni organismo ha dotado de ' botón del pánico' a los hombre por salir a correr solos, la conclusión más acertada es que ellos sí se sienten libres. No encuentro mayor elemento de desigualdad posible.
No hay botones mágicos para la libertad. España no es el único país donde estas medidas cosméticas se producen. En Tailanda, por ejemplo, la segregación en los vagones del tren es un hecho. La medida fue aprobada dos semanas después de que una niña de 13 años fuera violada, asesinada y tirada desnuda por la ventanilla del tren en el que viajaba de Surat Thani a Bangko.
No hay cabida para la segregación en ninguna sociedad progresista, moderna y libre, porque las buenas intenciones no sirven como solución a los problemas estructurales, acaban siendo parches temporales que moldean un imaginario ficticio de falsa seguridad. Está claro que un violador no necesita el vagón de un metro para perpetrar el crimen, ni la segregación esculpe un futuro igualitario donde la convivencia entre hombres y mujeres pueda ser una realidad.
Se estima que el 65% de las mujeres mexicanas sufren acoso en el metro. La última propuesta por parte del Gobierno capitalino, y ONU Mujeres, consiste en la instalación de asientos exclusivamente para hombres con figura de cuerpo masculino en el que se incluye la forma en relieve de un pene. Esta iniciativa está pensada para que los varones puedan comprobar, de manera directa, lo que puede sentir una mujer en el transporte público al ser rozada deliberadamente por los genitales de un hombre.
El problema es que el instinto sexual depredador activa una serie de mecanismos químicos, psicológicos y fisiológicos que no dependen exclusivamente del grado de excitación, ya que existen componentes mucho más complejos determinados por factores sociales, culturales, emocionales y ambientales que van más allá de las soluciones superficiales que se plantean.
Segregación en el transporte público, pulseras con GPS, taxistas que esperan hasta que las mujeres entren en el portal de sus casas, botones del pánico, carteles informativos y toda la parafernalia propagandística que se les ocurra con tal de aparentar —y hacernos creer— que se están haciendo cosas; pero la conciencia social no es posible sin legislaciones que acompañen el cambio de mentalidad, sin dotar de medidas presupuestarias en materia de educación y sanidad, sin invertir en seguridad y, sobre todo, sin autoconciencia.
Ninguna revolución puede nacer desde la premisa del miedo, sino desde el anhelo de libertad. Ese es el punto de partida: salir a la calle, viajar, relacionarse libremente y exigir políticas que permitan a las mujeres su completa emancipación.
Como información significativa, aporto un dato reciente de la Xunta de Galicia en el que se estima que el gasto en propaganda contra la violencia de género, es triplicado en relación a las ayudas directas que reciben las víctimas con un total de 455.000 euros frente a 1,1 millones invertidos en publicidad a través de los medios de comunicación. Pero la publicidad y las iniciativas superfluas tienen el poder de no molestar y mantenernos relajados en nuestra zona de confort impasibles ante la realidad.