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Las fiestas 'neohippies' en Ibiza: un riesgo para la isla a golpe de tambores, puestas de sol e Instagram

Fiesta de los tambores en Benirràs.

Nicolás Ribas

Eivissa —
7 de julio de 2022 22:25 h

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El 22 de agosto de 2010 fue uno de los días más negros de la historia reciente de Eivissa. Aquel día, un domingo de agosto, empezó un incendio que terminó por calcinar unas 400 hectáreas de bosque en la playa de Benirràs (Sant Joan de Labritja). Es el segundo incendio más grave de Eivissa en la última década, después del incendio que se inició el 25 de mayo de 2011 en la sierra de Morna, en Sant Carles, que arrasó más de 1.500 hectáreas. Durante este tiempo también se ha producido el peor incendio de la historia de Balears. El 26 de julio de 2013 comenzaron las llamas que arrasaron unas 2.400 hectáreas en Andratx.

El incendio de Benirràs se podría haber evitado: se originó por una negligencia en una cueva cerca de la playa, habitada por una pequeña comunidad 'hippie', explicó entonces la Guardia Civil y Gabriel Vicens, conseller de Medio Ambiente en aquel momento, según la investigación que hicieron sobre el terreno los agentes de la Conselleria de Medio Ambiente y el Servicio de Protección de la Naturaleza del Instituto Armado (SEPRONA).

Se produjo, además, en un día en que la playa está especialmente concurrida: los domingos de Benirràs son famosos porque un rato antes de que llegue la puesta de sol empieza la conocida como fiesta de los tambores (cuyo origen data de la época hippie), en la cual suele participar un pequeño grupo de hippies. Para muestra de la masificación que hubo ese día en la playa, un dato: 1.500 personas fueron evacuadas por tierra y mar, mientras que el municipio de Sant Joan solo tenía 5.477 personas censadas, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) del 1 de enero de 2010.

“Difícilmente caben 1.500 personas tumbadas en la playa. Pueden caber 250 o 300 personas, de manera cómoda, pero no creo que muchas más, teniendo en cuenta que en ese momento había una concesión de hamacas que ocupaba un 20 o 30% de la playa”, explica a elDiario.es Joan Carles Palerm, presidente del GEN-GOB Eivissa.

El problema, según Palerm, podría haber sido más grave si el incendio se hubiera producido en una playa con un único punto de entrada y salida, como Cala Salada (Sant Antoni). “Hay un camino alternativo desde Benirràs hasta el puerto de Sant Miquel para salir con el coche por el litoral. Caminando, en 15 minutos, la gente también pudo salir. El fuego estaba en el aparcamiento, en el lugar de salida hacia la carretera. Podría haber sido muy grave”, lamenta Palerm.

Contaminación del mar

El problema que tienen este tipo de fiestas en la playa, cuando se junta muchísima gente, es la cantidad de residuos sólidos que se generan. “Latas, bebidas y muchísimas colillas. Y, evidentemente, está el mar. La aportación de materia orgánica puede provocar problemas de eutrofización, es decir, pueden aparecer las manchas verdes que tenemos en otras playas como Cala Vedella o Cala Tarida. Si no hay una depuración correcta, las corrientes aportan muchos nutrientes hacia la costa, cuanto menos profundidad hay más se calienta el agua, las bacterias ganan terreno y eso puede afectar a la posidonia y al resto de las especies. No ha pasado nunca, pero no quiere decir que no pueda pasar”, asegura Palerm.

Después de aquel desastre y como consecuencia de la masificación que se generaba cada domingo, el Ajuntament de Sant Joan empezó a controlar la entrada y salida de vehículos a la playa. Este año, ese control se ejerce desde las 15:00 hasta las 23:00 horas cada domingo, explican fuentes municipales a elDiario.es.

Además, hay una patrulla con dos policías locales que vigila que no se incumpla la normativa municipal de uso y aprovechamiento de las playas, que, en su artículo 51, recuerda el Consistorio, prohíbe “el uso de aparatos sonoros que alteren la tranquilidad de la playa y/o que molesten al resto de usuarios”, así como “la realización de actividades no autorizadas y, en especial, fiestas, botellones y pernoctar”. Infracciones que, además, la ordenanza municipal considera graves.

Sin embargo, cualquier día, excepto el domingo, el sonido de los tambores empieza a sonar minutos antes de la puesta de sol, ritual que es captado por cientos de cámaras cuyas imágenes acaban llenando los muros de Instagram.

