Navidad en Gaza: un frío que lo cala todo y niños gritando de pánico durante una fuerte tormenta
Un jueves, en torno a las 20:30 horas, me dirigía a mi casa en Ciudad de Gaza. Hacía viento y no podía quedarme más tiempo fuera, así que me puse a caminar. Al principio solo era una llovizna ligera. Después de unos 200 metros, de repente, la lluvia empezó a ser más fuerte. Nada nuevo. Busqué refugio cerca de una tienda de campaña para frotarme las palmas y entrar en calor.
Sentado fuera de la tienda de campaña, un niño pequeño vendía galletas caseras. Aunque no parecía muy interesado en hablar, charlamos un poco mientras yo estaba allí. Vi que las galletas estaban envueltas en un plástico más o menos suelto, ya empapadas por la llovizna. Me pregunté si tendría suficientes para vender antes de que se cerrara la noche. El frío lo impregnaba todo.
Caminando por la calle al-Wehda vi tiendas de campaña a los dos lados de la carretera. Ninguna voz salía de su interior. Solo se escuchaban la lluvia y el ulular del viento. Iluminé el camino con la linterna del móvil. Tenía que darme prisa para escapar de la lluvia. Mis pensamientos volvían una y otra vez a las personas refugiadas en el interior de las tiendas. ¿Qué estarían haciendo en ese momento? ¿Qué estarían pensando? ¿Cómo se sentirían? En aquel frío glacial me imaginé a los niños acurrucados bajo mantas mojadas, a los padres moviéndose constantemente para mantenerlos calientes.
Ya en mi apartamento, el pomo helado de la puerta fue un sutil y estremecedor recordatorio de las penurias que se padecen en Gaza en estas duras condiciones invernales. Dentro de mi casa no podía quitarme de la cabeza la culpa de tener un techo cuando tantos otros estaban expuestos a la tormenta.
La tormenta se intensificó en mitad de la noche. Fuera, las láminas de plástico que cubren las ventanas rotas se combaban y se agitaban violentamente. Planchas de metal corrugado se desprendían y estrellaban contra el suelo. Y por encima de todo, se oían los gritos agudos y aterrados de los niños atravesando la oscuridad de la noche. Una sensación total de impotencia.
La lluvia ha sido implacable durante las últimas dos semanas. Fría, intensa y acompañada por fuertes vientos. Ha empapado las tiendas de campaña, inundado los campamentos improvisados, y transformado los terrenos abiertos en un lodazal. En otros lugares, eso podría llamarse “mal tiempo”. En Gaza, se vive con una sensación de exposición y desamparo.
Los peligros
Los palestinos llaman a esta época del año al-Arba'iniya. Los 40 días más fríos y duros del invierno. Comienza a finales de diciembre y dura hasta finales de enero. Es el verdadero inicio del invierno, cuando la estación se revela en toda su fuerza. Por lo general, se soporta con preparación y refugio. Ninguna de las dos cosas ha sido posible este año en Gaza. El frío cala en las casas, las calles están vacías y la gente simplemente aguanta.
Los derrumbes no son provocados por nuevos ataques: son viviendas debilitadas tras meses de bombardeos y finalmente destruidas por las lluvias invernales
El peligro del invierno ya no es algo abstracto. En el norte de la Franja, la agencia de protección civil recuperó el domingo antes de Navidad los cuerpos de dos niños muertos tras el derrumbe del techo en un edificio dañado por la guerra. Allí rescataron a otras cinco personas, entre ellas, un niño y dos mujeres. Dos personas siguen desaparecidas. A principios de diciembre también murió por el frío una niña de ocho meses de Jan Yunis. Se llamaba Rahaf Abu Jazar.
Los derrumbes no son provocados por nuevos ataques: son viviendas debilitadas tras meses de bombardeos y finalmente destruidas por las lluvias invernales. Al pasar por el campamento más cercano a mi casa, vi de cerca las consecuencias. Finas láminas de plástico combándose bajo el peso del agua, colchones flotando y ropa colgaba que no termina nunca de secarse.
Cada paso me recordaba la fragilidad de estos refugios y lo cerca que están la lluvia y el frío de terminar con la vida y salud de cientos de miles de personas en tiendas de campaña y refugios superpoblados. Estas personas ya han sido desplazadas en su mayoría. Muchas de ellas, en varias ocasiones. Sus hogares han desaparecido y sus barrios han sido arrasados.
Sin protección
El invierno ha llegado a la Franja de Gaza, pero no la protección. Ha llegado sin refugios adecuados, sin electricidad, y sin calefacción.
