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Daniel Salgado

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A los poderosos les gusta reunirse en lugares aislados. O que por lo menos sean fácilmente aislables. El caso más evidente es el foro del Monte de Davos, en los Alpes suizos. Pero una isla, aunque esté conectada al continente por un puente, no les parece mala idea. Controlar la movilidad no es difícil. El Foro La Toja, subtitulado “Vínculo Atlántico” y promovido por el Grupo Hotusa, lo corrobora: durante tres días, grandes empresarios españoles, economistas sistémicos, expresidentes que sienten amenazada su libertad de opinión y algunos políticos terrenales se reúnen en la Illa da Toxa, muestra de la Europa balnearia, que la seguridad pública y privada convierten en blindada a manifestantes y otras molestias.

A finales de septiembre, A Toxa es un lugar tranquilo. El volumen del mundanal ruido desciende y por sus avenidas, escoltadas por piñeiro bravo y chalets al borde de la categoría de mansión, apenas se ve gente. Los hoteles están a medio gas. A la hora en que el cónclave comienza –este viernes, uno de octubre, con un debate sobre “compromiso medioambiental” en el que participaban el presidente de Iberdrola y Miguel Arias Cañete–, solo transitan todoterrenos de la Guardia Civil, coches de lunas tintadas pertenecientes a la organización del foro y automóviles de trabajadoras del servicio de algún inmueble con vistas a la ría de Arousa. El censo de habitantes de la isla, que pertenece al Concello de O Grove, es de 29 personas. En los actos del foro Hotusa hablaron 43 personas, 34 hombres y nueve mujeres, el rey Felipe VI, Pedro Sánchez y el primer ministro portugués, António Costa. Además, decenas de operarios se encargan de la intendencia del evento.

Que A Toxa es espacio propicio para que los dirigentes se den la razón unos a otros no se le ocurrió a Amancio López Seijas, presidente de Hotusa, hace tres años, el inicio de estos encuentros. Ya en 1989, el hermético Club Bilderberg la eligió para su encuentro anual de apología del atlantismo –entendido como sumisión a los intereses geopolíticos estadounidenses– y el neoliberalismo. Los invitados de las dos citas difieren, los núcleos temáticos no tanto. “Nos quieren quitar la reforma laboral que con tanto acierto hizo mi amiga Fátima [Báñez]”, se quejó este viernes José Vicente de los Mozos, alto directivo del grupo Renault que además lamentó que “algunas ciudades españolas” no dejan entrar automóviles. El diálogo discurría bajo el epígrafe “los protagonistas de la recuperación” y en él hablaban además el consejero delegado de Estrella Galicia y el presidente de Abanca. La moderadora, Fátima Báñez, exministra de Trabajo con Rajoy y hoy presidenta de la fundación de la patronal.

El caso es que esta versión 2021 del Club Bilderberg –la original la financió Rockefeller– prescinde del secretismo de otrora. A pesar de que la prensa permanece en una carpa anexa al centro de convenciones donde disertan los invitados y sigue el asunto a través de pantallas –el mecanismo Rajoy acabó por imponerse con la excusa de la pandemia– sin apenas cruzarse con los intervinientes, el Foro La Toja busca repercusión mediática. La Televisión de Galicia lo ha retransmitido en directo, con mucho más entusiasmo que el que muestra por los plenos del Parlamento autonómico. Las diferencias ideológicas entre los participantes resultan sutiles, y el debate, escaso. La defensa del bipartidismo de PP y PSOE como única versión posible de la democracia, la empresa como único factor de creación de riqueza y los ataques a la supuesta burocracia que dificulta el emprendimiento son moneda corriente.

Ninguno de los otros 15 partidos con escaño en el Congreso estuvo invitado. Tampoco los sindicatos. De hecho, al mayoritario en Galicia, la CIG, le fue denegada autorización para concentrarse “contra la oligarquía” en los accesos a la isla, primero por la Delegación del Gobierno y después por el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia. Los miembros de A Mesa pola Normalización Lingüística que protestaban por la deturpación del topónimo –la forma oficial es A Toxa, no La Toja– sufrieron los zarandeos y empujones de la Guardia Civil. Los que sí pudieron reunirse en la rotonda de entrada fueron los trabajadores de ENCE, que defienden la permanencia de la factoría en la ría de Pontevedra a pesar de que la Audiencia Nacional ha fallado en contra tras una extensión fraudulenta de la concesión a cargo del Gobierno de Rajoy. Además, la Xunta de Feijóo ha incumplido la promesa –incluida en el programa electoral del PP– de buscar ubicación alternativa para la planta.

Este ajetreo y la superpoblación de la isla respecto a lo usual en otoño desaparece en cuanto cae el sol. Ni siquiera su célebre Casino parece atraer a los visitantes. El espacio público es limitado, aquel que el primer alcalde posterior al franquismo, el comunista Xaquín Álvarez Corbacho, consiguió arrancar a la Condesa de Fenosa, propietaria entonces del grupo Pastor y éste de la isla: zonas verdes y carreteras interiores. Los clubs náuticos con sus muelles deportivos o el club de golf no ofrecen programación nocturna. Y las segundas residencias –o terceras, o cuartas: por la dimensión de los predios capacidad adquisitiva no falta– permanecen apagadas detrás de altos muros y setos espesos. La ética de lo privado manda en una ordenación urbana donde abundan las calles cuyo acceso solo está permitido a “los propietarios”.

Dentro del “extremo centro”

El lugar y sus singulares características, en cualquier caso, encaja perfectamente con el discurso dominante en las jornadas. Aguas termales y Gran Hotel –de Hotusa– incluidos. Lo que algunos analistas de la cosa pública –Tariq Ali– denominaron el “extremo centro” parece ser la condición inevitable para poder impartir doctrina en ellas. Y su encarnación, el bipartidismo que en España acabó sustanciándose, ya en los 90, en Partido Popular y Partido Socialista, pero que en la última década, como consecuencia no menor de la crisis desatada en 2008, saltó por los aires. En A Toxa no parece importar. Ese antiguo statu quo que apenas se compadece con la realidad realmente existente es aquí proclamado a los cuatro vientos. E incluso de manera retrospectiva, como cuando Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, que asistió todos los días al cónclave, afirmó que los dos partidos hoy mayoritarios –socialista y popular– “gestionaron la Transición”. UCD, el Partido Comunista o los nacionalistas de derechas catalanes y, en menor medida, vascos, quedaron fuera de su relato de la historia reciente.

Y eso que la autocrítica a las políticas defendidas en el foro no estuvo del todo ausente. Al menos implícitamente. Cuando Josep Piqué, presidente del Foro La Toja y exministro de Aznar, pronució su discurso de clausura, se refirió a “la buena respuesta de Europa al COVID y sus consecuencias”. Atrás quedan las loanzas a la austeridad que caracterizaron al extremo centro cuando Alemania la dictaba desde su posición dominante en las instituciones europeas. La nueva fe levemente keynesiana –el límite de lo permitido en A Toxa, tal vez– es ahora habitual en el Ibex y adláteres. Tanto que el propio Grupo Hotusa recibirá 320 millones de euros de ayudas a la solvencia “de empresas estratégicas” de la Sociedad Pública de Participaciones Industriales. Pero ese cierto desplazamiento del pensamiento económico no se corresponde con el político. También lo dejó claro Piqué, al repetir el discurso neoimperialista sobre América Latina que su antiguo partido, el PP, difunde estos días: “[Existe el riesgo de] un retorno a una mentalidad precolombina que es una mentalidad preoccidental”.

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