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INVESTIDURA

Rajoy: “El debate de investidura no ha contribuido a la credibilidad de la clase política”

El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy

Daniel Salgado

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Mariano Rajoy ha adoptado una distancia olímpica respecto de lo que ve. A menudo imparte doctrina y no tiene empacho en ofrecer lecciones sin atender a los debes de su mochila de exgobernante, de la Policía Patriótica a la condena del PP por la trama Gürtel que le costó una moción de censura. Lo volvió a hacer este viernes en el Foro La Toja, circunspecta reunión anual de empresarios y partidarios del bipartidismo restringido organizada por el Grupo Hotusa en la Illa da Toxa (O Grove, Pontevedra), cuando despachó sus impresiones sobre el debate de la fracasada investidura de Alberto Núñez Feijóo: “No es precisamente un debate que contribuya a la credibilidad de la clase política ni a reforzar la democracia liberal”.

El expresidente del Gobierno participaba en una discusión con su homólogo chileno Sebastián Piñera, moderada por la exministra del PSOE Trinidad Jiménez, sobre “la gobernanza en las sociedades modernas”. Su tesis era que las democracias liberales corren riesgos y el principal desafío del “mundo occidental” es defenderlas. Claro que su definición de lo que cabe en una democracia liberal es reducida, casi censitaria. La derecha y el ala derecha del centroizquierda, poco más. Sus enemigos -uso esa palabra, “enemigos”- son, sin embargo, múltiples. Se atrevió a enumerarlos: China, Rusia, los nacionalismos y los populismos. A partir de esa visión más bien simplista, bajó al comentarismo de la actualidad política española.

“Hay que andar con cuidado con las malas compañías porque llevan a tomar malas decisiones”, dijo. Si algún incauto o incauta entre la audiencia esperaba alguna referencia siquiera velada a las alianzas de su partido con la extrema derecha de Vox, lo hizo en vano. “Me pone muy nervioso la famosa amnistía. No sé si se va a aprobar o no, pero es una enmienda a la totalidad de aspectos fundamentales de la democracia, la igualdad y el Estado de derecho”, aseguró. Como jefe del Ejecutivo, entre 2011 y 2018, Rajoy firmó amnistías por delitos fiscales. Todavía el martes, el diputado comunista Enrique Santiago, de Sumar, enseñaba una portada del ABC del 19 de octubre de 2017: “Rajoy ofrece 'amnistía' a cambio de elecciones legales”. Era su propuesta a Puigdemont. Pero la coyuntura pasada no impide al expresidente hablar de la actual como si nada hubiera pasado.

Su razonamiento sobre las amenazas que acechan a Occidente continuó con las menciones al debate de investidura -no lo expresó con rotundidad, pero se intuía que la carga negativa recaía en el bloque progresista-, a la benevolencia del empresariado -se debía a su público- y a la inmigración, que considera “el tema más importante que tiene Europa sobre la mesa”. Es entonces cuando la sorna y las maneras poco alteradas de Mariano Rajoy no son suficientes para amortiguar el conservadurismo profundo de su discurso. “Bien ordenada puede funcionar, pero cambia un país”, dijo, “el 14% de la población española es extranjera, e incluyo aquí a los nacionalizados”. En su opinión, la inmigración es principalmente mano de obra y debe ajustarse a la demanda empresarial de trabajadores. Nada más.

Ni se inmuta por el cambio climático

Rajoy teoriza sobre el estado del mundo pero, en la tradición de las derechas españolas, lo hace por vía estrecha. No hay lugar, por ejemplo, para el cambio climático. Aquel que su primo le aseguraba que no era importante. El contraste con Sebastián Piñera, presidente derechista de Chile entre 2010 y 2014 y entre 2018 y 2022, resultó abismal. Este, con una oratoria torrencial y algo desordenada, sitúo la crisis medioambiental en el centro de los problemas de la humanidad. Habló de “colapso, apocalipsis” climática y afirmó solemne que “cada generación, cada sociedad tiene su misión” y la de ahora es “la propia supervivencia”. Frente a ese panorama que lo cambia todo, “la gobernanza mundial hace aguas”.

Mariano Rajoy ni se inmutó. La situación de la atmósfera no parece afectarle. En sus turnos de palabra insistía en referirse al populismo, a la gestión del Gobierno Frankestein y a la necesidad de “contención y consensos”. La prueba al respecto que no podía faltar: la Transición y la Constitución del 78, aunque ambos episodios históricos acabaron fraguando pese a las resistencias y reticencias de, entre otros, Alianza Popular, formación antecesora del PP. En su apología del pactismo -pactismo solo entre quienes él diga, por supuesto- llegó a decir que, en España, la política exterior se ha acordado “casi siempre”. Quizás estaba pensando en la invasión de Irak, en la que se embarcó el segundo gabinete de Aznar -del que él mismo formó parte- apoyado en una mentira flagrante, la existencia de armas de destrucción masiva en el país.

En cualquier caso, las discrepancias implícitas entre Piñera y Rajoy a cuenta del calentamiento global no ocultaron su coincidencia de base: la democracia liberal solo merece su beneplácito cuando se ajusta a lo que ellos consideran razonable. Lo dejó claro Piñera al describir el panorama en Latinoamérica. Cuba, Nicaragua y Venezuela son “dictaduras feroces”, pero “la democracia y la libertad” también retroceden -dijo- en Argentina, Perú, Bolivia, Colombia o México. ¿Qué sucede en común en esos cinco países? Que gobiernan distintas variantes de la izquierda.

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