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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Dos adultos teletrabajando y un niño de dos años que necesita atención: así no hay quien concilie

Día Internacional del Libro Infantil. Jo Metson Scott/Save the Children

Gonzalo Valiente

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Después de más de un mes de confinamiento y tras escuchar al Presidente del Gobierno que en unos días se va a permitir -¡por fin!- que los niños salgan a la calle, me gustaría compartir cómo vive el confinamiento mi familia.

Mi pareja es profesora en un instituto público y hasta que comenzó el confinamiento, daba clases a cinco niveles diferentes, además de ser jefa de departamento y tutora de uno de esos grupos. Yo soy arquitecto y dirijo una pequeña empresa constructora que, hasta el momento de activarse el estado de alarma, tenía abiertos tres centros de trabajo con diferentes gremios desarrollando diferentes trabajos. Nuestra familia la completa nuestro hijo de dos años que vio cómo la pandemia lo atrapaba en casa.

Desde que comenzó el encierro hemos descubierto qué significa realmente teletrabajar con un niño de dos años que requiere atención permanente, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde en que cae rendido después de un día de frenética actividad.

Mi pareja se deja la piel tratando de mantener un mínimo de normalidad con sus alumnos, intentando minimizar los efectos de la brecha digital que se muestran en toda su crudeza en esta situación de confinamiento lo cual le lleva un esfuerzo y un tiempo enormes, aunque menor del que ella querría dedicarle. Yo, por mi parte, tomé la decisión de cerrar todas mis obras y centrarme en las tareas que pudiese gestionar desde casa, puesto que nuestro hijo dejaba de tener cole y tenía que ocuparme de él.

Nuestro hijo es de los que llaman 'niño alondra' así que solemos recibir los primeros rayos de la mañana asomados a la ventana o leyendo alguno de sus muchos libros favoritos. Después de alargar el desayuno al máximo mientras cantamos canciones de vídeos infantiles en inglés, nos tiramos en la alfombra entre juegos de bloques de construcción, puzles y animales de granja de peluche. Sobra decir que nuestro hijo exige que al menos uno de nosotros lo acompañemos y participemos activamente en todos los juegos o que le leamos una y otra vez todos y cada uno de los numerosos libros que forman su biblioteca de libros infantiles. Es después cuando yo salgo de casa un rato a atender un pequeño gallinero, comprar el pan y si hay algún otro asunto urgente que resolver.

Llegado el mediodía dan comienzo las tareas alimenticias y, mientras uno de nosotros prepara la comida, el otro da de comer a nuestro pequeño acompañado de lecturas, canciones o ya, después de un mes de encierro, algún vídeo puesto en alguno de nuestros teléfonos móviles.

Hay días (no todos) que nos da una tregua y nuestro hijo se duerme un rato, momento que aprovechamos para sentarnos en el ordenador y avanzar algún asunto pendiente, aunque -no nos engañemos- las mayoría de las veces caemos rendidos mientras lo tenemos dormido en brazos. Cuando despierta, miras de reojo la hora y cierras con fuerza los ojos porque apenas son las tres de la tarde. Te deseas ánimo -a veces en voz alta- y le vuelves a leer por décima vez ya hoy el cuento de 'Ricitos de Oro' sin osar dejarte una palabra pues ya con dos años doy fe que se lo ha aprendido de memoria.

Aquí es donde mi pareja y yo hemos claudicado y permitimos ponerle un rato de dibujos en la tele para poder avanzar un rato en nuestras obligaciones sacando en el mejor de los días una hora de trabajo mínimamente concentrado antes de que nuestro pequeño reclame de nuevo nuestra atención. Y antes de darnos cuenta llega la hora del baño, después la cena y la secuencia de ir a la cama antes de que caiga rendido nunca antes de las nueve de la noche.

Tareas como limpiar la casa, salir a hacer la compra u otras de índole logístico o de mantenimiento (véase hacer algo de ejercicio, por no hablar de sacar un rato para leer) han quedado relegadas a esos pequeños momentos que la cotidianidad nos regala y en los que nuestro hijo está más entretenido que de costumbre o su siesta se prolonga más de lo habitual.

Después de un día como este, ¿dónde queda la posibilidad de compatibilizar la atención de nuestro hijo con nuestros trabajos? Eso sin entrar a valorar que nuestro hijo lleva ya más de un mes encerrado en casa permitiéndonos tan solo pequeños momentos de asueto en el balcón en los días soleados.

No sé cuál es la solución ante esta situación inédita e inesperada pero lo que sí os puedo decir es que no es posible teletrabajar así, más mientras tus hijos llevan un mes sin poder salir de casa. Y esto basado en nuestra experiencia: solo tenemos un hijo y mi situación laboral es tan flexible como yo quiera permitirme. 

Me resulta especialmente dramático que no haya sido hasta la cuarta semana de encierro que se haya empezado siquiera a valorar la posibilidad de salir con los pequeños a la calle, ni siquiera a dar un paseo, de forma ordenada y en pequeñas unidades familiares, de manera que podamos descomprimir el tenso ambiente que se respira en muchos de nuestros hogares.

Porque sí, los niños están ahí, aunque nadie los eche de menos pese a estar comportándose de manera ejemplar.

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