31 de Desembre, la fiesta con setecientos años de antigüedad que irrita a la ultraderecha y divide a los mallorquines
Antoni Llabrés Fuster aún recuerda el sonido de los disparos. Los fusiles apuntaban al cielo, por encima de un pendón de cuatro barras amarillas y cuatro barras rojas. El público aplaudía. Algunos se guardaban lo que estaban pensando. A principios de los setenta, mientras el franquismo agonizaba como régimen político, a él, “un niño de Palma”, sus abuelos lo llevaban de la mano hasta la Plaça de Cort el último día del año. Aunque desvestido “de cualquier reivindicación lingüística” y revestido “de folklore” –como rememora Llabrés–, era un día grande.
La Festa de l’Estendard celebra la fecha en que las tropas de la Corona de Aragón traspasaron las murallas de Madina Mayurqa. Con más de setecientos años de antigüedad, según muchos historiadores, es la manifestación cívica más longeva de Europa: Ramon Muntaner ya habla de ella en sus crónicas, escritas a finales del siglo XIII. Sin embargo, en vez de erigirse como un atractivo turístico –como ocurriría en Italia, por ejemplo, con el Palio de Siena–, el 31 de Desembre –el nombre que recibe a nivel popular– no trasciende lo local. Quizás, por haber tenido que convertirse en camaleón durante mucho tiempo. El poder y las circunstancias colorean los momentos solemnes: manteniendo su premisa, la Festa de l’Estendard se adaptó a cada época. Para sobrevivir. Aquel acto donde hace medio siglo retronaban las salvas de los soldados del Ejército español, hoy, defiende Llabrés, debería ser “la verdadera diada de Mallorca porque reconoce la identidad que tiene su momento fundacional en aquel episodio histórico y llega hasta nuestros días con unos rasgos muy característicos: lengua y cultura catalanas”.
Con más de setecientos años de antigüedad, según muchos historiadores, es la manifestación cívica más longeva de Europa
La reflexión no sale de la boca de un personaje anónimo. El niño que acudía con sus abuelos a la Festa de l’Estendard es –además de doctor en Derecho, especializado en Criminología, y profesor de Penal en la Universitat de les Illes Balears, donde recaló tras una larga etapa en la Universitat de València– es el presidente de la Obra Cultural Balear (OCB). “Una institución”, recuerda Llabrés, “que se fundó un 31 de diciembre [de 1962] con la simbólica cifra de treinta y un socios y que, a mediados de los ochenta, contribuyó a revitalizar esta celebración”. El equivalente insular de Òmnium, en Catalunya, que se había creado un año antes, y de Acció Cultural del País Valencià, que llegaría una década y media después, ya en la Transición.
Cuando Llabrés asumió la presidencia de la OCB –febrero de 2024–, el 31 de Desembre dejó de ser el día oficial de Mallorca. PP y Vox, que gobiernan en coalición el Consell Insular, decidieron revestir otra fecha: el 12 de Setembre. “Una diada artificial y postiza, establecida por razones puramente ideológicas y políticas”, critica el activista por la lengua catalana.
La Festa de l’Estendard celebra la fecha en que las tropas de la Corona de Aragón traspasaron las murallas de Madina Mayurqa. Para Antoni Llabrés, presidente de la OCB, es 'la verdadera diada de Mallorca porque reconoce la lengua y cultura catalanas'
¿Qué conmemora el 12 de Setembre? El juramento, aquel día de 1276, de la Carta de Franquesa de Mallorca –los fueros de la isla– por parte de Jaume II para asumir los territorios –las Illes Balears, el Rosselló y el señorío de Montpellier– que le había dejado su padre, Jaume I. “Un centenar de profesores, de universidad y de instituto, se manifestaron en contra de la decisión del Consell, consideran la fecha totalmente arbitraria. Todos los reyes, desde Jaume I hasta los Austrias, juraron la Carta de Franqueses. No es un hecho relevante que lo hiciera Jaume II”, argumenta el presidente de la OCB.
