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Qué ocurre con un meteorito cuando un ganadero se lo encuentra en su finca

El meteorito Traspena

Beatriz Muñoz

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Hace dos años, en la madrugada del 18 de enero de 2021, una bola de fuego cruzó el cielo de la provincia de Lugo. La provocó la entrada en la atmósfera de un asteroide de 1,15 metros y 2,62 toneladas de peso. Los trozos que quedaron de él cayeron en el entorno del río Neira en el municipio lucense de Baralla. El área la determinó un estudio liderado por científicos de la Universidade de Santiago de Compostela (USC) a partir de varios vídeos grabados del objeto astronómico. La zona era complicada de rastrear, por la orografía y por estar la tierra dedicada fundamentalmente a pastos para vacas. Y fue precisamente un ganadero, Jesús Ángel Farelo, el que acabó dando, en una finca de su propiedad, con el que los expertos consideran que es el trozo principal de los que llegaron a tocar tierra, un meteorito de 527 gramos que lleva el nombre del lugar en el que fue hallado, Traspena.

¿Qué ocurre cuando un particular hace un hallazgo con tanto interés para la ciencia? El catedrático de Astronomía José Ángel Docobo, responsable del Observatorio Astronómico de la USC, explica que “podría pasar de todo, dependiendo de la actitud del descubridor”, que puede querer conservarlo como recuerdo, venderlo o entregarlo, como ocurrió con el ganadero de Traspena, para que sea estudiado por la ciencia. Su actuación fue, opina el experto, la correcta, al dejarlo en manos de especialistas, en este caso del Museo de Historia Natural de Madrid.

Estos acontecimientos son tan infrecuentes que las leyes españolas apenas se han ocupado de ellos, dice Docobo. Los científicos indican que la entrada en la atmósfera de un cuerpo de este tamaño sobre Galicia ocurre, de media, cada 700 años. En toda la península ibérica, es esperable que esto pase cada 35 años. Una vez que alguien encuentra un meteorito esta persona es el titular y hay que confiar en su “ética” para que lo done a un museo y pueda ser contemplado por cualquier ciudadano, añade Docobo.

En otros países, como Suiza o Dinamarca, los meteoritos que caen en su territorio se consideran propiedad del Estado, que gratifica a quien los encuentre. En el caso gallego, hubo también una “pequeña” gratificación. Para custodiarlo en adelante, se produjo un “entendimiento amistoso” entre el Museo de Historia Natural de la USC, que se ha quedado y tiene ya expuesto el trozo más grande de los dos en los que se dividió, y el Ayuntamiento de Baralla, que ha indicado que todavía no ha concretado dónde y cómo va a mostrar el objeto al público.

Hace pocos días la universidad compostelana empezó a mostrar su parte de la roca. En el fin de semana siguiente pasaron por las instalaciones unas 200 personas, una cifra que no sobresale en los registros habituales. Está instalada sobre un pedestal giratorio que permite ver tanto su superficie exterior como el aspecto interior. A su lado hay una réplica del meteorito completo. El Museo de Historia Natural de la USC organizó una jornada divulgativa para presentar este fragmento, en la que participó Manuel Andrade, profesor del área de Astronomía y Astrofísica de la universidad y líder del equipo de científicos que reconstruyeron tanto la trayectoria dentro de la atmósfera -con lo que concretaron dónde habían caído los restos- como su órbita heliocéntrica, es decir, el movimiento que seguía en el espacio. Formaba parte del cinturón de asteroides que se conoce como el grupo de los Apolo, próximos a la Tierra.

Una vez el asteroide chocó con la atmósfera, siguió una trayectoria casi vertical, con un ángulo de 77 grados con respecto a la tierra. Los científicos determinaron su trayectoria gracias a los vídeos recopilados por la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos (SPMN) procedentes de cuatro estaciones pertenecientes a este proyecto y de 11 testigos casuales que grabaron el evento desde diferentes puntos de Galicia y Castilla y León.

Antes de llegar a su vitrina, el meteorito pasó por laboratorios y fue examinado por un nutrido equipo de científicos. Los investigadores recuerdan que el meteorito cayó en plena pandemia, todavía con restricciones a la movilidad, y que hubo problemas para llegar a la zona en la que habían calculado que tenían que estar los fragmentos. Allí se encontraron con que había personas de otras partes de España, aparentemente sin permiso, intentando localizar la roca.

Con el meteorito ya encontrado dos meses después del avistamiento del bólido y en manos del Museo de Historia Natural de Madrid, los expertos le hicieron pruebas para clasificarlo (es una condrita ordinaria L5, un tipo común en los procedentes del cinto de asteroides situado entre Marte y Júpiter). Los análisis fueron lo menos destructivos posibles, indica Docobo. Finalmente se dividió en dos partes principales –la que está en Santiago y la que se podrá ver en Baralla– para mostrarlo al público y en varias láminas muy finas que se han enviado a un repositorio internacional de meteoritos de Barcelona y al Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid, que fue el que hizo casi todos los análisis.

El catedrático de Astronomía explica que el estudio hecho con los vídeos disponibles concluye que, además del fragmento encontrado, puede haber al menos otros dos trozos más pequeños que soportaron el extraordinario desgaste de su viaje atmosférico. “Hay que tener en cuenta que en casi cinco segundos una masa inicial de 2,62 toneladas se convirtió en poco más de medio kilo”, recalca. El problema para encontrar estas otras piezas, dice, es que probablemente están en zonas con muchos árboles y maleza. Encontrarlas es complicado, pero el experto no descarta que en algún momento aparezca otro trozo del bólido que iluminó el cielo de Lugo en plena madrugada hace dos años.

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