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Doscientos azotes y destierro: así pagaban sus herejías los hechiceros, videntes y sanadores

Imágenes de brujería y hechicería en un cartulario medieval

Esther Ballesteros

Mallorca —

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Caterina Floreta escucha con atención las alegaciones del fiscal. Junto a otros once procesados, se sienta en el banquillo acusada de invocar demonios y exorcizar lugares en busca de bienes de gran valor. Una familia burguesa de Palma, los Ballester, la contrató a raíz de un insólito episodio que no dejaba de perturbarles: en el jardín de su casa, al parecer, había enterrado un tesoro de origen desconocido y extrañas figuras deambulaban en torno a la vivienda durante la noche. Tras tener conocimiento de los hechos, Caterina se desplazó a Mallorca desde Vic, donde residía y, tras estudiar el caso, anunció que regresaría a la ciudad catalana para enviarles desde allí el brazo de un niño que ayudaría a resolver el suceso.

Corre el año 1622 y, mientras en la península ibérica este tipo de fenómenos resultan más bien insignificantes (con excepción de Euskadi, Catalunya y otros rincones del país), Mallorca no es ajena a las prácticas supersticiosas. En la isla es frecuente acudir a saludadores, sanadores, videntes o hechiceros, quienes llevan a cabo sortilegios y encantamientos dirigidos a conseguir el amor deseado, mejorar la salud o hallar a personas desaparecidas y fallecidas.

Corre el año 1622 y, mientras en la península ibérica este tipo de fenómenos resultan más bien insignificantes (excepto en Euskadi y Catalunya), Mallorca no es ajena a los fenómenos supersticiosos para conseguir el amor deseado y hallar a desaparecidos

El juicio contra Floreta, en manos de los inquisidores Andrés Bravo y Pedro Díez de Cienfuegos, se prolongará durante más de cuatro años y se saldará con duras condena. En el caso de Caterina, doscientos azotes y destierro definitivo. Los demás acusados acabarán encerrados en la popularmente conocida como 'La Casa Negra', sede del Santo Oficio en la isla. Sin embargo, ésta será tan sólo una de las más doscientas causas abiertas por brujería, sin apenas garantías, en la mayor de las Balears. El relato del proceso lo plasma el filósofo Bartomeu Prohens en su obra Caterina Floreta. Una bruixa del segle XVII, editada por Lleonard Muntaner.

El tribunal de la Inquisición, máximo órgano encargado de velar por el mantenimiento de la ortodoxia católica entre el siglo XV y principios del XIX, se encargó de perseguir con dureza las herejías, aunque raramente aplicó la pena de muerte a personas cuya ignorancia, sostenía, era manejada vilmente por el diablo. Impulsado bajo el reinado de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, el Santo Oficio se erigió en instrumento de control social e ideológico que abarcó prácticamente toda la geografía de la monarquía hispánica. Paradójicamente, atrás quedaba la Edad Media y llegaban tiempos modernos en los que los monarcas necesitaban nuevos instrumentos para garantizar el mantenimiento de la unidad religiosa.

Doscientos azotes y destierro

En el Reino de Mallorca, anexionado a la Corona de Aragón, la Inquisición persiguió no solo los delitos de herejía, sino también todos aquellos que el Santo Oficio consideraba que debían ser extirpados para evitar su contagio, como la hechicería, la superstición, las prácticas judaizantes o islámicas, la blasfemia y las actitudes amorales. Incluso los propios miembros del tribunal isleño llegaron a caer en las mismas prácticas que ellos mismos reprobaban con el único objetivo de aumentar su riqueza personal y las prebendas que por su cargo anhelaban conseguir.

En el Reino de Mallorca, la Inquisición persiguió no solo los delitos de herejía, sino también todos aquellos que el Santo Oficio consideraba que debían ser extirpados para evitar su contagio, como la hechicería y las prácticas judaizantes o islámicas

La condena a doscientos azotes y al destierro a la que fue sometida Caterina Floreta era la pena a la que habitualmente se exponían en Mallorca quienes incurrían en prácticas heréticas. Otros acababan sentenciados a varios años de galeras. Mientras tanto, en el resto de Europa el aparato represor de la Inquisición llevaba a cabo una sangrante caza de brujas para reprimir tales hábitos, especialmente en Alemania, Francia e Inglaterra.

La persecución de las prácticas heréticas no fue, sin embargo, un fenómeno espontáneo, como apunta la historiadora, filósofa y activista Silvia Federici en su obra Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. La historia atribuye a Juan XXII la bula Super Illius Specula, emitida en 1327 con el objetivo de perseguir la magia y la brujería. En 1484, Inocencio VIII expedía la bula Summis Desiderantes Afectibus, en la que se daba carta de naturaleza a la represión de estas prácticas por parte de los inquisidores mediante la encarcelación, el castigo y la purificación de “cualquier persona de cualquier sexo, desconocedora de su propia salvación y extraviada de la fe católica, que se haya abandonado a sí misma a demonios, íncubos y súcubos, y por sus embrujos, encantamientos, conjuros, hechizos malditos y otras artes, enormidades y ofensas horrenda”.