Oskar, residente en Eivissa desde hace casi 30 años, cuenta, sin embargo, una historia diferente. Trabajador autónomo del sector de la fontanería y la climatización, ha tocado los tambores en Benirràs durante unos 20 años. “Al principio solo en luna llena, para pasar un buen rato, siempre respetando el medio ambiente”, explica. Después, se pasó de tocar en luna llena a hacerlo los domingos. Según su relato, estas reuniones fueron generando una gran “armonía” en la playa, por lo que, “cada vez eran más las personas que venían a disfrutar de la magia”. Esto, según Oskar, fue aprovechado por los negocios de Benirràs, incluido el Ajuntament de Sant Joan, para empezar a publicitar la fiesta como reclamo turístico, “incluso dentro del aeropuerto”, asegura.

De acuerdo a sus vivencias, fue así cómo se empezó a ensuciar y masificar Benirràs. “Veíamos cómo quedaba la playa después y se nos caía el alma de ver tanta suciedad y gente irresponsable con nuestro medioambiente”, lamenta. Oskar insiste en que se responsabiliza injustamente a los grupos de personas que se han ido reuniendo para compartir su arte, incluso, del incendio de agosto de 2010. “Precisamente, somos los primeros en detener a quienes hacen malabares con fuego, somos los primeros que queremos una playa limpia y segura, sin masificación”, afirma. Oskar termina argumentando que hace unos 4 años que dejó de tocar los domingos por “la cantidad de gente que se aglutina en nuestro entorno”. Él -y otros muchos de sus compañeros y compañeras- prefiere hacerlo otros días, incluso en otras épocas del año. “A mí, personalmente, me gusta más tocar en invierno, sin tanta gente, sin tantos móviles, sin tanta presión mediática”, subraya.

Fiestas en espacios naturales, un “impacto” real para la flora y la fauna

Estas fiestas neohippies en espacios naturales, sin embargo, llevan décadas produciéndose. “En los años 90 hubo muchas 'raves' en los Amunts, la parte montañosa que va desde Sant Joan hasta Sant Antoni. Pueden tener su origen en los 60, con el movimiento hippie y la gente alternativa, pero evolucionan de manera que acaban siendo fiestas con generadores y motores de combustión, con reserva de gasolina para poder mantener la fiesta durante tres, cuatro o cinco días”, sostiene Palerm, que recuerda que estas fiestas, además de conllevar un riesgo de incendio, también pueden suponer un problema para diferentes especies de aves, así como de contaminación acústica.

“Si la fiesta se produce en época de nidificación, muy cerca de las parejas de ‘falcó marí' o del ‘àguila peixatera’ (águila pescadora), es un problema porque la población se va y la nidificación se pierde. Es un impacto real”, afirma el presidente del GEN-GOB. Y recuerda que fiestas de este tipo se han realizado incluso en la isla de s'Espalmador (Formentera), espacio natural protegido que forma parte del Parque Natural de ses Salines, un lugar importantísimo para las poblaciones de 'virot' (pardela balear).

“Las fiestas se hacían en verano, cuando más afectan a la reproducción de esta ave marina, que es la más amenazada de Europa, tanto que ha sido catalogada como una especie en peligro crítico de extinción”, remarca Palerm. Era una fiesta tipo flower power que se hacía encima del sistema dunar más importante del mediterráneo europeo occidental. “Generaban un gran impacto y la gente no era consciente”, lamenta.

En los años 30 empieza a formarse el “mito” de Eivissa

Este tipo de fiestas o eventos multitudinarios, así como la gran evolución turística que ha experimentado la isla en las últimas décadas, se han ido conformando alrededor de un mito. El mito de Eivissa, una imagen muy potente. “El turismo cuando surge es minoritario y cultural. Viene gente con formación cultural e ideología progresista (como Walter Benjamin), que visita la isla entre los años 20 y, sobre todo, los años 30. Eivissa es un lugar arcaico, que representa las esencias perdidas que la industrialización ha hecho desaparecer de muchos sitios de Europa”, explica a elDiario.es Maurici Cuesta, historiador e investigador en el campo de la historia contemporánea de la geografía y la historia del turismo en las Pitiüses y Balears.