La nueva fecha escogida por PP y Vox, el 12 de septiembre, conmemora el juramento de la Carta de Franquesa de Mallorca –los fueros de la isla– por parte de Jaume II para asumir los territorios –las Illes Balears, el Rosselló y el señorío de Montpellier– que le había dejado su padre, Jaume I
Pero para una parte de la sociedad mallorquina, aquel rey –y sus sucesores, Sanç (o Sanxo) y Jaume III–, supondría la ruptura –no sólo política, también cultural y lingüística– de los habitantes del archipiélago con el resto de territorios de la Corona de Aragón. Especialmente, Catalunya. Esas tesis –rebatidas tanto por lingüistas como por historiadores– entusiasman a Vox, ponen de perfil al PP y llevan a las publicaciones de Sa Fundació –la antagonista de la OCB– a llamar “usurpador” a Pere IV: el Cerimoniós fue el monarca que reintegró al Regne de Mallorca en la monarquía aragonesa.
“Desde el Estatut d’Autonomia, cada uno ha escogido lo que ha querido en función de sus intereses. El catalanismo político ha tomado el 31 de Desembre como diada de Mallorca. Es un invento de ahora que apenas se oficializó durante unos cuantos años cuando gobernó el PSOE con los catalanistas. Cuando regresó la derecha al poder las cosas volvieron a estar como estaban”, sostiene Mateo Cañellas Taberner, un economista que colabora con Sa Fundació. Para el representante de esta asociación –defensora del gonellisme, la corriente que insiste en que los dialectos insulares son lenguas distintas al catalán, una versión errónea que contradice el consenso científico– la rendición de Madina Mayurqa “no es nada más que la reincorporación de Mallorca a la Cristiandad, un paso más de la Reconquista, y que incluso se considera como una cruzada porque 1229 es también el año en el que se lanza la V Cruzada contra los musulmanes que habían tomado Jerusalén”.
“¿Que después le han dado más connotaciones lingüísticas y políticas?”, insiste Cañellas, “pues sí, pero siempre se celebró la conquista cristiana y la expulsión de los musulmanes”. “Nosotros defendemos que la Festa de l’Estendard –en la que participamos llevando flores a las tumbas de Jaume II y Jaume III, que están enterrados en la Seu– es una celebración local de Palma porque la conquista de la isla no concluye hasta años después. Por eso tiene más sentido celebrar la coronación de Jaume II, cuando nos convertimos en un ente autónomo”, añade.
La Festa de l’Estendard es una celebración local de Palma porque la conquista de la isla no concluye hasta años después. Por eso tiene más sentido celebrar la coronación de Jaume II, cuando nos convertimos en un ente autónomo
“Las tesis de Sa Fundació son un disparate”
Que se vea a la Festa de l’Estendard como una celebración estrictamente capitalina es, para el historiador Gabriel Ensenyat Pujol, “un disparate”. “Por dos motivos”, argumenta: “Hasta el siglo XVIII, los pueblos particiban (mucho) en el 31 de Desembre. Dejaron de hacerlo a lo largo de esa centuria (¡ay, el Decreto de Nueva Planta!). Es decir, tradicionalmente era una fiesta de toda la isla, que un cambio político adverso (para la fiesta y otras cosas…) desnaturalizó. El resto de la isla fue conquistado progresivamente, en efecto (Sa Fundació no ha descubierto la pólvora…). Pero, sin una fecha concreta, porque a lo largo de la década de 1230 hay referencias documentales de caballeros que se van a ”caçar moragots“ (expresión literal: cazar moracos). Quiero decir, si no se conmemora el 31 de Desembre, no hay una fecha concreta que conmemorar”.