Como profesor universitario en Gaza, este tiempo me pesa. Mis alumnos no son cifras en un informe ni rostros en una fotografía. Son jóvenes con los que suelo hablar. Inteligentes y decididos, pero profundamente agotados. La mayoría asiste a clases por Internet desde tiendas de campaña o refugios superpoblados donde la conexión es inestable y la intimidad, imposible. Muchos de mis alumnos han perdido a familiares. La mayoría ha perdido sus casas. Pero siguen queriendo estudiar. Tienen una resistencia extraordinaria, pero no se les debería pedir tanto.
Las prácticas académicas rutinarias, las tareas, los plazos, las nuevas entregas y las prórrogas del mundo normal se transforman en Gaza en negociaciones morales moldeadas por las dudas sobre la seguridad de los estudiantes, su calefacción y su posibilidad de acceder a un refugio.
Sobre el terreno la ayuda se percibe como inadecuada y desigual, limitada a soluciones de corto plazo que no terminan de proteger a las familias de la exposición prolongada al frío, al viento y a la lluvia
En noches como estas no puedo evitar pensar en ellos. ¿Estarán secos? ¿Tendrán abrigo? ¿El viento habrá destrozado su refugio mientras intentaban dormir? Los que aún viven en apartamentos, o en lo que queda de ellos, no tienen calefacción debido a la falta de electricidad y combustible. Las fuentes principales de calor son varias capas de ropa y las mantas que les quedan (muchos entregaron sus mantas a los que habían perdido por completo sus pertenencias y sus hogares). A pesar de todo eso, las noches frías en los apartamentos siguen siendo insoportables. ¿Qué pasará entonces con los que sobreviven en tiendas de campaña?
Más de un millón de personas en la Franja de Gaza viven en refugios, según las estimaciones de las organizaciones de ayuda humanitaria. Los suministros de mantas, ropa de abrigo, tiendas de campaña con buen aislamiento, y combustible para calefacción han sido insuficientes.
La organización Shelter Cluster comunicó que en la última tormenta había provisto de lonas, tiendas de campaña y ropa de cama a más de 8.800 familias en Ciudad de Gaza, Deir al-Balah y Jan Yunis. Pero sobre el terreno esta ayuda se percibe como inadecuada y desigual, limitada a soluciones de corto plazo que no terminan de proteger a las familias de la exposición prolongada al frío, al viento y a la lluvia.
Las tiendas de campaña se derrumban y las enfermedades respiratorias, la hipotermia y los contagios relacionados con la humedad están aumentando.
Un desastre evitable
El desastre actual no era difícil de prever. El invierno llega todos los años a Gaza. Para la población de la Franja este fracaso no es una desgracia, sino el resultado de un abandono. La gente habla de cómo se retrasa o se restringe el envío de lonas, madera, materiales de aislamiento y unidades prefabricadas de refugio, mientras los intentos de reparar las viviendas dañadas o de reforzar las tiendas de campaña son obstaculizados una y otra vez.
Nadie debería tener que estudiar, ni criar a sus hijos, ni pasar por una enfermedad, con los pies sumergidos en agua fría dentro de una tienda de campaña
Las iniciativas locales y las organizaciones humanitarias tratan de improvisar distribuyendo láminas de plástico, reforzando los refugios o proporcionando kits de acondicionamiento para el invierno, pero también tienen la restricción de usar solo lo que se permite entrar al territorio. Es un fracaso político y humanitario. Las soluciones existen, pero se mantienen fuera de la Franja.
Lo que hace especialmente doloroso este sufrimiento es que era completamente evitable. Nadie debería tener que estudiar, ni criar a sus hijos, ni pasar por una enfermedad, con los pies sumergidos en agua fría dentro de una tienda de campaña. Ningún estudiante debería temer que la lluvia estropee su último cuaderno o su teléfono móvil. La lluvia deja al descubierto lo frágil que se ha vuelto la vida. Pone a prueba cuerpos desgastados por el estrés, el dolor y el agotamiento.
El invierno en el hemisferio boreal coincide con la Navidad. Para millones de personas del mundo, un símbolo de calidez, refugio y cuidado a los más vulnerables. Un simbolismo que en Palestina está ligado al recuerdo de un nacimiento en Belén marcado por el desplazamiento y la falta de refugio.
Hoy, en la Franja de Gaza, ese simbolismo es dolorosamente literal, con las familias buscando un refugio de la lluvia y el frío. El invierno debería hacer que sea imposible mirar hacia otro lado, si es que todavía queda alguna sensación de urgencia en la preocupación del resto del mundo por Gaza.
La gente necesita ahora mismo refugio y casas prefabricadas que se entreguen de inmediato. No necesitan declaraciones, ni promesas, sino materiales, acciones y poder acceder. Es lo mínimo que se merecen mis alumnos.
Traducción de Francisco de Zárate.
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