El turismo cuando surge es minoritario y cultural. Viene gente con formación cultural e ideología progresista (como Walter Benjamin), que visita la isla entre los años 20 y, sobre todo, los años 30

Maurici Cuesta Historiador e investigador

Así que, en sus inicios, en el contexto de la República de Weimar y el periodo de entreguerras, los primeros turistas son intelectuales que llegan a la isla fascinados por esta Eivissa primitiva, con un estilo de vida tranquilo y poco exigente para un extranjero, desde el punto de vista económico. “Había una arquitectura muy bien conservada y con unas tipologías muy interesantes desde el punto de vista funcionalista y de la Escuela de la Bauhaus”, afirma Cuesta.

Para estos primeros visitantes, Eivissa era un lugar ideal para entrar en contacto con la naturaleza y estar una temporada realizando trabajos artísticos. También hubo muchos alemanes que huían del nazismo y sabían que en Eivissa podrían abrir un negocio. Un ejemplo es el famoso restaurante ca n'Alfredo, que fue adquirido por la familia Riera a la familia Hanauer, de origen judío-alemán. “Es un turismo minoritario, pero suficientemente numeroso como para que empiecen a surgir hoteles como el Bellavista, Montesol o ses Salines. Esto va asociado, como siempre, a una fama que empieza a tener Eivissa como imagen turística”, apunta Cuesta. El pintor, escritor y dramaturgo catalán, Santiago Rusiñol, lo acuñó con un término: “s'Illa Blanca” (La Isla Blanca).

Durante los años 50, los ‘beatniks’ dan forma al “mito” Eivissa

No es hasta los años 50, después de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, cuando Eivissa comienza a recuperarse turísticamente, momento en que empieza a haber un incipiente movimiento de escritores estadounidenses, conocido posteriormente como los beatniks, entre ellos Allen Ginsberg, Jack Kerouac o William S. Burroughs. Este movimiento contracultural, explica Cuesta, descubre Eivissa, donde ven que “pueden vivir tranquilamente, consumir drogas como el LSD o la marihuana o abrir bares: el puerto estaba lleno de bares abiertos por los beatniks”.

Los beatniks (escritores estadounidenses) ven que en Eivissa pueden vivir tranquilamente, consumir drogas como el LSD o la marihuana o abrir bares

Maurici Cuesta Historiador e investigador

Cuesta los describe como un grupo de gente con fuertes convicciones culturales, pero que va a lo suyo, “muy alternativos, muy drogadictos y aficionados al jazz”. Alquilaban casas payesas a los ibicencos y se podían desfasar completamente, ya que el régimen franquista no les perseguía. “El régimen no les persigue porque es muy hipócrita: les ignora porque son pocos”, opina Cuesta.

Así es cómo se empieza a formar también, según el historiador ibicenco, el mito de la Eivissa abierta y tolerante. “La gente local ve que es gente que viene de fuera, que es tranquila, no molesta y que, mientras pague, no pasa nada”, prosigue, destacando que el carácter insular es un carácter muy reservado: la población local ibicenca no se metía en la vida de los demás, porque no quería que los demás husmearan en la suya.

En Eivissa buscan fiesta, drogas y sexo porque “no te pasa nada”

Llega la década de los 60. En 1958 comienza a operar el aeropuerto de Eivissa, que en el verano de 1966 ya es aeropuerto internacional. Empieza a llegar un incipiente turismo de masas, los operadores turísticos que traen turistas de sol y playa, se abren más hoteles y aparecen los hippies, otro movimiento contracultural que termina conformando en buena medida la imagen turística ibicenca, sostiene Cuesta.

El historiador los describe como “un tipo de contracultura que viene aparejada de una forma de vestir: por ejemplo, llevar el pelo largo e ir descalzo (porque eso quiere decir que estás en contacto con la naturaleza)”. Muchos de estos estadounidenses, continúa, empiezan a encontrar conexiones aéreas entre Ámsterdam (donde ya existían los coffeeshops en los que consumían marihuana y hachís), Eivissa y Goa, la ciudad más europea de la India. En estos viajes por el mundo escucharon hablar de “esa isla perdida en la que puedes vivir en una casa payesa, en comuna, cultivando el campo”. Esta filosofía del amor libre y del vive y deja vivir, en Eivissa, es magnífica, afirma Cuesta.

Los problemas no llegaron hasta los primeros años de los 70, cuando la población local empezó a quejarse, por ejemplo, del nudismo que practicaban y la Guardia Civil empezó a perseguirlos. Sin embargo, el mito que origina el producto Eivissa, que continuó siendo explotado por el turismo, ya estaba asentándose: “A Eivissa puedes ir de fiesta, drogarte, hacer el amor, nudismo y no te pasa nada”, destaca Cuesta, quien detalla que muchos de los hippies que llegaban en verano viajaban por el mundo en invierno, contando las maravillas de la isla: “Esto es una promoción turística brutal”, afirma.