Este medievalista ha pasado infinitas horas estudiando y revisando los documentos que narraron el retorno del Regne de Mallorca a la Corona de Aragón: en 1990, se doctoró con una tesis sobre un asunto que, tanto tiempo después, sigue quemando y que este profesor de la Universitat de les Illes Balears no ha dejado de analizar. En 2011, en una entrevista concedida a Última Hora, además de insistir que “jamás ha existido un mallorquinismo ajeno al catalanismo”, Ensenyat afirmaba que los reyes mallorquines apenas fueron autónomos “tres años” respecto a sus parientes aragoneses. Y que todo acabó cuando El Cerimoniós aprovechó las súplicas de caballeros y mercaderes –de Mallorca y del Rosselló– debido al carácter “déspota y poco negociador” de Jaume III para deponer a su primo, que moriría el 25 de octubre de 1349 en la Batalla de Llucmajor, donde fue derrotado mientras intentaba recuperar el control de un reino que ya había perdido.
Así, el doctor Ensenyat refuerza su punto de vista con ejemplos cercanos. En el contexto histórico y, también, en el geográfico: “Lo que se conmemora en estos casos (Valencia, Granada…) es la conquista de la ciudad, que era la clave, porque siempre quedaban núcleos de resistencia. Bien, en Valencia en 1238 aún quedaba una buena parte del país en poder de los musulmanes… (en realidad no fue conquistado del todo hasta la caída de Xàtiva en 1244). Y nadie (¡ni los blavers!) cuestiona que el 9 d’Octubre sea la fiesta de la Comunitat Valenciana”.
Lo que se conmemora en estos casos (Valencia, Granada…) es la conquista de la ciudad, que era la clave, porque siempre quedaban núcleos de resistencia. Bien, en Valencia en 1238 aún quedaba una buena parte del país en poder de los musulmanes. Y nadie (¡ni los blavers!) cuestiona que el 9 d’Octubre sea la fiesta de la Comunitat Valenciana
Insultos y amenazas el último día del año
El estira y afloja identitario caló en la Festa de l’Estendard. Especialmente, en la ofrenda floral que, en la víspera, coincidía con la manifestación convocada por la OCB con un marcado corte catalanista. Para repasar los sucesos más próximos, es interesante releer las páginas de Gonellisme: particularisme i secessionisme lingüístics a les Illes Balears, el libro que en 2018 dedicó Xavier Canyelles Ferrà –naturalista, ilustrador, escritor, cómico– al telón de fondo del 31 de Desembre:
“Cada año, la celebración del 31 de diciembre genera polémica en Mallorca. (...) Un ejemplo claro es lo que publicaba Última Hora el 30 de diciembre de 2009: Un año más, la ofrenda floral a los pies de la estatua ecuestre del rey Jaume I en la Plaça d’Espanya estuvo marcada por los insultos entre españolistas y catalanistas. ‘Soy mallorquín, no catalán’, ‘Iros a Cataluña’ o ‘Yo soy español’ fueron algunas de las frases que corearon los primeros a los segundos, que respondieron con gritos de ‘Fuera la ocupación” y ‘Fuera, fuera la bandera española“.
La tensión volvió a aflorar, en 2014, durante el Sermó de la Conquista, que se pronuncia en la parroquia de Sant Miquel, o, dos años más tarde, cuando el Consell de Mallorca aprobó el cambio de fecha de la diada. Escribe Xavi Canyelles en su libro: “Los sectores gonellistes se negaron a la catalanización de la Diada y se mostraron partidarios de conservar la fiesta del 12 de Setembre (...) En la sala de plenos asistieron socios y simpatizantes del Grupo Anticolonialista Balear [un grupo secesionista que reclamaba la independencia tanto de España como de Catalunya] y de la Fundació Jaume III [antecesora de Sa Fundació], que mostraron carteles con lemas como ‘No queremos más imposiciones catalanistas’, destacando especialmente la palabra más, en referencia al partido político Més per Mallorca”. Los ecosoberanistas presidían entonces el gobierno insular.
