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De la 'gracia' de un petardo al sufrimiento de las personas con TEA y los animales: “No es nada necesario”

Marina Moreno, con su perra Berta.

Guillermo Martínez

30 de diciembre de 2025 21:21 h

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Una acción tan simple como encender una mecha y tirar un petardo puede tener consecuencias nefastas para las personas que sufren el trastorno del espectro autista (TEA) y los animales. La llegada de la Navidad y junto a ella el uso indiscriminado de pirotecnia, en ocasiones prohibido por ordenanzas municipales que apenas se respetan, supone un gran foco de estrés para estas personas con hipersensibilidad auditiva y los animales, tanto domésticos como en libertad, que pueden llegar a morir por patologías provocadas por un gran estruendo inesperado.

Paula Izquierdo, neuropsicóloga de la Federación Autismo Madrid, explica que las personas con TEA sufren mucho más que aquellas neurotípicas porque los ruidos explosivos activan un sistema de alarma en su organismo, una respuesta en defensa al estrés que les provocan. “Igual que los demás nos podemos asustar momentáneamente por un petardo, en las personas con TEA esa activación la sufren de forma más intensa y durante más tiempo”, añade.

Su cuerpo reacciona de forma incluso dolorosa, como si hubiera una amenaza real en el exterior. “Esto sucede en una gran proporción de los niños y niñas con TEA, sobre todo, especialmente quienes tienen una mayor sensibilidad sensorial y dificultades de regulación emocional”, abunda la especialista. Se refiere a la desregulación que es posible que sufran muchos chavales con TEA como consecuencia del uso de la pirotecnia y que puede llegar a provocar una crisis. “Quizá duran minutos, o segundos, pero son muy intensas con llantos y gritos, y gestos como taparse los oídos, o de bloqueo o de huida”, ilustra Izquierdo.

Objetivo: protegerse de los petardos

Para reducir el impacto, lo ideal es prevenir lo que va a suceder, algo que no se puede apenas vaticinar en el caso del lanzamiento de petardos, aunque sí para los castillos de fuegos artificiales organizados por los ayuntamientos. La experta de Federación Autismo Madrid recalca que a los más pequeños se les podría explicar con palabras muy sencillas y apoyos visuales.

También existen las protecciones físicas, como protectores auditivos que reducen la entrada de ruido y sonido. La creación de un espacio seguro puede ser otra de las soluciones, sobre todo si se conoce a qué hora y día se tirarán los petardos y cohetes. La idea es buscar el espacio de la casa más alejado de la calle, que ahora es sinónimo de ruido estridente, para que las explosiones no lleguen de forma tan intensa.

A nivel comunitario, la reducción del uso de la pirotecnia sería algo que agradecerían tanto personas con TEA como animales. A día de hoy, también se podría apostar por fuegos artificiales silenciosos, así como establecer un día y hora, y espacio concreto, en el que la gente pueda tirar los petardos que desee con la suficiente antelación para que otra gente se pueda proteger de ello. “Esto no solo beneficia a personas con TEA, sino a bebés o personas mayores que ante estos sonidos pueden asustarse o coger miedo, o personas con migrañas. Lo ideal es buscar alternativas para hacer un entorno más agradable para todos”, sostiene la neuropsicóloga.

La imprevisibilidad como gran peligro

Antonia Torres es la madre de Fernando, un joven de 9 años con TEA que vive en Sevilla: “Cuando le diagnosticaron ya vimos por qué nunca le habían gustado los petardos, porque al principio podía ser algo que también le pasara a cualquier niño”, introduce. Así hace referencia a los dos factores principales que hacen de la Navidad un no muy buen periodo del año para Fernando, la explosión del petardo o cohete y su imprevisibilidad.

Tal y como describe la madre de este chavalín sevillano, personas como él tienen un cerebro muy estructurado y necesitan una rutina diaria, “y el petardo se lleva por delante todo eso”, apuntilla. Todo ello tiene consecuencias nefastas para el pequeño, ya que actualmente no le gustan algunas calles de la ciudad en las que con anterioridad ha sufrido el lanzamiento de algún petardo. No las considera seguras para él.

Torres prefiere pasar la Nochevieja en su pueblo de Huelva. “Allí está todo más controlado y Fernando no lo pasa tan mal”, comenta. Días después, la noche de Reyes, quizá puedan acercarse a la cabalgata del 5 de enero: “Parece que en la de aquí, Sevilla, van a poner un sitio sin ruido para niños como Fernando, pero apenas quedan unos días para terminar el año y todavía no sabemos dónde nos tendremos que colocar”, añade esta madre que se postula a favor de perseguir el uso indiscriminado de la pirotecnia.

Aumentar la sensibilización social

Algo similar es lo que vive la familia de Patricia Rubio y Daniel Ródenas, ella con TEA y ambos con un hijo, Mateo, que también lo sufre. “Cualquier cosa que pueda explotar me genera muchísima ansiedad”, afirma Rubio, quien se pone sus tapones de silicona en cuanto comienza a escuchar petardos en la calle y siempre lleva colgados al cuello. No se trata de un asunto baladí. Este ejemplo que vivió ilustra la gravedad de esta realidad: “Una vez iba conduciendo y empecé a escuchar petardos y cohetes y notaba que perdía la noción de dónde estaba y de lo que estaba haciendo. No podía concentrarme, así que me aparté a un lado con el coche ante tal situación de peligro”.