La época de las discotecas

Los hippies desaparecen como movimiento y en los 80 llega el auge de las discotecas, después de la apertura de Pachá en una casa payesa en 1973. “Las discotecas explotan esta vena hippie, laissez faire, laissez passer. La fama turística actual de Eivissa, en buena parte, está alimentada por el mito de los hippies, pero esto no quiere decir que lo hayan hecho expresamente”, aclara el historiador ibicenco. Con la progresiva apertura de las discotecas se empieza a alimentar también el mito de Eivissa como lugar de fiesta las 24 horas del día, relata Cuesta.

Las discotecas explotan esta vena hippie, laissez faire, laissez passer. La fama turística actual de Eivissa, en buena parte, está alimentada por el mito de los hippies, pero esto no quiere decir que lo hayan hecho expresamente

Maurici Cuesta Historiador e investigador

En 1975 muere Franco y España quiere entrar en la UE, con lo cual, tenía que convertirse en un país abierto y esa apertura, dice Cuesta, viene ligada a abrir totalmente la puerta al turismo. “La mayoría de los empresarios y políticos deseaban que vinieran familias”, explica, como así acabó siendo, algunos de los cuales acaban adquiriendo una segunda residencia y son bien vistos por los locales.

“El impacto todavía es cuantitativamente poco, aunque se empieza a notar”, manifiesta. No obstante, la cara oscura de la década de los 80, puerta de entrada del libertinaje en la isla, fue la circulación de drogas más duras, como la cocaína y la heroína, signo de la época. “Es muy difícil ponerle freno porque llega mucha gente tanto por vía aérea como marítima”, lamenta Cuesta.

Fiestas como la de Benirràs forman parte del “producto Eivissa”

Después de dos años de pandemia, con menor actividad turística que la de este año, el mito de Eivissa ha vuelto a revivir. Ivan Murray, doctor en Geografía por la Universitat de les Illes Balears (UIB) y experto en sostenibilidad medioambiental, considera que fiestas como la de los tambores en Benirràs “forman parte de lo que es el producto Eivissa. Una combinación de factores que provoca masificación, incluso en prácticas que puedan ser entendidas como más alternativas o contrahegemónicas”.

A pesar de ello, para Murray, paradójicamente, “acaban siendo mucho más perjudiciales que las que están conducidas por el capital”. Este investigador de la UIB describe este tipo de fenómenos como parte de un proceso de producción turística en el cual “todo se va mercantilizando sobre los mismos parámetros”. Un fenómeno que, según Murray, se ha ampliado a través de redes sociales como Instagram.

“Lo que han hecho es ampliar la mirada desde la mercantilización turística”, expone. Es decir, las redes sociales promueven que los turistas vayan a los sitios a los que ya ha ido todo el mundo, que encuentran previamente en las búsquedas, “lo cual genera un bucle terrorífico porque no hace más que destruir aquello que está evocando”, asegura Murray. Esta dinámica, en sus palabras, “genera una violencia sobre los espacios y las sociedades terrible”. Ocurre también con otros lugares donde se buscan estas imágenes bucólicas, como en Cala d’Hort o Platges de Comte, donde también se ven las puestas de sol.

Para solucionar estos problemas de masificación en espacios naturales, Murray propone restringir el uso del transporte privado, porque cuanta más gente y vehículos haya, más se incrementa el riesgo de que se produzcan accidentes o catástrofes más graves como un incendio. “Si añadimos la situación de cambio climático que vivimos, periodos más extremos de sequía estival, olas de calor, estrés hídrico... Los elementos están ahí, y combinados, forman un cóctel explosivo”, enumera.

Además de control, vigilancia y normas, estas medidas, para Murray, deben ir vinculadas a políticas de transporte público serias. “Nuestras islas son lugares extraordinarios para hacer un sistema de transporte público en el cual se pueda integrar el territorio de una manera eficaz y, en cambio, tenemos todo lo contrario”, lamenta. Y ello debe ir también unido, opina, a cambios en el sistema fiscal, porque se debería adaptar a esta explosión de población flotante estival, “ya que los turistas no deberían circular de esta manera. No se tiene que entender como un atentado contra la libertad, sino como una medida para preservar los bienes comunes y disfrutar de ellos”, asegura.

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