“El 31 de Desembre es una fecha incrustada en el ADN de la OCB; no se ha dejado de celebrar ni en las peores circunstancias. Fue el pueblo quien la salvó de forma espontánea cuando peor estuvieron las cosas”, sostiene Llabrés, rememorando los más de cien años –entre finales del siglo XVIII y principios del XX– en los que el catalán estuvo vetado en los actos, hasta que Antoni Maria Alcover, el religioso al que apodaron apòstol de la llengua, volvió a utilizarlo en el Sermó de la Conquista. Fue en 1904, pocos años antes del derribo de la Porta Pintada. Allí se dramatizaba la entrada de Jaume I y concluía una cabalgata en la que participaban las diferentes clases sociales de la ciudad. Su demolición, en 1912, hizo imposible recuperar viejas tradiciones.
“Hemos pasado”, prosigue el presidente de la OCB, “de la semiclandestinidad de la dictadura franquista, a la Transición, a la elaboración del Estatut d’Autonomia y a legislaturas donde se ha avanzado y otras, como la actual, en las que se ha retrocedido”. “Por eso, ahora que vuelve a ponerse en duda la oficialidad del 31 de Desembre, el año pasado ya decidimos organizar, además de todas las actividades que se realizan durante estos días en las cuarenta y una delegaciones que tenemos repartidas por el territorio, un encuentro en la Plaça de Sant Jeroni de Palma, junto a Joves de Mallorca per la Llengua. Por respeto a los actos institucionales a los que acudiremos, comenzará justo después”, añade.
La resignificación de un episodio bélico
–¿Debería resignificarse la Festa de l’Estendard, señor Llabrés? Al igual que otros festivos, conmemora una conquista que acabó exterminando la expulsión y aniquilación de los habitantes que ya tenía la isla, musulmanes. Medievalistas como Antoni Mas Forners reivindican que el 31 de Desembre debería ser, además de un evento antibelicista, un homenaje a los andalusíes que fueron vencidos.
–Aunque no se pueden releer episodios históricos desde la perspectiva actual, la mortandad que sufrió la población preexistente, musulmana, no puede ser motivo de celebración. La diada de un pueblo debe ser transversal, compartida por la mayoría social. Es trabajo de todos conseguirlo, poniendo en el centro cuestiones que nos puedan unir y dejando aparte otras que puedan resultar divisivas.
–Entre la contraprogramación de la Nochevieja –que hace décadas no se celebraba tanto–, la despolitización de la sociedad y el conflicto entre gonellistes y catalanistas, ¿teme que el 31 de Desembre quede como una fecha que sólo celebren los votantes de Més?
–Sería negativo que eso ocurriera porque la diada de un pueblo debe ser transversal, compartida por la mayoría social. Es trabajo de todos conseguirlo, poniendo en el centro cuestiones que nos puedan unir y dejando aparte otras que puedan resultar divisivas
El deseo de Llabrés es, no obstante, poco menos que una entelequia, según el politólogo Pau Torres. Mallorquín y residente en Barcelona, en primavera espera defender en la Pompeu Fabra su tesis sobre nacionalismo en territorios que carecen de estructuras estatales. Las maneras tan distintas de leer los mismos hechos históricos le causan, por tanto, especial interés: “En Balears, como también ocurrió en la Comunitat Valenciana, hubo un gran debate sobre los símbolos a recuperar durante la elaboración del Estatut d’Autonomia. Y así estamos: seguimos sin himno oficial y no se logró un consenso tan claro en torno a la bandera o al escudo como sí pudo haberlo en Catalunya. La diada de Mallorca es uno de esos frentes abiertos donde todavía hay conflicto”.
–¿Por qué?