Mateo, por su parte, se decanta por una especie de auriculares que cancelan el ruido del exterior cuando sale a la calle en Navidad o sabe que se encontrará con aglomeraciones. “Y algo que dejamos de hacer fue ir a manifestaciones, porque en muchas también tiraban petardos y provocaban un alto nivel de ansiedad y estrés el no saber si tirarían un petardo cerca de ti”, añade la madre.

Rubio opina que la sensibilización social en este aspecto es insuficiente. “No porque no lo entienda la gente, sino porque lo pasan por alto continuamente. Si le dices a alguien que a un niño le dan miedo estos ruidos lo va a entender. El problema es el paso anterior, que casi nadie piensa a quien le puede afectar un ruido así antes de provocarlo”, desarrolla. También menciona los dos animales que acompañan a la familia. Son un perro y una gata, y por suerte parece que no temen demasiado a la pirotecnia. “Pero sé de otros animales que lo pasan fatal, incluso que han llegado a morir”, apuntilla.

Periodos de estrés letales

No se equivoca. Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España, indica que sobre todo perros y gatos experimentan reacciones fisiológicas y conductuales muy intensas ante un ruido inesperado. “Estos cuadros de estrés pueden llegar a evolucionar a taquicardias severas, enfermedades nerviosas e infartos, incluso”, ejemplifica.

Los animales pueden perder la vida momentos después de escuchar el ruido: “A veces huyen desesperados, y en esa huida pueden ser atropellados en una carretera”. Y a la fauna salvaje, sobre todo a las aves, les afecta gravemente, agrega Gascón. En estos casos, las aves pueden llegar a abandonar sus nidos y crías y, en su huida, chocar contra algún edificio. “Se desorientan y pueden sufrir episodios de estrés que pueden llegar a ser letales”, reconoce la animalista.

Desde AnimaNaturalis España consideran que este debate está en la calle pero no llega a la Administración pública, sobre todo a ayuntamientos que año tras año se gastan miles de euros en castillos de fuegos artificiales. “Es algo muy cultural, así que el cambio tendrá que ser progresivo”, apunta.

Por el momento, lo recomendable a la hora de proteger de ruidos de petardos y cohetes a los animales con los que convivimos es cerrar ventanas, puertas y crear un refugio lo más seguro posible en la vivienda en el que poder acompañarlos en todo momento. “Hay que estar con ellos, no dejarles solos en noches concretas”, reivindica la misma Gascón.

Temblar de miedo en la ducha

Ester Hernández vive con Shasa, una mestizo de podenco de 9 años que siempre le ha tenido pánico a los petardos. “Yo vivo en un bajo y muchos días se la dejo a mis padres para que no sufra tanto. Le hemos llegado a dar tranquilizantes”, expone esta vecina de San Fernando de Henares (Madrid).

Shasa lo pasa muy mal en estas fechas. El miedo hace que apenas quiera salir a la calle y no haga sus necesidades en días. “He llegado a temer por su salud. Una Navidad no la veía por las cámaras y llamé a mi madre y una amiga para que vinieran a casa. La pobre estaba metida en la ducha, que es donde se mete cuando escucha petardos, temblando del miedo”, destaca.

Esther y Sasha.

La ordenanza de convivencia ciudadana de San Fernando de Henares (Madrid) prohíbe “hacer explotar petardos, lanzar cohetes o encender bengalas en los domicilios particulares, en los recintos de los inmuebles o en la vía o zonas públicas”. Sin embargo, Hernández considera que la Policía apenas persigue este tipo de infracciones. “Yo les he llamado porque no paraban de tirar petardos en mi calle, me retumbaban las ventanas, y aquí no ha venido nadie”, defiende.

La tranquilidad nunca llega

A menos de 20 kilómetros de Shasa vive Berta. Ella es un cocker spaniel inglés de 12 años que acompaña en Alcalá de Henares a Marina Moreno y su pareja, Ismael Moreno. “Estos días los pasamos bastante preocupados porque Berta lo pasa muy mal. Tiembla muchísimo ante un petardo y suele buscar refugio en algún sitio”, dice ella. Normalmente, se decanta por la ducha, en un baño sin ventanas, el espacio más alejado de la calle.

De nuevo, la imprevisibilidad es uno de los peores factores que les acompañan en esta época navideña. “No te quedas tranquilo nunca. Las noches que sabemos que puede haber más petardos, si salimos, siempre nos la llevamos con nosotros para que al menos esté acompañada”, expresa.

Esta pareja también piensa que la pirotecnia debería estar más perseguida. En el caso de Alcalá de Henares, el uso y el lanzamiento de artefactos pirotécnicos puede constituir una sanción de hasta 750 euros. “Han tirado petardos a tres metros de Berta. No es nada necesario. Ya no solo por los animales, sino por cualquier persona que pueda asustarse”, concluye Marina.

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