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Alberto Núñez Van Gaal
Lo sé, porque es generacional. Leer “Van Gaal” y pensar, ipso facto, en su guiñol es todo uno. Pero no, la asociación del exentrenador del Barça con el líder del PP no es porque este porfíe en un discurso “sempre negatifo, nunca positifo” mientras la terca realidad se empeña en demostrarle con datos que ese apocalipsis que ansía no tiene visos de llegar (igual lo hace el 23J).
Tampoco quiero decir con esto que Feijóo tenga la cara tan dura como aquel muñeco de rostro de ladrillo... que podría, ¿eh? Sin ir más lejos, por el pacto con Vox en Valencia. “Estas son mis líneas rojas; si no le gustan, tengo otras”, replicaría Borja Sémper con un bigote pintado con betún. Ya lo advirtió Siniestro Total: “El guapo suele ser casi siempre un bellaco al final”. Podríamos pensar que hablaba de Pedro Sánchez -¿acaso hay alguien más guapo?-, pero la canción se titula Cultura Popular. Y no puede ser casualidad. Aunque los populares el hastío ese de la cultura, cuando pueden, prefieren pasárselo a Vox.
Louis Van Gaal llegó al Barça en 1997 después de ganar absolutamente todo con el Ajax de Ámsterdam en poco más de un lustro: tres ligas, otras tantas Supercopas de los Países Bajos, una Copa de la UEFA, una Champions, una Intercontinental... es decir, el equivalente a cuatro mayorías absolutas seguidas. Venía a sustituir a Bobby Robson, fugaz y decepcionante recambio de una leyenda de la casa: Johan Cruyff. Los paralelismos con Casado y Rajoy son suficientemente evidentes como para tener que insistir.
Fichado por un club que hace de la apuesta por la cantera una forma de vida, Van Gaal -quien, con el tiempo, haría debutar a Xavi, Iniesta, Puyol o Víctor Valdés- trasplanta a Can Barça su sistema (cambiando un coche oficial por un Falcon, firmando con España un “contrato” como el que había firmado con Galicia, prometiendo una auditoría cuando llegue al gobierno...). Pero la cosa no se queda ahí: el entrenador vuelve a replicar su equipo casi hombre por hombre. Llegaría a alinear, juntos, a ocho holandeses vestidos de azulgrana. Ese es el espejo de Feijóo.
Sin embargo, a diferencia de Van Gaal, que volvió a reunir a la banda como los Blues Brothers, recogiendo a cada jugador en un sitio diferente, él no tuvo reparos en desmantelar su club anterior, la Xunta de Galicia. Primero, en abril del año pasado, cuando se llevó consigo a su núcleo duro de colaboradores (a los que encontramos en la lista del PP de Madrid), descabezando por el camino todo el aparato de Presidencia. Y ahora, para las candidaturas gallegas, vuelve al mismo caladero sin tener miedo de esquilmarlo. Después de mí, el diluvio.
La alineación es curiosa: Francisco Conde, socio imprescindible para multiplicar la deuda de la comunidad, certificar la muerte de la banca gallega y desmantelar nuestra industria (tanto es así que hasta la propia palabra, Industria, desapareció durante años de su cargo oficial) será el número uno por Lugo. No es por el tirón electoral de un hombre prácticamente invisible pese a su omnipresencia en la TVG, sino por la proximidad al líder, al que asesora desde 2009. Imaginar a Lógicamente (su eterna muletilla) como rival de Nadia Calviño en un hipotético cara a cara económico hace pensar que el Solbes-Pizarro puede pasar a la historia como un duelo igualado.
Con él se marcha, como dos por Ourense, la gran superviviente -con Rueda- de los gobiernos Feijóo: Rosa Quintana. Aunque en Galicia todos los conselleiros eran de Mar (Sánchez Sierra), esta fue la única que lo llevó en el cargo. 14 años pendiente de la pesca y un domicilio en la localidad coruñesa de Brión justifican que se presente por la única provincia interior, por detrás de Ana de Bande. Supongo que lo hacen solo por el placer de anunciar el ticket como Ana-Rosa Quintana, a la que nuestro PP adora y premia. Claro, que si ese era el motivo, también podía ir por Pontevedra, detrás de Pastor, la retornada. Pero ahí ya hay otro ilustre...
No contento con desmembrar la Xunta, Feijóo decapita el grupo parlamentario. Pedro Puy, el hombre que nos dio un susto con su infarto en la investidura de Alfonso Rueda, la mejor cabeza del centroderecha gallego, será el tres por la provincia de las Rías Baixas. Ya lo había captado para redactar el programa electoral, pero queda claro que no quiere que se lo explique por videoconferencia. Aterra pensar lo que puede hacer el rodillo del PP en la cámara si el liderazgo queda en manos de Paula Prado, capaz de hacer pasar a Miguel Tellado por un moderado centrista.
Este nivel de sucursalismo es inaudito (con perdón) incluso para San Caetano, donde los sucesivos presidentes siempre se plegaron a los deseos del gobierno amigo -cuando lo era-, pero nunca le habían entregado todas las armas antes incluso de llegar a la Moncloa. Alfonso Rueda, cada vez más desdibujado, queda reducido al estatus de Guaidó, una especie de “presidente encargado” o un adelantado del rey, pese a que dicho monarca aún sea solo un pretendiente al trono.
Además, el mensaje que envía Rueda tras estos cambios impuestos está lejos de ser tranquilizador. A la irresistible ascensión de Diego Calvo se suma la promoción de Ángeles Vázquez como primera vicepresidenta en la historia de la Xunta. Un avance para la causa de las mujeres similar al nombramiento de Margaret Thatcher.
La patada para arriba a Vázquez confirma la apuesta por lo que Dani Salgado bautizó como “la agenda neoliberal” de Rueda pero que definió mucho mejor -cosas de los poetas- cuando dijo en Twitter que la de Medio Ambiente era una consellería “dedicada al MAL” (las mayúsculas son suyas): mantiene un teléfono contra la ocupación aunque reciba 30 llamadas al año y financia reformas en segundas residencias a la vez que se olvida de la vivienda pública.
Sí, ella es la prueba de que la batalla cultural y la económica se pueden librar a la vez y por eso se ganó los galones. Lo que queda del PP gallego (a la espera de dónde se recoloque el Vin Diesel de Esgos) tiene una contienda clave en las próximas autonómicas. Si los dejan sin artillería, tendrán que pelear con la bayoneta calada, pero lo van a hacer con la dureza de siempre.
(Por cierto, después de fracasar con el Ajax de Barcelona, al no ser capaz de repetir sus éxitos anteriores, Van Gaal retornó a Ámsterdam. Lo despidieron los mismos que lo habían contratado. Años después, volvería a intentarlo...).
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