–Si tenemos delante una fiesta civil que reivindica la catalanidad de Mallorca –ni que sea a nivel simbólico–, políticamente eso resulta poderoso y, en un determinado contexto, podría acercar posiciones con Catalunya. El contraargumento es que Mallorca fue un reino independiente: ahí es donde la derecha encuentra en el 12 de Setembre un escudo para protegerse ante cualquier idea pancatalana. Delante de esa idea nace el presentarse como autosuficientes: el no mos fareu catalans que tanto éxito ha tenido también en Valencia. Aquí está el punto más curioso, negar la catalanidad a la vez que se reafirma la españolidad de estos territorios. Una diada es una oportunidad para definir la comunidad que cada partido quiere representar; un arma muy poderosa porque estas celebraciones crean marcos mentales.
Si tenemos delante una fiesta civil que reivindica la catalanidad de Mallorca –ni que sea a nivel simbólico–, políticamente eso resulta poderoso y, en un determinado contexto, podría acercar posiciones con Catalunya. El contraargumento es que Mallorca fue un reino independiente: ahí es donde la derecha encuentra en el 12 de Setembre un escudo para protegerse ante cualquier idea pancatalana
Las fiestas nacionales también pueden reformar la popularidad de quien las promueve. Basta leer las crónicas de finales de los noventa para comprobar el foco del que disfrutaba Maria Antònia Munar cada 12 de Setembre cuando presidía el Consell Insular. La líder de Unió Mallorquina –años antes de ser procesada y condenada por malversación, prevaricación, fraude a la Administración y falsedad en documento oficial– fue quién dotó a la isla de una diada oficial, pero tomó por válida la que más escocía a su principal adversario político: el Partit Socialista de Mallorca, germen del actual Més. Munar se dio varios baños de masas, vitales para mantenerse como partido bisagra en las principales instituciones de las Illes Balears. A la vez, su decisión abrió la caja de los truenos.
Los efectos, como analiza el politólogo Torres, duran hasta hoy: “Vox defiende que el arraigo de Mallorca a la nación española va más allá de una constitución y un estatuto (y en un giro sorprendente lo vincula a las tesis que ven al Regne de Mallorca como un elemento diferenciado de todo lo catalán). El PP, aunque se tapará un poco, acaba defendiendo favoreciendo esas posiciones y, como se ha visto cada vez que ha intentado romper el consenso lingüístico, le ha generado un problema. En el otro extremo, tenemos a Més, considerando que Mallorca es una nación y sosteniendo, en parte, posiciones pancatalanistas. Y, por último, encontraríamos al PSOE, haciendo el mismo rol que el PP, pero usando recursos menos sentimentales y más académicos: respeta una posición donde los mallorquines conforman una comunidad que tiene unos derechos propios (reconocidos en el autogobierno) y que quedaría avalada por compartir ciertos atributos con el resto de territorios de España que son catalanoparlantes. Aunque el socialista sea un partido federal, esas peculiaridades no se acaban de definir porque generan incomodidad. Por eso, PP y Vox han ido con todo en el cambio de fecha de la diada”.
–¿Qué efectos tiene esa división en las políticas que le llegan al ciudadano?
–[ríe] ¡La división es insoportable! El consenso nos haría mejores y nos ayudaría a articular reivindicaciones de otro tipo, por ejemplo, ante Madrid. En sociedades altamente atomizadas, donde no existe el sentimiento de formar parte del mismo grupo, es muy difícil que haya una respuesta civil fuerte porque no hay capital social. Sin gente organizada ni asambleas de vecinos ni comités locales de partidos políticos… no hay rendición de cuentas ni confianza mutua. Aunque las banderas tengan mala fama a veces, creo que, en este caso, sería positivo encontrar un punto intermedio que pudiera unir a una sociedad en estado de disolución –especialmente, en Mallorca y Eivissa–, con todo lo que eso comporta para nuestro propio bienestar. Mi propuesta –sé que sonará impopular– es que pudieran convivir el 31 de Desembre y el 12 de Setembre, dándole a cada fiesta un contexto complementario.
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