Panfletos para desatar la psicosis entre la población

En 1532, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V promulgaba la Constitutio Criminalis Carolina, que penaba la brujería con la muerte. En el caso de Escocia, la caza de brujas llegó a contar con una vasta organización y administración oficial. Incluso antes de que los vecinos se acusaran entre sí o de que comunidades enteras fueran presas del “pánico”, Federici alude, haciéndose eco de las investigaciones de la historiadora Christina Larner, al adoctrinamiento sostenido que se llevó a cabo: las autoridades alertaron a la población de la propagación de las brujas y viajaron de aldea en aldea para enseñar a los ciudadanos a reconocerlas, llegando a portar consigo listados de mujeres sospechosas de ser brujas y amenazando con castigar a quienes les dieran asilo o les brindaran ayuda.

Federici señala, de hecho, que la caza de brujas fue la primera persecución en Europa que utilizó “propaganda multimedia” con el objetivo de desatar una psicosis de masas entre la población mediante la difusión de panfletos que publicitaban los juicios más conocidos que se celebraban y los detalles de sus hechos más atroces. Por su parte, la Iglesia Católica -prosigue la filósofa- “proveyó el andamiaje metafísico e ideológico para la caza de brujas e instigó la persecución de las mismas de igual manera en que previamente había instigado la persecución de los herejes”. “Sin la Inquisición, las numerosas bulas papales que exhortaban a las autoridades seculares a buscar y castigar a las 'brujas' y, sobre todo, sin los siglos de campañas misóginas de la Iglesia contra las mujeres, la caza de brujas no hubiera sido posible”, asevera.

La caza de brujas fue la primera persecución en Europa utilizó "propaganda multimedia" con el objetivo de desatar una psicosis de masas entre la población mediante la difusión de panfletos que publicitaban los juicios más conocidos que se celebraban

Paradójicamente, la persecución llegó a su punto álgido en el siglo XVII, cuando la Edad Media comenzaba a tocar a su fin y el Renacimiento, que apelaba a recuperar las raíces grecolatinas clásicas de Occidente tras siglos de dogmatismo religioso, se encontraba en pleno apogeo. Mientras las instituciones económicas y políticas de los Estados modernos comenzaban a tomar forma, católicos y protestantes multiplicaban las hogueras. Como señala el historiador Brian Levack en La Caza de brujas en la Europa moderna, la persecución se saldó con unas 100.000 víctimas, mujeres en su mayoría. Cerca de 60.000 fueron ejecutadas.

59 mujeres, condenadas a la hoguera en España

En España, el modus operandi desplegado por la Inquisición no llegó a tales extremos. Según los cálculos del historiador Gustav Henningsen, 59 mujeres fueron condenadas a la hoguera en nuestro país. En los países católicos del Mediterráneo, el Santo Oficio celebró unos 20.000 procesos de brujería o magia que se saldaron con sentencias leves o con la suspensión de la causa, como sucedió en muchos de los procedimientos abiertos en Mallorca, a pesar de que los hechizos, los sortilegios y los encantamientos fuesen una práctica popular.

En la actualidad, como señala Alicia Páez González en su estudio El delito de la magia en la Inquisición de Mallorca, de procederse a condenar a algún acusado por la práctica de hechizos o magia no sería por tales prácticas en sí, sino por la obtención de lucro mediante engaño o de haberse producido lesiones o daños en las personas como consecuencia de la actuación del curandero.

Según los cálculos del historiador Gustav Henningsen, 59 mujeres fueron condenadas a la hoguera en España. En los países católicos del Mediterráneo, el Santo Oficio celebró unos 20.000 procesos de brujería o magia

El curandero mallorquín acusado de pactar con el demonio

En su análisis relata el caso de Josep Cerdà, acusado de llevar a cabo curaciones supersticiosas en el siglo XVIII y de pactar con el demonio por intentar efectuar sanaciones a enfermedades para las que los médicos no hallaban solución. El proceso inquisitorial fue iniciado en 1763 a instancias de una denuncia interpuesta por un ciudadano, Antonio Bover, quien manifestó que su hijo de cinco años padecía una grave enfermedad para la que los profesionales sanitarios aseguraban no tener cura.

Uno de los testigos que compareció fue Frai Mateo, quien explicó haber escuchado a Cerdà decir que el niño tenía un maleficio y que, en caso de no curarle, permanecería enfermo hasta los treinta años. Por su parte, el médico Gabriel Oliver relató que el acusado pretendía curar al enfermo de un hechizo, para lo cual pidió unas medicinas y escribió en un papel el nombre del niño y algún dato que no llegó a ver con la finalidad de hacerle dormir. El niño murió ese mismo día.

Otros casos de este tipo los expone también el historiador Francesc Riera i Montserrat en su libro Remeis amatoris, pactes amb el dimoni, encanteris per a saber de persones absents, cercadors de tresors, remeis per a la salut. Bruixes i bruixots davant la Inquisició de Mallorca en el segle XVII (Lleonard Muntaner). En esta obra, Riera analiza, entre otros, el caso de Caterina, de 22 años, acusada de recitar oraciones amatorias acompañadas de diversos rituales, como el de encender fuego, lanzar alumbre y, cuando todo estaba encendido, recitar: “No quemo el alumbre, sino el corazón y voluntad de fulano”. Como ha investigado Riera, este tipo de jaculatorias solían ir acompañadas de remedios y pócimas que debía beber la persona a enamorar. Los brebajes solían componerse de vello corporal, sangre menstrual y una serie de hierbas seleccionadas por la hechicera.

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