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Sobre este blog

En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Miedos antiguos, incertidumbres nuevas y una primavera que nos empodera

Madre y su bebé mirando por la ventana

Carolina de Dobrzynski Kearney

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Tiro el dado, y cae en el casillero del supermercado. Salgo de casa, solo para cubrir la supervivencia. Compra de alimentos. Y me pregunto si socializar no es parte de la supervivencia emocional. Pregunta retórica. No está contemplado en el BOE. Lectura de cabecera de estos días. Salimos con mi hija de 9 años, somos una familia monoparental y no hay otra opción. Voy con el libro de familia para demostrarlo en el caso que alguien nos detuviera en la calle por estar en infracción. La primera semana, el Gobierno no contempló nuestra circunstancia ni la de dos millones de estas familias en España. No me sorprende, llevamos décadas reivindicando un reconocimiento como familia que nunca llega. Las normas se dictaron en consecuencia a esta incredulidad. El hilo siempre se corta por lo más delgado.

El barrio está cerrado, literalmente. Los comercios con las persianas bajas y nadie habitando sus calles. Tensa calma se respira por las ventanas. Esto recién empieza. Guardo aún en mi memoria la última tarde que fuimos libres e inocentes, pasamos el día en el campo sin imaginar lo que traían esas nubes negras.

La experiencia de hacer grandes filas para entrar al supermercado, y la convivencia dentro, hicieron que mi hija no quiera volver nunca más a la compra conmigo.

Vuelta a tirar el dado, toca farmacia. Voy sola, mi hija prefiere quedarse en casa antes que respirar el aire del miedo, a no se sabe qué, aún. Queda en compañía de la televisión, aquel enemigo con el que tuvimos que pactar para sacar adelante la conciliación. Caminando repaso si ha quedado todo cerrado y las instrucciones de no responder al timbre o mi numero de teléfono como recurso, si lo necesita. En aquel mundo anterior, dejar a una menor en casa sola podía ser penalizado como desamparo, hoy me salto la ley para cumplir con el reglamento.

Me cruzo con una amiga del barrio y claro, nos saludamos, de lejos, y caminamos unos metros conversando, vamos para el mismo lado. A los pocos minutos caemos en la cuenta de que es mejor que no nos encuentren hablando porque pueden multarnos, tomamos distancia. Enfadadas con el sin sentido. Recuerdo ese miedo antiguo en el cuerpo. Viene a mi memoria los años de dictadura Argentina, donde estos gestos de aparentar no conocernos salvaban vidas. Un triste déjà vu.

Esta vez el dado me lleva hasta la casilla del ERTE. Paso por todos los estadios, me resuena como una opción desoladora, cuando llega el comunicado me alivia y al correr de las semanas que no se hace efectivo en mi banco, la angustia se apodera de mí. Imposible llenar los días con actividades creativas, lecturas o manualidades que nunca me gustaron. No soy capaz de mantener la sonrisa frente a mi hija. No entiendo la frase de “ya queda menos”. ¿Para qué?

La incertidumbre. Solo me salva la resiliencia que llevamos en el ADN quienes tuvimos que migrar, volviendo a reinventar la vida una y mil veces. Me aferro a la ola que sube en uno de esos vaivenes emocionales que transito cada día. Entre tareas escolares, algunas horas de trabajo que me han quedado y los kafkianos trámites para conseguir alguna de las ayudas que empiezan a salir.

Llegamos a la casilla de las Fases. El invierno deja paso a la primavera y el poco sol que podemos tomar en una hora y un kilómetro nos carga de energía. Tengo en casa una experta olímpica en juegos online con su prima que se divierte preparando comidas, bañándose día por medio y manteniendo como única obligación de higiene el cepillado de dientes. Adquiere autonomías a paso veloz. En dos meses mi niña se ha empoderado. Sabe perfectamente la diferencia de los aplausos a las 8 y las caceroladas de las 9. Se pregunta si los políticos tendrán hijos, porque no entiende que no sepan que en los colegios juegan todos juntos. Termina el día diciéndome que ella solo se conforma con pasar a fase 1 e ir a la casa de sus amigas.  

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