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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Bien acompañado, sin miedo por mi trabajo y sin síntomas: me siento un privilegiado en medio de la crisis

Madrid anima a compartir fotos para una crónica colectiva del confinamiento

Javier Hortal Reymundo

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El decimoséptimo día, 31 de marzo del fatídico año 2020 hizo frío. Incluso nevó por la mañana. El invierno está un poco desorientado. ¿Por qué no ha venido a su debido tiempo y ahora nos visita? A lo mejor es una buena señal: las estaciones también han estado en cuarentena y ya se la han levantado. Un signo de esperanza de que nuestra cuarentena también terminará. 

Y entonces he vuelto a caer en la cuenta. Estamos encerrados, inmovilizados y mi imaginación no hubiera sido nunca capaz de esbozar siquiera lo que nos está pasando. Formamos parte de una película de ficción que de repente se ha convertido en una realidad demasiado palpable para no ser cierta. Tenemos que guardar unas distancias que no van con nuestra forma de entender la vida. Salir a la calle es un lujo y estamos deseando tener que ir a comprar las cosas más básicas. La vida se confina entre cuatro paredes. 

Y, sin embargo, no siento angustia. Me pregunto por qué. Enseguida me doy cuenta de una realidad innegable: los privilegiados no suelen sentir angustia, por lo menos no el mismo tipo de angustia que los demás. Y es que soy un privilegiado. Ni por la situación en casa, ni por la situación laboral, ni por la situación sanitaria. Por ninguna de esas cosas tengo el más mínimo derecho a sentir angustia. Y no la siento. 

En casa somos tres adultos. Plenamente responsables, inclinados a la empatía y con espacio suficiente para poder estar solos o en compañía según nos apetezca. ¿Se puede pedir más? A veces intento pensar cómo hubiera sido esta crisis con niños en casa, o con personas dependientes, o con relaciones de discordia. Se me pone la carne de gallina y me acuerdo de tantas personas, a veces cercanas, que están en alguna de esas circunstancias. Y siento que soy un privilegiado. 

Sigo trabajando a distancia y desde hace tiempo mi trabajo no es agobiante, no está sometido a plazos y tiene un componente creativo. Hace pocos días recibí el ingreso de mi nómina íntegra. ¿Se puede pedir más? A mí (digo a mí, no a los míos) no me agobia ningún ERTE. No me quita el sueño cómo voy a pagar la cuota o el alquiler. No veo mermados mis ingresos por falta de actividad. Incluso estoy en condiciones de aliviar un poco el agobio de los míos a quienes sí les afecta el ERTE. Y siento que soy un privilegiado. 

No sabemos si estamos a salvo del contagio. No podemos cantar victoria todavía. Pero de momento estamos sanos. Solo algún síntoma equívoco que no podemos saber si es indicación de contagio. En ningún caso con evidencias palpables. Sin angustias. Sin sufrimientos. Indicios que abren incluso la puerta a que seamos de esos que superan la enfermedad sin síntomas. Con plena confianza en que podremos mantenernos a salvo. ¿Se puede pedir más? Mientras tanto, gotean las noticias de afectados, de hospitalizados, de muertos. A veces, personas próximas y entrañables, a veces personajes públicos que han suscitado nuestro aprecio anónimo, a veces conocidos de conocidos. Casos todos ellos que nos recuerdan que cualquiera de nosotros podía ser uno de ellos. Y qué decir de los que se están jugando la vida por protegernos. Ellos también conocen la angustia. Y siento que soy un privilegiado. 

Y pienso en el aislamiento en sí. En esta situación inédita. No es la primera vez que se vive un aislamiento en el mundo pero esta no es como ninguna de las anteriores. Tiene cosas peores pero también otras mucho mejores. Probablemente la peor es que ningún aislamiento había sido tan extenso. Gran parte de la humanidad, probablemente una mayoría dentro de pocos días, está en aislamiento. Eso complica las cosas. Pero hay que reconocer que este aislamiento, con todas las incertidumbres que genera, no conlleva el mismo nivel de incertidumbre que otros. Sabemos que mañana vamos a poder comer, y nada indica que eso no vaya a seguir ocurriendo.

Tenemos mensajería, tenemos videoconferencias (para nuestro disfrute y para el trabajo) y también infraestructuras que nos permiten usar esas facilidades. Estamos continuamente informados de lo que les pasa a todos los que nos importan. Nos vemos y nos oímos. ¿Se puede pedir más? Los aislados por una guerra no saben si mañana van a poder comer. Hasta hace muy pocos años, en semejante situación no sabríamos ni siquiera como está la gente que más nos importa. En toda la historia de la humanidad, a las angustias e incertidumbres del aislamiento propio se añadía la de no saber qué había sido de los demás. Y en este caso no siento que yo, individualmente, sea un privilegiado. Siento que nuestra generación es privilegiada porque ninguna antes ha tenido esta oportunidad. 

Espero que esto acabe pronto y a la vez que permanezca. Que acabe el aislamiento, que acabe la enfermedad, que acabe la incertidumbre. Pero que permanezca todo lo que esta crisis nos está haciendo aprender. Que no olvidemos nunca que un servicio esencial no puede ser un negocio. Que recordemos quién hizo todo lo posible por sacarnos adelante y quién hizo lo imposible para evitar caer en el abismo de la evidencia. Quién se dedicó a arrimar el hombro y quién a echar mierda. Seguro que en este momento solo estamos de acuerdo en quiénes son los que más están arrimando el hombro. Y a ellos si que no podemos olvidarlos, aunque algo me dice que no todo el mundo les recordará.

Sospecho que los sanitarios volverán (seguirán) con sus contratos precarios, que los empleados de supermercados volverán (seguirán) en lo más bajo de la escala laboral, que los limpiadores volverán (seguirán) sufriendo el más vergonzoso nivel de explotación y así sucesivamente. Respecto a los demás, también es seguro que cada cual tiene su opinión sobre quién está en un lado o en el otro. Pero los que son héroes para unos son villanos para otros. Y viceversa, por supuesto. Pero espero que cuando veamos lo que cada cual ha aprendido sepamos poner a cada uno en su lugar. 

No me siento culpable por ser un privilegiado. Me siento agradecido, pero me gustaría saber ir más allá de los sentimientos. Hacer además de sentir. Y eso es mucho más difícil.

Historias del coronavirus es un espacio de eldiario.es dedicado al lado más personal y humano de esta crisis sanitaria. ¿Cómo lo estás viviendo en casa? ¿Y en el trabajo? Mándanos tu experiencia o tu denuncia a historiasdelcoronavirus@eldiario.eshistoriasdelcoronavirus@eldiario.es

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