Cecilia Giménez, restauradora del 'Ecce Homo' de Borja: estrella pop y madre coraje
El 21 de agosto de 2012 cambió la vida de Cecilia Giménez y, con ella, la de Borja, ciudad zaragozana de algo más de 5.000 habitantes. La periodista Elena Pérez Beriain daba difusión en ‘Heraldo de Aragón’ a lo publicado antes en un minoritario blog, el del Centro de Estudios Borjanos, sobre la fallida restauración de una pintura de Elías García Martínez en un santuario a las afueras de la localidad. Aquella era una información más, con la que alimentar las páginas un día de verano, sobre la fragilidad de la conservación del patrimonio histórico-artístico en Aragón, que es, entonces y siempre, por la falta de consideración y de medios, una fuente segura de malas noticias. Aunque ni a ella ni a sus compañeros en la sección de cultura de dicho diario (sé de lo que hablo) se les escapaba la mucha vis cómica que esta tenía si se acompañaba de las imágenes del antes y el después de la intervención.
Lo que vino después es sabido: las redes sociales hicieron su magia, pavorosa, irrefrenable, y propulsaron el primer chiste de tan vertiginosa difusión y tan gigante, verdaderamente global. En cuestión de unas horas, aquel artículo de un periódico regional sobre la chapuza del eccehomo había sido reproducido por los principales medios de comunicación del mundo. Llegaron el aluvión de memes, las incontables parodias televisivas (abanderadas por los grandes programas de la noche estadounidense); pronto también las aplicaciones para teléfonos móviles o las camisetas, tazas, etcétera, que se servían del celebérrimo despropósito; luego los documentales, las referencias en series, películas o canciones, los ensayos universitarios… Hasta una ópera que se estrenaría diez años después.
Y en Borja, tras desechar la reversión de la pintura a su estado original, se emplearon en hacer caja con las visitas al santuario de Misericordia, convertido en un polo de atracción pop. Todavía hoy, son miles cada año. La estrella, claro, es la representación religiosa echada a perder (qué tentación la de reírse de lo sagrado). Pero lo que hizo desde el principio totalmente irresistible esta historia, la más difundida nunca desde territorio aragonés, al darle su punto enternecedor, fue descubrir quién había sido la ‘restauradora’, una bienintencionada octogenaria llamada Cecilia Giménez, aficionada al arte, que hacía sus “cosicas” con las pinturas del templo.
Ha muerto ahora, ya con 94 años, y al volver la mirada sobre ella, se intuye lo tragicómico de aquellos días. Mientras resonaban las carcajadas por todo el mundo, nadie reparó ni por un momento en el abandono del patrimonio cultural común que ilustraba aquella noticia, sobre todo en los territorios afectados por la despoblación, en lo que ello significa para la conciencia colectiva. Cecilia, mientras, sufría hasta enfermar, abrumada por el chascarrillo baturro y la caricatura universal. Pero se repuso, supo ganarse el cariño de muchos vecinos y, sabiéndose mayor, alcanzó su gran meta: garantizar la atención para su hijo discapacitado, con quien ha vivido sus últimos años en una residencia.
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